Maruja Mallo en su estudio de Madrid. 1936
7 junio, 2025
A partir de mediados de la década de los veinte, Maruja Mallo joven y brillante realidad del arte español participa en actividades que tienen que ver con la implantación de alternativas plásticas como son las ilustraciones en revistas literarias de nuevo cuño, la creación de figurines para obras de teatro y escenografías. Su evolución hacia postulados de vanguardia se intensifica en contacto con el efervescente y renovador ambiente que se estaba produciendo en la Residencia de Estudiantes; escritores, poetas, intelectuales, artistas y cineastas: Buñuel, Dalí, García Lorca, Moreno Villa o Alberti, fomentan y utilizan los nuevos canales de comunicación, en un marco creativo de aspiraciones comunes y de metas compartidas aunque siempre prevaleciendo la perspectiva única e individual. Y para apreciar la actitud comprometida de la artista en el terreno de la ilustración destacamos su labor, en la Editorial La Nave, en las revistas El Almanaque literario, La Gaceta Literaria y sobre todo en la Revista de Occidente donde mantiene una continuada presencia inédita en su tiempo, principalmente por medio de la creación de viñetas volcadas en las portadas.
En los salones de la revista realiza su primera exposición individual en mayo de 1928, en la que incluye verbenas y estampas. Considerada por Ortega Gasset como la más luminosa representante de un arte nuevo, dará a conocer su recién instaurado lenguaje, cuyas primeras manifestaciones ya anunciaban cambios en el entorno del año 1926. Las tempranas estampas, óleos y dibujos muestran un rompedor estilo lleno de referencias a los movimientos que se estaban extendiendo en Europa. Las alusiones al futurismo, cubismo, poéticas metafísicas, realismo mágico que traería a España Franz Roh, o el surrealismo que incorpora en los años finales de la década, conviven en las escenas con una intencionada defensa de ciertos aspectos de la cultura popular, y con menciones a una modernidad que se estaba implantando en la vida de las ciudades. Nuevos comportamientos como la práctica del deporte, la participación de las mujeres en una sociedad que rompía con el pasado, estarán presentes en los principios creativos de la pintora en aquellos años, volcados en obras como “ Elementos para el Deporte” (1927). Y al tiempo que está construyendo un particular universo, su actitud y presencia como mujer moderna, y adelantada en el ejercicio de las flamantes costumbres será una de sus señas de identidad. Fe en sí misma, carácter indómito, y alto sentido de la libertad le permiten actuar con entera desenvoltura, como harán igualmente otras compañeras de generación.

Maruja Mallo. Elementos para el deporte, 1927. Óleo sobre cartón.
También Margarita Manso, Concha Méndez, María Zambrano, Victorina Durán o Delhy Tejero, parten de una alta formación, viajan al exterior, hacen deporte y se adhieren a las actividades del Lyceum Club Femenino; asisten a las tertulias concurridas por hombres, se despojan del tradicional sombrero y exhiben con orgullo sus cabellos cortos; callejean y salen por la noche, opinan libremente y se dejan ver en lugares públicos de moda. En ese entorno inspirador, nacen las ideas y se materializan los proyectos como fueron, entre otros, las decoraciones y figurines de la pintora para la obra de teatro infantil “ El Ángel cartero”, creada por su inseparable amiga la poeta Concha Méndez, estrenada en la Noche de Reyes de 1929 en el Lyceum Club de Madrid.
La relación entre la pintora y el poeta Rafael Alberti fomenta una línea de colaboraciones que no llegarán a ver el final, por la ruptura entre ellos producida en el entorno de 1930. Mencionamos los decorados para “El Drama de Santa Casilda”, el diseño de los decorados y figurines para las obras teatrales “La Pájara Pinta” y “Colorín Colorete”, así como la preparación conjunta del libro “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos” (1929), dedicado a los cómicos del cine mudo. Quedan huellas determinantes de esa comunión de pensamiento en “Sobre los Ángeles” y “Sermones y Moradas” de Alberti y en las obras de Mallo de la serie Cloacas y campanarios, de paisajes desérticos y degradados; ambas comparten un similar espíritu crítico, descorazonador e inquietante sobre aspectos contradictorios de la sociedad española.
El interés de la artista por el mundo de la escenografía aumenta en los años finales de la década hasta tal punto que la llevará a solicitar a la Junta de Ampliación de Estudios en 1931 una pensión para estudiar esa materia en Paris; en la capital francesa donde pasa una larga temporada, visita los estudios de escenografía teatral de vanguardia de los Hugo (Valentine y Jean) y los centros de producción cinematográfica de la Paramount, y Pathé-Nathan, con el fin de adentrarse en los nuevos usos escenográficos y los resultados se vuelcan en maquetas realizadas según explica en las cartas justificativas a la institución que le otorga la pensión. En la Galería Pierre expone en 1932 obras del periodo oscuro (Cloacas y campanarios) iniciadas en España, que destacará el crítico Jean Cassou; algunas de esas pinturas habían formado parte de su equipaje en el traslado de Madrid a París.

Maruja Mallo. Estampa. Portada libro,1928
Asimismo en la capital francesa conoció a Breton, Elouard y Max Ernst y en ese transcurso tuvo la oportunidad de frecuentar la compañía de Torres García quien la orienta hacia un mundo basado en el rigor de la geometría. En esa nueva tesitura, tras su regreso a España, su obra dará un giro enfocado en hacer visible la arquitectura íntima de la naturaleza, y la artista analizará la estructura interna de minerales y vegetales y la diversidad de las formas biológicas. De acuerdo con esa corriente de pensamiento, en 1933, se une al Grupo Constructivo de Torres García exponiendo con ellos en Madrid; y su reconocimiento como artista poseedora de una imagen poderosa y versátil, capaz de mostrarse como mujer pionera y vanguardista sigue creciendo. El 25 de septiembre de 1933, el Heraldo de Madrid, publicaba un singular reportaje de la pintora en el que las imágenes eran unas fotografías suyas de alto contenido innovador y en un escenario inédito; su propia figura era objeto de recreación. También por esas fechas se involucra en el mundo de la enseñanza impartiendo clases de dibujo en el Instituto de Arévalo y en la Escuela de Cerámica que dirigían los hermanos Alcántara; los trabajos resultantes en esa materia incorporan motivos simbólicos y geométricos: olivo, toro, caballo, carnero, pájaros y peces.
En 1935 diseña la escenografía y figurines para Clavileño, ópera de Rodolfo Halffter basada en un pasaje del Quijote y que había de representarse en el Auditórium de la Residencia de Estudiantes en octubre de 1936; no pudo estrenarse debido al estallido de la guerra civil. Las creaciones ajustadas en torno a la idea de “un teatro integral donde la escenografía es creación y ciencia arquitectural”, anuncian un nuevo concepto aplicado a la escena teatral que incorpora los principios estéticos de la Escuela de Vallecas; los elementos materiales de la escenografía estaban basados en componentes naturales existentes en la austera geografía castellana: tierra, arena, junco y paja.

Maruja Mallo y Josefina Carabias

Maruja Mallo. Viñeta de portada. Revista de Occidente.

Maruja Mallo. Plástica escenográfica para la ópera Clavileño, 1936