Manuel Mandianes Castro, antropólogo y teólogo
31 octubre, 2025
Ante la conmemoración del Samaín, la festividad gallega que marca el fin del verano celta (Samhain), el debate sobre su confrontación con el popular Halloween anglosajón ignora a menudo los rituales más íntimos y etnográficamente ricos de la tradición.
Expertos y promotores de la cultura gallega reivindican en este escenario la «arqueología alimentaria» y la sociología del hogar ancestral, enfocada en dos detalles poco tratados, como son la hospitalidad hacia los difuntos mediante la mesa no recogida y el uso de vegetales autóctonos de subsistencia como el nabo y la remolacha.
La víspera del 1 de noviembre, la tradición gallega impone un gesto de cuidado silencioso que contrasta con el jolgorio y las gominolas a la puerta de las casas del ‘trick-or-treat’.
La costumbre, documentada en amplias zonas rurales, era dejar la mesa del hogar sin recoger tras la cena familiar.
Y este acto, dicen los estudiosos, iba más allá de una simple ofrenda. Se trataba de una extensión de la vida y el calor del hogar a los ancestros. La leyenda sostenía, no en vano, que las ánimas de los difuntos regresaban esa noche y la mesa se dejaba sin recoger, con sobras de comida, castañas, o un vaso de agua o vino, dispuesta para que no pasaran hambre ni frío.
El antropólogo y teólogo Manuel Mandianes Castro, especialista en la cultura popular gallega, refuerza la pervivencia de este rito, que se mantenía a pesar de la cristianización: “En nuestras casas no falta la tradición de dejar un hueco en la mesa para aquellos difuntos que quieran compartir con nosotros la cena”, señala en su vasta obra de investigación sobre la identidad antropológica de Galicia.
Este gesto subraya que la esencia del Samaín reside en la vinculación intergeneracional, la intimidad y la acogida, diferenciándose, según Mandianes Castro, del carácter mayoritariamente externo y comercial de Halloween.
El nabo y la remolacha: la calavera de la pobreza
Otro punto de resistencia cultural se halla en el material utilizado para tallar las famosas calaveras o cabezas iluminadas, conocidas en Galicia como ‘calacús’. Si bien la calabaza es la imagen dominante actual, antes de la influencia global la tradición se basaba en cultivos de subsistencia autóctonos.
En la comarca de Ferrolterra, y en concreto en Cedeira, donde se impulsó la recuperación moderna del Samaín, se priorizaba el nabo para tallar las figuras.
Su textura, más difícil de trabajar que la calabaza, ofrece un simbolismo de resistencia y autenticidad agraria.
Un detalle aún menos conocido es el de las «bonecas de remolacha», documentadas en zonas como Xermade (Lugo). El uso de la remolacha azucarera o forrajera, con su vivo color morado, ofrece una visión más áspera y autóctona del terror gallego.
Esta reivindicación se debe en gran medida a la labor de Rafael López Loureiro, profesor y motor de la recuperación del Samaín en Cedeira, cuya investigación etnográfica, recogida en su libro ‘Samaín: a festa das caliveras’ (2003), demostró que el tallado de vegetales era una práctica local ancestral.
Un detalle que hoy utilizan las asociaciones culturales gallegas para desmarcarse de la importación del Halloween de Estados Unidos.
Así, como detalla López Loureiro en sus trabajos, «los rituales del Samaín gallego ofrecen un camino de soberanía cultural», convirtiendo a la celebración del Día de los Difuntos de Galicia en un «profundo diálogo con la memoria y la hospitalidad».