9 octubre, 2025
Un equipo internacional de investigadores, con participación de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) y del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC), ha revelado un fenómeno sorprendente: las colonias de pingüinos actúan como vectores biológicos de contaminación en la Antártida. El estudio, publicado en la revista científica Geoderma, documenta cómo estos animales contribuyen, de manera natural, a la acumulación de metales pesados y compuestos orgánicos en los suelos de las islas Livingston y Decepción, en el archipiélago de las Shetland del Sur, al noroeste de la península Antártica.
Según los resultados, los suelos analizados presentan altas concentraciones de nutrientes, cobre, zinc y hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAHs), compuestos contaminantes que, en otras regiones del planeta, suelen proceder de la quema de combustibles fósiles o del petróleo. Sin embargo, en la Antártida los orígenes son distintos: en la isla Decepción están vinculados a la actividad volcánica, mientras que en Livingston derivan en gran medida del guano de las aves marinas.
“El estudio demuestra que los pingüinos, esenciales para el equilibrio ecológico antártico, pueden también convertirse en fuentes naturales de contaminación dentro de un entorno extremadamente frágil”, explica el profesor X.L. Otero, catedrático de la USC e investigador del Centro de Investigación Interdisciplinar en Tecnologías Ambientales (CRETUS), quien coordinó el trabajo.
En algunos puntos, los niveles de metales detectados superaron los valores internacionales de referencia, aunque los suelos parecen resistirlos sin efectos inmediatos. No obstante, “si estos metales se filtrasen hacia los riachuelos o las aguas costeras, podrían afectar a organismos acuáticos muy sensibles, como el plancton, base de la cadena alimentaria marina”, advierte Begoña Pérez, investigadora del Centro Oceanográfico de Vigo (IEO-CSIC) y primera autora del estudio.
A pesar de que las concentraciones encontradas están “entre 50 y 1.000 veces por debajo de los niveles que causarían efectos tóxicos”, el hallazgo cuestiona la idea de que la Antártida sea un entorno inalterado. Además, los científicos alertan de que el cambio climático —con el incremento de las precipitaciones y el deshielo del permafrost— podría movilizar estos contaminantes acumulados en los suelos y trasladarlos a lagos y zonas costeras, afectando directamente a la vida marina polar.
El trabajo de campo fue realizado por los profesores Cristina García-Hernández y Jesús Ruiz Fernández, del Departamento de Geografía de la Universidad de Oviedo, durante los meses de febrero y marzo de 2018, en el marco del proyecto CRONOANTAR. Gracias a la toma de muestras de suelo, el equipo logró documentar la distribución y origen de los contaminantes. “Este hallazgo pone de manifiesto la extrema vulnerabilidad de los ecosistemas antárticos frente al cambio climático global”, destacan los investigadores.
El estudio contó con el apoyo del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, a través del Programa de Investigación Polar, así como con financiación de la Xunta de Galicia —mediante las ayudas a la consolidación y estructuración de unidades de investigación competitivas del SUG dentro del Plan Gallego de I+D+i— y de la Generalitat de Cataluña.