31 agosto, 2024
José Carlos Bermejo Barrera nació en Santiago en 1952, cursó estudios en el Colegio La Salle y en la Universidad de Santiago, en la que se licenció en Historia en 1974, con premio extraordinario de licenciatura y se doctoró en 1977 con premio extraordinario de doctorado. Completó su formación en Paris en la École des Hautes Études. Obtuvo la plaza de Profesor Adjunto- ahora titular- de Historia Antigua en 1978 y de catedrático por el programa I+D de la USC en 1992. Ha sido vicedecano y decano de la Facultad de Xeografía e Historia desde 1986 a 1996. Ha dirigido veinte tesis doctorales y es autor de más de cuarenta libros en español, gallego e inglés. Obtuvo por dos de sus libros en gallego el Premio de la Crítica y el Premio Losada Diéguez. Ha publicado más de cien artículos en revistas de su especialidad en los EEUU, Francia, Italia, Alemania, España, Portugal, Argentina, Chile y Nueva Zelanda. Está casado con María del Mar Llinares García, profesora titular de Prehistoria de la USC.
Estamos ante un nuevo libro, ¿es otro más o supone algo nuevo?
Todos los libros son diferentes, y en el caso de Afganistán la mayor parte de ellos suelen ser obras de experiencias y recuerdos de personas que estuvieron temporalmente allí. Y además casi siempre están relacionados con temas militares.
Este es un libro de investigación histórica, que estudia el nacimiento del estado afgano a fines del siglo XIX y comienzos del XX. El tema es interesante, además de por motivos históricos, porque permite comprender muy bien la situación actual del país. Es un estudio realizado a partir de las fuentes primarias de la época, tanto inglesas como afganas, unas fuentes muy poco utilizadas muchas veces.
¿Qué es Afganistán?
Es muy fácil responder literalmente: Afganistán es la tierra de los afganos. El sufijo stan, que aparece en los nombres de muchos países de la zona: Pakistán, Tayikistán significa eso. Se trata entonces de la tierra de un pueblo, los afganos, pero esos afganos son en realidad uno de los pueblos que habitan en el país actual: los pastunes, un pueblo sobre el que Inglaterra basó su poder, y al que ayudó económica y militarmente, proporcionándole las armas que les permitieron unificar por la fuerza un país heterogéneo y fragmentado geográficamente.
Tendemos a identificar tierra, pueblo e historia. ¿Es esto valido en el caso afgano?
Evidentemente no. En el actual Afganistán, que es una construcción geográfica artificial, conviven numerosos pueblos con lenguas diferentes. Los más numerosos son los pastunes, que poseen una lengua propia y son de religión musulmana. Pero hay una segunda lengua difundida por gran parte del país: el dari, que es un dialecto del persa, la lengua de Irán. Y junto a ellos tenemos los uzbekos, tayikos, hazaras, aimaks, turcomanos y otros pueblos más pequeños. Casi todos comparten la religión del islam sunita, pero también hay chiitas, sobre todo entre los hazaras, que son perseguidos por ello, y por su propia raza, y también estuvo presente históricamente el budismo, que nos dejó los Budas de Bamiyan, el hinduismo, el judaísmo, e incluso el cristianismo.
¿Porqué se dice que Afganistán es geográficamente artificial?
Afganistán tiene casi la misma superficie que España, y una población de unos 38 millones de habitantes. No es ese desierto que aparece en las películas bélicas. Hay regiones desérticas, como Nimruz o Farah, pero otras montañosas, que forman parte de la cordillera del Hindu Kush, que es una estribación del Himalaya. Hay zonas boscosas y dos grandes ríos de los que depende la agricultura: el Hari Rud y el Helmand. Parte de la agricultura depende del regadío de los embalses, como la gran presa de Helmand, construida por la India. En determinadas zonas el agua es un gran problema, que genera tensiones muy importantes con Irán, por ejemplo, en lo que se llama la guerra del agua.
El Afganistán creado como estado tapón por un tratado entre el imperio zarista y el británico es un país aislado, a pesar de ser el gran nudo de comunicaciones del Asia Central. Desde China e India se extendía hasta Europa la Ruta de la Seda, en la que enormes caravanas de varios miles de animales y cientos o miles de personas transportaban mercancías de gran valor hacia Europa. Esa ruta partía del actual Pakistán y cruzaría Afganistán, ascendiendo hacia Kabul y girando hacia Herat, un gran centro comercial fronterizo con Irán. Fue una ruta fundamental hasta la construcción del canal de Suez, que facilitó el tráfico marítimo masivo.
A Inglaterra le era esencial la seguridad de esa ruta y se la confió a los pastunes, que controlaban los pasos de montaña, pero a su vez quiso que Afganistán se quedase aislado para impedir el posible avance del imperio ruso. Para ello se negó construir el ferrocarril, demandado por la población, y que hubiese podido ser la columna vertebral del país, como lo fue y lo sigue siendo en India. Como Afganistán no tiene acceso al mar, ni ríos navegables, y es muy montañoso en toda su parte central, el aislamiento estaba garantizado.
¿Cómo se creó ese estado tapón?
Afganistán nunca fue colonizado a lo largo de la historia, si exceptuamos la zona NE, donde Alejandro Magno creó los reinos de Bactriana y Sogdiana. Al contrario, creó varios imperios, como los de Ghor y Ghazni, y parte de los territorios actuales de Pakistán, Irán y, por supuesto todos los países del norte: Tayikistán, Uzbekistán, Azerbaiyán, Turkmenistán, formaron parte de ellos. Parte de sus ciudades y de sus regadíos fueron destruidos por los mongoles de Gengis Khan, lo que empobreció el país.
Ningún poder exterior pudo controlar el país. Inglaterra perdió allí tres guerras, y ni la ocupación soviética, ni la de la OTAN consiguieron controlarlo. Inglaterra decidió construir fábricas de armas en Kabul y armar un moderno y poderoso ejército pastún bajo las órdenes del emir Abdur Rahman Khan. Ese emir creó un régimen de terror, que en realidad es el primer estado policial o terrorista de la historia. El libro dedica un capítulo a explicar cómo funcionaba y lo hace partiendo de un relato inédito, que no se pudo publicar por razones políticas, por ser el emir el protegido de la reina Victoria.
La autora del relato fue la doctora Lillias Hamilton, una militante sufragista, que fue médica personal del emir, que aprendió pastún y creó a su costa un hospital desde el que hizo una campaña de vacunación de la viruela en el mundo urbano y rural a fines del siglo XIX. Por ello tiene un gran reconocimiento como médica, pero es que además fue una gran intelectual, y a sus obras se dedican otros dos capítulos del libro: el que narra el genocidio del pueblo hazara, y el que presenta su autobiografía.
Llama la atención ese papel de una mujer en un libro sobre el país del mundo que peor trata a sus mujeres.
Podría parecer paradójico, pero en este libro las mujeres escritoras son fundamentales. No solo Lillias Hamilton, sino lady Mary Ashley Montagu, una aristócrata inglesa que vivió en Estambul en el siglo XVIII, desde donde introdujo la vacuna de la viruela en Europa y que muestra una gran comprensión de las mujeres musulmanas. O bien lady Sale, la mujer de un general, que ofreció una crónica periodística muy precisa del asedio de Kabul, que luego se publicó en un libro, y otras autoras más. Da la impresión de que las mujeres poseen más capacidad para captar la realidad social que los hombres, todos ellos militares o funcionarios.
¿Hay una visión inglesa y otra afgana en el libro?
He utilizado el libro de Fayz Katib, que tiene 4.000 páginas, el gran historiador afgano. Pero su historia se acaba antes de mediados del siglo XX y es un relato lineal de guerras e intrigas. Por eso es fundamental estudiar el libro del sultán Mohamed Khan, un hindú que fue primer ministro y creador del estado afgano del emir Abdur Rahman Khan. Su título es La constitución y las leyes de Afganistán (Londres, 1900).
Son unas conferencias pronunciadas en la universidad de Cambridge en las que explica cómo es la estructura de ese estado, e intenta justificar la necesidad de la violencia arbitraria del emir, al que llama «Napoléon afgano», «Justiniano de Afganistán», y al que compara con los reyes de Inglaterra. Mohamed Khan quiere convencer a los ingleses, como lo hacen otros historiadores ingleses estudiados en el libro, y muchos autores militares, que por cierto tenían un gran nivel cultural, de que Afganistán será un país moderno y su evolución similar a la de Europa. Es curioso ver cómo la visión inglesa y la de los afganos cultos se unifican.
¿Se modernizó realmente Afganistán, o hubo obstáculos?
Tanto los hombres como las mujeres de Afganistán, siempre que se lo permitieron, han demostrado tener la capacidad de crear un estado moderno, una gran cultura y arte. Los afganos pueden ser tan racionales y eficaces como los europeos. Pero se han enfrentado a dos obstáculos: la corrupción, que hundió por ejemplo el sistema creado por la OTAN, y el islam.
El islam era y es la base del poder económico del clero, muy asentado en el mundo rural, en el que está aliado con las oligarquías locales. El islam también participa de la corrupción, debido a los privilegios económicos del clero. Es al islam al que se deben las medidas que han creado el apartheid femenino que viven las mujeres afganas. Y es bajo su bandera de la lucha contra los kafires – infieles – como se encauzó la resistencia contra rusos, ingleses, soviéticos y occidentales. Por eso es fundamental cambiar la interpretación del islam hacia otras posibles dentro de esa religión.
¿Es Afganistán una especie de infierno, tal y como a veces se le retrata?
Ni los afganos ni Afganistán son un monstruo histórico. En el libro se puede vez como cualquier forma de crueldad física, de abusos en la guerra o en la paz, que se han dado y dan en Afganistán, tienen paralelos en Europa, pero eso sí, en el pasado de Europa.
La inmensa mayoría de los afganos ni son violentos ni locos religiosos, sino personas que quieren vivir en paz. Su infierno es la mentalidad religiosa que se les impone, y la complicidad de las potencias extranjeras que, desde que se creó Afganistán, lo han utilizado para sus propósitos. No solo Inglaterra, Rusia, sino Irán, ahora China, e incluso Alemania. Hasta los nazis se asentaron en la zona NE de Afganistán, cuyos habitantes son en parte rubios, y decían ser griegos, porque pensaban que desde allí podrían organizar la invasión de la India. Mi lucha sigue hoy en día editándose allí.
Dijo un general inglés que «sabemos más de los habitantes de la cara oculta de la luna que de los afganos». Ahora, tras la vergonzosa retirada de la OTAN, ni sabemos ni queremos saber nada. Mi propósito al escribir este libro, que es la única investigación histórica basada en fuentes primarias escrita en España, es contribuir a despejar ese telón de noche y niebla que envuelve a las gentes de Afganistán. Hay una frase en dari que se usa para dar la bienvenida a una familia a una persona o a otra familia. Dice así: mis ojos seguirán tus pasos. Mi ilusión sería que los ojos de algunos lectores deseasen seguir un poco los pasos de esos pueblos, ahora arrinconados por la historia.