2 julio, 2024
De entre toda la paleta de sentimientos presentes en nuestras vidas, el odio es seguramente el más difícil de evitar, de combatir y el más recalcitrante, Nos envenena y no desaparece por más que nos lo propongamos.
Viene esta reflexión a cuenta de lo ocurrido en Oñate (Guipúzcoa), donde un niño de unos 6-7 años apunta con un rifle de juguete a una cabeza de gigantes y cabezudos disfrazada de Guardia Civil. Si el niño del video sobrecoge en su juego es porque hasta anteayer en ese pueblo se mataba de verdad a guardias civiles. Ahora no sucede, pero cada año los ridiculizan y acosan en las ceremonias del “Alde Hemendik Eguna” (“Que se vayan de aquí”), que celebra el independentismo vasco para mostrarles su repulsa y exigir su salida del País Vasco.
El odio es una emoción humana que consiste en desear causar mal a una persona, o género de personas. Tiene tendencia a ser permanente y frío y podría tener como causa la ira, la envidia, el resentimiento o el asco. Precisamente en la obra Anatomía del asco, William Miller propone una serie de similitudes y diferencias entre asco y odio cuando afirma que la principal relación viene dada por el concepto de aversión, que conlleva no sólo la mezcla de odio y asco, sino también la forma en que se refuerzan entre sí.
A muchos les encanta odiar. El odio es un estilo literario, una tradición política, un credo. Se odia una cosa y la contraria; en público y en privado; de cerca y de lejos; a izquierda, a derecha, arriba y abajo, adelante y atrás. Se odia para dar sentido a lo que no se entiende y se odia apasionadamente, a ciegas y con vehemencia. No somos del Barça sino antimadridistas, anticlericales en lugar de ateos. Ser de izquierdas significa odiar a los de derechas, y viceversa.
Para algunos el odio produce un cierto gozo intelectual, les permite acurrucarse en los brazos de la hostilidad, pero sin recurrir a la violencia bruta y ordinaria. La inquina se convierte en un divertimento refinado y en una barbarie erudita que hasta tiene una función social. “De todo nos cansamos, menos de poner en ridículo a los demás y vanagloriarnos de sus defectos”, escribía William Hazlitt en 1826 en su ensayo The Pleasure of Hating.
Apenas son necesarias dos gotas del más destilado odio para lograr verter millones de lágrimas de ira, envidia, dolor, sufrimiento o injusticia. Nada queda inmune al odio, que todo lo traspasa y permea. Es una pasión terrible que destruye personas al ir acompañada de la descalificación moral que las deshumaniza.
En la actualidad la política está hecha con odio y desde el odio y cada vez se va acentuando más. No se trata de hablar y defender proyectos y programas, sino de despertar el odio hacia el otro. No se trata de confrontación de ideas, sino de odiar a los que tenemos enfrente, atribuyéndoles una maldad intrínseca para después llamarles sectarios, demagogos, radicales, fachas…
No podemos permitir que los nacionalismos, los separatismos, los populismos… los egoísmos de toda condición enseñen a nuestros hijos a odiar. Hay que responder a los fabricantes del odio con los verbos amar, respetar y argumentar, desde un convencimiento profundo y con firmeza, sin retroceder un milímetro.
Y al niño de la historia habría que haberle dicho que dejase de joder con la escopeta porque con esas cosas no se juega.