Naim Codeseda, bailarín de Vilasobroso (Pontevedra) - EFE.
26 octubre, 2025
En Vilasobroso (Pontevedra) viven poco más de 300 habitantes. Cuando Naim Codeseda nació, hace 23 años, apenas había una pequeña tienda. Nadie allí hablaba de danza o teatro. Pero él, con su esfuerzo y tesón, ha logrado abrirse paso y lucha por vivir del arte.
Salir de esa aldea de Mondariz, reconoce el joven bailarín en una entrevista con EFE, ha sido para él un «camino difícil» al crecer sin referentes artísticos. Aún así, subraya, «desde un lugar casi invisible también se puede llegar muy lejos».
En su adolescencia, reconoce Codeseda, fue «el raro», el niño que entrenaba solo o el que no encajaba ni siquiera en su propio gimnasio. Su familia y sus amigos le decían que del arte no se vivía y que acabaría «muriéndome de hambre». Pero él nunca dejó de intentarlo.
Aunque siempre estuvo «bastante conectado» al mundo del arte, sus primeros pasos fueron a través de disciplinas plásticas, como el dibujo y la ilustración. Quería estudiar animación. Pero la ola del K-pop coreano se cruzó en su camino y fue su «primera semilla».
«Era todo luces y acción, bailaban y cantaban… para mí fue como una revelación», afirma. Tanto que no dudó en organizar un festival escolar que fue «vivir como en una burbuja mágica» y que avivó lo que, por aquel entonces, solo era un ligero eco en su cabeza.
Todo cambió tras una experiencia personal vinculada a la enfermedad de un amigo de la familia. Naim tenía 17 años. «Entendí que, cuando la medicina ya no te puede salvar, lo único que queda es el arte, disfrutar de la vida, bailar, cantar y emocionarte», explica.
Cada fin de semana «teníamos una fiesta en casa de un familiar diferente» para aprovechar el tiempo que les quedaba juntos. Fue ahí cuando algo le «hizo clic en la cabeza» y entendió que el de las artes era el camino que quería seguir porque «te cura el alma».
Poco después de ese momento dio el paso. «Les dije a mis padres que quería irme a Madrid», rememora este joven, que al llegar a la capital empezó a impartir clases de español a extranjeros para pagarse sus clases de baile, teatro y hasta doblaje.
«Todo era muy complicado para mí. Me sentía muy perdido», recuerda Naim, que tras dos años intentando sobrevivir «sin mentores ni referentes» empezó a buscar audiciones «en todos los países posibles». Lo hizo «a la desesperada» y obtuvo respuesta, la de una compañía griega.
Esos primeros espectáculos en un ‘resort’ turístico fueron el inicio de un periplo internacional que, con el tiempo, le llevó a Estados Unidos, Finlandia o Japón, lugares en los que fue especializándose en danza urbana, teatro físico y wushu, un arte marcial tradicional chino.
Pero si ha habido un destino que le ha marcado, ese ha sido Taiwán. Allí llegó hace poco más de un año y, al instante, se enamoró de su escena cultural y empezó a conectar con artistas locales. «Me impactó mucho», apunta Codeseda, sobre todo porque encontró «mucha gente afín».
Allí fue donde perfeccionó una técnica en la que ya había estado trabajando, mezclar las artes marciales con el baile. «Aunque no sea tan bueno en ellas por separado, al combinarlas creo que hay poca gente que pueda hacerlo como yo», sostiene el bailarín pontevedrés.
«Es lo que me puede diferenciar del resto», afirma, «y me dicen que gusta bastante» porque fusionar ambas disciplinas «no está muy visto». Eso sí, a veces hay quien se extraña de que «me ponga a mezclar ‘Potra salvaje’ con acrobacias con espada’, reconoce entre risas.
Él está feliz de haber optado por ese camino porque, «cuanto más puedas abarcar, serás más útil para la compañía que te contrata». Ha actuado en escenarios de Creta o Las Vegas como parte del equipo artístico de un crucero internacional entre Helsinki y Estocolmo.
De la danza lo que más le gusta, más allá de explicaciones profundas, «es poder compartirla» con la gente de su entorno y la conexión que se crea con el público, sobre todo después de haber superado momentos «muy críticos» en los que pensó que «lo iba a abandonar todo».
«Llegué a estar en Estados Unidos sin un duro, con la cuenta del banco congelada y pensando que si me moría allí nadie se iba a dar cuenta», recuerda con emoción.
Ahora, entre sus planes más inmediatos está volver a Taiwán para coordinar un evento que conmemorará la llegada de los españoles a ese país hace 400 años y que combinará ambas culturas.
Pero mientras llega el momento de partir se ha embarcado en un proyecto muy cerca de casa, en Ponteareas (Pontevedra), que le conecta con el niño que fue, ayudando a un grupo de chavales a tener su primer contacto con las artes escénicas.