13 octubre, 2025
El segundo principio de la farsa política, una vez que ha quedado claro el derecho universal a ser un genio y estar por encima de todos los demás, que naturalmente estarán a la misma altura que el propio genio, es el mito del votante racional. La política consiste única y exclusivamente en conseguir votos, sumarlos y así poder conseguir el gobierno, repartirse en todo el sistema político miles y miles de cargos, nombrar miles de asesores, desde el municipio a la Moncloa y tener acceso a las redes del poder económico y sus subsiguientes beneficios.
Un voto es una opinión. En la URSS, tal y como muy bien explicó Lenin, no se votaba, porque solo se podía gobernar desde la verdad, que es única. Por eso tampoco podía haber partidos políticos, ni disensiones dentro del PCUS (Parido Comunista de la Unión Soviética). Si la verdad es una no puede haber votos contradictorios. En los sistemas democráticos, sin embargo, esto no se puede defender de ninguna manera, y por eso se crea el mito del votante racional. Hay dos clases de votantes: los que votan conscientemente porque conocen la realidad y desean hacer una elección racional, y los que votan movidos por las pasiones, que sería irracionales y fácilmente manipulables. Por esa razón, aunque eso no se pueda formalizar, porque desaparecería el sistema democrático, se puede descalificar el voto de millones de personas, porque es el voto de los que están del lado malo y del lado equivocado de la historia. Son aquellos que no quieren subirse al tren de la historia que conduce el gran líder, ya sea un dictador o una persona elegida por la mera aritmética de las urnas.
La verdad y la mentira se refieren a los hechos, pero no a los derechos ni a la moral. Los sistemas legales se basan en los principios de legalidad e ilegalidad y los principios del bien y del mal.
Todos esos votantes estarían equivocados. Lo que es muy curioso, porque las opiniones tienen que ser diversas, al contrario que la verdad, y las elecciones están basadas en los gustos o los símbolos, que tampoco pueden ser verdaderos o falsos, sino solo adecuados o inadecuados. La verdad y la mentira se refieren a los hechos, pero no a los derechos ni a la moral. Los sistemas legales se basan en los principios de legalidad e ilegalidad y los principios del bien y del mal. Un asesinato es un hecho verdadero, pero legalmente es un delito. Si no hay hecho no hay delito, pero el delito se trata en un juicio y con una pena. Ni que decir tiene que además es inmoral. Pero no todo lo que es inmoral es un delito.
La misión de un gobierno no es decir lo que es verdad ni lo que es mentira, ni decirle a la gente cómo tiene que vivir, ni mucho menos ser feliz, como pretendió la revolución rusa y pretenden los políticos de la farsa. La misión de un gobierno es administrar los bienes públicos y garantizar los derechos de las personas. Esos derechos no son discutibles, no porque sean verdad, sino porque son derechos universales de los ciudadanos. Por eso para un gobierno no puede haber votantes afines y votantes enemigos, porque los votos mueren el mismo día de las elecciones y el gobierno gobierna después de que se haya votado y para cumplir las obligaciones que le son propias y no para conseguir más votos para otras elecciones. Un gobierno no puede alzar muros entre grupos de votantes ni dividir a un país, porque es el gobierno para todos. Defender la idea de las dos partes, de los amigos y de los enemigos es la negación de la democracia. Lo dejó muy claro Karl Schmidt, el jurista que hizo un derecho a la medida del nazismo, cuando defendió la idea de que la política no se basa en la ley, el derecho y la idea de comunidad de seres racionales, sino en las ideas primarias de amigo y enemigo, de amor y de odio.
Todos sabemos cómo acabó el nazismo y las consecuencias que tuvo en la URSS la idea de los “amigos y enemigos del pueblo”, que lo eran solo de los líderes del partido. En Alemania y la URSS todo esto se hizo conscientemente y a plena luz del día, porque se podía hacer, gracias al uso de la fuerza y la represión política. En España ahora ni el gobierno dispone de esa fuerza, ni existe la represión política que hubo en esos regímenes o en el franquismo. La comparación podría ser inútil, pero no lo es porque se apela a esas ideas en el modo de una farsa.
El avance de las pasiones políticas, de los símbolos, lo gestos y los gritos se dio y se vuelve a dar en rituales como la exhibición de las banderas, en la que los nazis, comunistas de diferentes países y otros tipos de regímenes fueron maestros
Esa farsa tiene un sentido y es que permite ocultar una realidad muy cruda. Crea un mundo verbal, en el que las palabras pierden su sentido y ya no se refieren a nada, pero sí que sirven para alienar a parte de la población, para hacerles creer que viven en un mundo que ya no existe y ocultar la realidad de un proceso de degradación de todo un sistema político racional, del lenguaje político, de la cultura y el pensamiento, que quedan usurpados por políticos carentes de principios, de ideas, de conocimientos, y que confunden diálogo con manipulación y maquinación. Ese proceso fue estudiado muy bien por el filósofo marxista Georg Lukács en su libro La destrucción de la razón (Berlín, 1962) en el que describió cómo en Alemania el progresivo dominio de las pasiones sobre los argumentos, de los símbolos sobre las ideas, acabó por abrir el camino a ese mundo de la sinrazón, del odio y el culto a la violencia que fue el nazismo.
El avance de las pasiones políticas, de los símbolos, lo gestos y los gritos se dio y se vuelve a dar en rituales como la exhibición de las banderas, en la que los nazis, comunistas de diferentes países y otros tipos de regímenes fueron maestros. Podríamos decir un poco en broma que, desde un punto de vista marxista y buscando un motor económico de todo, la proliferación de banderas debe estar promovida por los empresarios del textil, que en el pasado eran catalanes. Tras el 11-S la demanda de banderas norteamericanas fue tan grande que solo pudo fabricarlas la China llamada comunista.
Pero hay otro uso de las banderas de talla grande o XXL, que en España inauguró Federico Trillo cuando era ministro de defensa y protagonizó, por ejemplo, el glorioso episodio del islote Perejil, que solo estaba habitado por cabras, tras ser ocupado por unos gendarmes marroquíes; o el vuelo del famoso Yak-42 que acabó accidentalmente con la vida muchos militares españoles, tras ser contratado en condiciones lamentables.
La mega-bandera de F. Trillo está en dura competencia con las de otros países nacidos de la antigua URSS y del Oriente Medio. Para disfrute de los amantes de los rankings, muy abundantes en las universidades, daré algunas cifras. Tayikistán ha construido una gran bandera que pesa 100 kilos, y tiene sesenta metros de largo y treinta de ancho ondeando en un mástil de 165 metros de altura. Estaba en la cumbre del top ten, hasta que en el año 2001 Abu Dabi, que tiene el edificio más alto del mundo, izó otra más larga y ancha. El rey Abdullah de Jordania, herido en su honor, hizo otra en 2003 con su mástil de 127 metros, que tampoco está mal, pero al año siguiente encargó un nuevo mástil con tres metros de largo más.
Si el acto político básico es comprarse una bandera y pasearse con ella, o con algún complemento del vestuario, eso quiere decir que la verdadera política puede estar a punto de desaparecer, bajo el estruendo de los desfiles, concentraciones y actos de todo tipo en los que lo único visible es el signo. Los organizadores no, porque siempre estarán detrás.
Turkmenistán se sumó a la competición en 2008 y alzó su mástil de 133 metros en Ashgabat. Lo que molestó a Azerbaiyán, que quería tener más largo el mástil, por lo que en 2010 alzó el suyo de 162 metros en Bakú. Lógicamente el líder de Corea del Norte no se iba a quedar atrás, y por eso desplegó su bandera a 160 metros de altura, pero aprovechando una torre de radio que emite para Corea del Sur. Sabiendo lo que le gusta a la monarquía saudí darse el pote no cabía duda de que se iba a incorporar a esta carrera, ganando el primer premio en 2014 con su mástil de 171 metros para la bandera que ondea en Jeddah.
Volviendo a Marx, tenía que acabar por aparecer una empresa, y así fue. Trident Support es la gran constructora internacional de mástiles y banderas de todos los tamaños, tipos y colores, y tanto al por mayor como al por menor. Podría parecernos estúpida esta carrera de banderas, pero no lo es, porque muestra cómo la política se ha convertido en una exhibición, unida a todo tipo de dispendios, como la organización de Olimpíadas, torneos de fútbol y de todo tipo. Si el acto político básico es comprarse una bandera y pasearse con ella, o con algún complemento del vestuario, eso quiere decir que la verdadera política puede estar a punto de desaparecer, bajo el estruendo de los desfiles, concentraciones y actos de todo tipo en los que lo único visible es el signo. Los organizadores no, porque siempre estarán detrás.