9 agosto, 2024
Esperpento, bochorno, burla, humillación, ridículo y muchas complicidades son la suma de lo ocurrido este jueves en Cataluña, donde, una vez más, un prófugo de la Justicia sentó un peligroso precedente, se rió de todos con tintes de la antigua Roma “Veni, vidi, vici” (llegué, vi, vencí) y protagonizó un episodio doloroso. Algo nunca visto en un país de la Unión Europea, con 50 millones de habitantes que hoy son noticia en el mundo por algo inaudito: todo el poder del Estado fue incapaz de controlar a una sola persona, que atenta contra la normalidad democrática, se cisca en la Justicia y deja en evidencia la fragilidad institucional de la nación.
Cuesta pensar que el líder de Junts, el más buscado y esperado, con amenazas previas de que vendría, largue un discurso ante sus fieles nada menos que en el Arco de Triunfo de la capital catalana, en pleno centro de una metrópoli en estado de alerta, “tomada” por centenares de efectivos de los Mossos, y se esfume tranquilamente sin que los responsables de detenerlo –centenares de policías– se enteren. Ni en el cine son capaces de guionizar ocurrencias tan kafkianas. Una vez más, la realidad supera a la ficción.
Se trata de un ridículo espantoso o algo peor: una confabulación en toda regla en la que participaron no solo los militantes más cercanos sino quienes, desde Madrid, controlan las cloacas del Estado, con el irresponsable Pedro Sánchez a la cabeza y su leal Marlaska, ministro del Interior, haciéndole la ola. El daño en el resto del mundo a nuestra imagen de país moderno y seguro es brutal.
Cuando maldecimos el régimen de Maduro o la degradación de Cuba en años de férrea dictadura donde todas las barbaridades son posibles, entre el innombrable Zapatero de turno y la misteriosa desaparición de Barcelona llegamos a la conclusión de que estamos inmersos, más que en una monarquía democrática, en una república bananera.
Lo de Puigdemont es de cine, puro funambulismo. Miles de efectivos, centenares de seguidores aplaudiendo, montones de periodistas apuntando sus ojos y cámaras en todas direcciones han sido incapaces de controlar a un solo hombre con la aparente complicidad –por lo que se sabe a última hora de la tarde– de dos mossos, ambos detenidos.
Espectáculo denigrante que genera un daño irreversible a la confianza en las fuerzas de seguridad, una humillación inaudita, un filme de ciencia ficción. Ni Houdini lo haría mejor.
Y lo más sangrante es el silencio, en apariencia cómplice, de quien, como presidente de todos los españoles, debería ser el primero en dar explicaciones y defender la Ley y el Orden como pilares fundamentales de la convivencia. Pedro Sánchez, el mudo monclovita, se limitó a poner unas líneas en redes sociales insistiendo en el mantra de que “Cataluña gana y España avanza”. Menudo cachondeo.
Por su culpa somos rehenes de un prófugo que en dos ocasiones se fugó de los Tribunales y al que desde el Gobierno se le perdona todo, sencillamente por los siete escaños que mantienen a Sánchez en el poder. El Estado soy yo, proclamó Luis XV, a quien se le atribuye también “después de mí, el diluvio”. Encaja con el narcisismo del inquilino de La Moncloa. Illa es ya presidente de Cataluña, pero ¿a qué precio? Cautivo de su minoría parlamentaria, le espera una legislatura tenebrosa.
Mientras, alrededor de las diez de la noche, la “Operación Jaula”, que se reactivó a media tarde, provocó un caos tremebundo: miles de viajeros detenidos, otros tantos maleteros abiertos, motoristas a quienes se les pidió que se quitaran el casco para identificarse… una locura. Hasta ahora, sin rastro del huido.
En resumen: un político fanático y fundamentalista huye como una rata en un maletero mientras sus compañeros de partido y correligionarios ingresan en prisión. Es financiado por empresarios afines y permanece siete años viviendo a cuerpo de rey; regresa cuando quiere y entra como Perico por su casa pese a que se encuentra en busca y captura por orden judicial; enardece a unos pocos miles de seguidores, les arenga en escasos minutos, se oculta entre fieles con sombreros de paja y señuelos circenses, y regresa a Waterloo, en dónde reside.
Además, pone en ridículo al Estado con la complicidad, por omisión, del Gobierno y deja la sensación de que no vivimos bajo el paraguas de una monarquía parlamentaria sino que somos un país de coña, hazmerreir del mundo. Como telón de fondo, un presidente, Pedro Sánchez, sediento y ansioso de poder, capaz de todos los horrores con tal de seguir sosteniendo el bastón de mando. Con la dignidad por los suelos, pero para él, ¿qué es eso de la dignidad? ¡¡Porca miseria!!