Vista panorámica de la ciudad de Santiago de Chile
2 mayo, 2024
La ciudad de Santiago de Chile, fundada en 1541 en honor al Apóstol, es la capital y centro geográfico e histórico de dicho país. Su aglomeración urbana la convierte en una de las metrópolis más pobladas de Latinoamérica, además del centro económico y administrativo de la República de Chile. Conformado por un territorio que contiene 43 comunas, alberga los principales organismos públicos, comerciales, culturales y financieros. Además, se posiciona habitualmente como líder en una larga serie de factores sociales, económicos y ambientales y tiene el privilegio de ser considerada entre las ciudades más seguras de América Latina.
Apoyado en investigaciones arqueológicas, se cree que en dicha zona del actual país se asentaron los primeros grupos humanos alrededor del año 10.000 antes de Cristo. Dichas etnias nómadas que basaban su alimentación en la caza de guanacos, con el tiempo se fueron convirtiendo en pequeñas aldeas sedentarias que aprovechaban la cuenca del río Mapocho para cosechar papa, maíz y porotos. Base de las expediciones incaicas hacia el sur y parte del Camino del Inca, fue el lugar elegido por la gobernación de Nueva Castilla para acampar y establecer relaciones con los pobladores originarios.
El elegido para realizar la larga travesía desde Cuzco (en los Andes peruanos) fue el conquistador extremeño Pedro de Valdivia, que al llegar a la cuenca del Mapocho convocó a los caciques para explicar la intención de formar allí una población española, situación aceptada por los incas ante la superioridad de las fuerzas militares ibéricas. Finalmente, en nombre del rey Carlos I de España, se crearía la futura capital de la por entonces gobernación de Nueva Extremadura. De esta manera, el 12 de febrero de 1541, Pedro de Valdivia formalmente funda la ciudad de «Santiago del Nuevo Extremo», nombre oficial en honor y bajo la protección del Apóstol Santiago, Santo Patrono de España, con casas de paja y barro en un total de 80 manzanas.
Representación de la fundación de Santiago de Chile
Igualmente los orígenes topográficos, más allá del elegido en honor al Apóstol, a la fecha siguen en discusión y continúan alimentando la polémica. Con la denominación «del Nuevo Extremo» todavía se mantienen las dudas sobre si el fundador intentó homenajear a su pueblo de nacimiento (Villanueva de la Serena, en Extremadura) o se refería a las tierras colonizadas al sur del lago Titicaca, que eran el «extremo» de los espacios por entonces conocidos. Y el definición del término «Chile» es aún más controversial ya que existen diversas teorías: el apelativo se habría originado en la palabra quechua chire, que significa ‘frío’; en Chille, antiguo hidrónimo en el valle del Aconcagua; en el epónimo Tili -el cacique picunche que gobernaba ese mismo valle a la llegada de los incas, antes del arribo de los españoles-; en el término quechua chili, ‘la flor y nata de la tierra’; en chili, onomatopeya, que es procedente del idioma mapuche, del canto del trile, palabra usada para llamar a este pájaro de manchas amarillas en las alas; en la voz aimara chilli, ‘donde se acaba la tierra’; o se habría debido a un grupo de indios mitimaes, trasplantado al «valle de Chile» por los incas, que provendría de una región en donde existiría un río bautizado con ese nombre.
El historiador Arturo Sepúlveda nos reseña el desarrollo de la ciudad de Santiago. «Desde sus orígenes, desde la propia fundación, Santiago fue diseñada, construida y planeada para ser el centro neurálgico de un nuevo territorio entre la Cordillera de los Andes y el océano Pacífico. La gobernación del Nuevo Extremo luego fue llamada Capitanía General de Chile y dependía del Virreinato del Perú, al que abastecía con mercaderías. Pero siempre se mantuvo como eje central de la región, hasta el surgimiento de la República de Chile. Durante la etapa colonial estuvo varias veces a punto de desaparecer por los reiterados ataques indígenas, pero siempre volvía a repoblarse rápidamente. Santiago, además, sobrevivió a un terremoto devastador, epidemias de viruela, altísimas tasas de criminalidad y un desborde histórico del río Mapocho. Una y otra vez la ciudad volvía a nacer y por entonces nadie dudaba de que se debía a la protección del Santo Apóstol»
A principios del siglo XIX comenzaron a gestarse los movimientos revolucionarios sudamericanos, generando un proceso que el 18 de septiembre de 1810 proclama la Primera Junta Nacional de Gobierno e iniciaría la independencia de Chile con Santiago como capital de la nueva nación. «Las guerras por la independencia continuaron hasta 1818 -continúa Sepúlveda- y generó un espíritu de sentimiento patriótico y libertad inédito en la historia. Tal vez por eso, luego de resistir a dos nuevos terremotos en muy poco tiempo, ya nadie festejó el resguardo del Apóstol ni rezó en su agradecimiento: los habitantes, casi 50.000 por entonces, ya eran mestizos o nacidos chilenos, así que durante muchos años dejaron de adorar al Santo Patrono, que en el inconsciente colectivo estaba identificado con los españoles. Si habían logrado sobrevivir nuevamente, era solamente gracias a ellos. En fin, cuestiones del reconocido orgullo chileno, a veces muy positivo y otras tan nefasto».
Y amplía. «Con respecto a la población española en Santiago, es la misma proyección que en el resto de Chile. Los primeros colonos eran de Extremadura, lo que consolidó la llegada de muchos compatriotas de esa zona, así como de Andalucía, Salamanca y luego catalanes. La comunidad gallega se asentó muchos años después, con las grandes oleadas inmigratorias y en su gran mayoría en Argentina. En Chile hay apenas 4.000 gallegos originarios y la cifra puede llegar a triplicarse con sus descendientes directos. Si me preguntas cuál es la razón, mi opinión es que la Cordillera de los Andes surge como un obstáculo tanto físico como anímico. La cuestión de cruzar al «otro lado», lo que implica llegar por tierra cruzando todo el ancho de otro país creo que ha sido una cuestión decisiva: aquellos gallegos que desembarcaban directamente en el puerto de Buenos Aires se quedaban allí o se repartían por las provincias. Llegar en barco a Santiago a principios del siglo pasado era como dar de nuevo la vuelta al mundo, por eso aquí la comunidad gallega es acotada: al ser un grupo reducido de gallegos el que terminó por afincarse en estas tierras, sus costumbres y cultura no tuvieron en Chile la relevancia que si adquirieron en otros países del resto de América».
Uno de los descendientes de gallegos que viven en el Santiago chileno es Alejandro Cejas, nieto de emigrantes de Ordes, en A Coruña. Su abuelo José se embarcó a principios del siglo pasado con el objetivo de instalarse en Cuba «pero en el barco conoció a un muchacho asturiano que había sido reclamado desde Chile y prometió conseguirle trabajo, así que decidió ir por lo seguro y acompañó a su nuevo amigo en un larguísimo viaje hasta la mina «El Teniente», en la comuna de Machalí, Región del Libertador General Bernardo O’Higgins, a 50 kilómetros de la ciudad de Rancagua. Lo que no se imaginaba es que la labor que iba a tener que ejercer era la de minero para extraer cobre» según nos cuenta. «La vida del minero es durísima -relata-. Además de ser un trabajo insalubre, sin luz natural ni ventilación y altamente peligroso, no era bien pagado. Pero mi abuelo nunca le esquivó al esfuerzo; emigrado de Galicia luego de haber sufrido tantas carencias, nunca se quejó de nada y permaneció en la mina durante casi 30 años, hasta que las lesiones consecuencia del trabajo extremo lo obligaron a retirarse. Formó una familia hermosa y construyó su propia casa, pero en cuanto falleció el abuelo, mi padre decidió que nadie más en la familia seguiría haciendo este tipo de labores y optó por venirse a vivir a Santiago».
Trabajadores de la mina El Teniente en 1931
Alejandro tenía apenas dos años cuando llegó a la capital chilena. «Mi padre no quería saber nada de trabajar en la mina, aunque varias veces le ofrecieron el puesto que había dejado vacante mi abuelo; prácticamente huyó de Tamarugal en busca de un proyecto de vida superior. Trabajó por su cuenta en puestos callejeros de comida, luego puso un pequeño comercio y nos pagó una educación de gran nivel. Gracias a la cultura del esfuerzo propia de los gallegos, pude estudiar, recibirme y hoy trabajo en un banco muy importante en la zona de Las Condes. Sin el sacrificio de mi familia jamás lo hubiera logrado… Chile es un país con una economía que se supone fuerte, pero también hay mucha diferencia entre clases sociales. El norte del país sigue viviendo de la extracción de minerales, pero mientras los dueños de los yacimientos son millonarios, los trabajadores siguen cobrando magros salarios en un entorno poco seguro. El sur tiene paisajes maravillosos pero se encuentra aislado y por ser un territorio tan largo y estrecho, los poderes están totalmente centralizados: como dice el refrán, ‘Dios está en todos lados pero atiende en Santiago’. La capital es el alma del país».
Y pese a la pequeña comunidad que vive en la ciudad, Galicia se encuentra representada por la Corporación Lar Gallego, que se constituyó el 10 de noviembre de 1967 en el marco de la realización de distintas actividades para reunir a emigrantes gallegos y a sus respectivas familias en torno a los valores de la cultura y tradiciones gallegas en Chile, desempeñando diversas tareas de integración en la sociedad y difusión de sus actividades con la comunidad local. Además, en la capital nacional y a pedido del M. I. Sr. D. Jenaro Cebrián Franco, delegado diocesano de Peregrinaciones, Canónigo de la SAMI Catedral de Santiago de Compostela, fue fundado el Círculo Chileno de Amigos del Camino, para fomentar la figura del Apóstol y asesorar a los futuros peregrinos desde esas tierras hacia la tumba apostólica. Dicha entidad, además de haber organizado decenas de eventos, comidas, charlas y caminatas para difundir el Camino, fue declarada Asociación de Interés Público por el Ministerio General de Gobierno de Chile y en 2019 recibió el Premio Camino de Santiago como la mejor Asociación a Nivel Internacional, entre varias otras distinciones.