4 agosto, 2024
Lo reconozco, nunca pensé que echaría de menos al bueno de Montilla… ¿Estás ahí, José?, ¿puedes oírme?. Por favor, ¡vuelve ya!
Resulta que aquí estamos desde que te fuiste: con un nuevo papelón de un Salvador Illa que sigue órdenes de arriba y que va con todo a por su investidura como nuevo presidente de la Generalitat.
Apenas unas horas después de que la militancia de ERC diera el «sí» al comentado acuerdo con el PSOE, este comunicaba al presidente del Parlament, Josep Rull, que ya cuenta con la mayoría necesaria de 68 diputados. Se pone ahora el reloj parlamentario en marcha mientras, por primera vez en mucho tiempo, los barones socialistas a lo largo del país tensan la cuerda amenazando con un auténtico cisma.
¿Y qué pinta Illa en todo esto? Pues, personalmente, creo que más bien poco. Creo que, Salvador, por mucho que más de uno ya haya querido hacer el chiste, no viene a salvar nada ni a nadie. Salvador, repetimos, sigue órdenes de arriba y Salvador, no nos engañemos, existe, habla y actúa por la gracia de un Pedro Sánchez que trata de dirigir al milímetro cada movimiento y, precisamente ahora, piensa en como contener la oposición interna.
Y es justo en medio de este escenario donde aparece un Salvador Illa que, perdónenme, pero no se aguanta más. La nada misma veo en Illa, siempre plano, nunca transmite nada, como una antena de madera, no transmite nada. Y no sé si es por la capacidad del propio Illa o porque, realmente, defender y explicar la actual relación socialista con el independentismo catalán y mantener un discurso e imagen coherente es un ejercicio que cuesta trabajo a más de uno.
Sea como sea, el caso es que Illa ya hace tiempo que asumió que su papel es el de ver, oír y callar. Y entre medias, si eso, ya que así a lo tonto será presidente de la Generalitat, mandar. Hasta donde Moncloa crea conveniente, claro.