
El general alemán Rommel con la 15ª División Panzer entre Tobruk y Sidi Omar, durante la batalla del desierto. Julio de 1942.
6 mayo, 2025
El 9 de mayo de 1945 fue un día significativo en la historia de la Segunda Guerra Mundial, pues aquel día marcó el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa (Japón depuso las armas el 2 de septiembre de 1945), con la rendición incondicional de la Alemania nazi a las fuerzas aliadas (Estados Unidos, Rusia, Francia e Inglaterra). Este día también se celebra como el “Día de la Victoria” en muchos países, particularmente en Rusia, donde se conmemora el triunfo soviético en la “Gran Guerra Patriótica”, como se denomina en Moscú al enfrentamiento germano-soviético de 1941 a 1945.
Un telón de acero aún en pie
En este 80 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, el telón de acero que dividió a los países occidentales y la URSS tras la contienda –hasta su caída el 9 de noviembre de 1989– se haya “levantado” de nuevo, por decisión unívoca del presidente de Rusia, Vladimir Putin, quien, el 24 de febrero de 2022, sin la existencia de casus belli, desató una despiadada guerra contra Ucrania, que se ha cobrado ya la vida de centenares de miles de personas.
Y en este escenario de confrontación con Europa, Putin ha decidido, una vez más, celebrar la victoria sobre la Alemania de Hitler como si hubiera sido un triunfo exclusivo de la Rusia soviética, lo que es una clara desvirtuación y perversión de la historia, pues un alto porcentaje del Ejército Rojo y más de la mitad de las víctimas civiles, no fueron rusas. Más aún: sin el apoyo decisivo (en dinero, materias primas y armas) del Reino Unido y de los Estados Unidos, la URSS de Stalin jamás habría podido detener a la imponente maquinaria bélica que logró articular, durante los dos primeros años de la guerra, la Alemania nazi de Hitler.
Una historia total para una guerra total
Publicado recientemente por la editorial «Crítica», el libro del historiador francés Olivier Wieviorka, “Una historia total de la Segunda Guerra Mundial”, innova por su enfoque global, que lo diferencia de sus ilustres predecesores anglosajones, centrados principalmente en la guerra en sí.
De tal manera que, en este libro, Wieviorka aborda todos los frentes: Europa, por supuesto, pero también Asia-Pacífico (a menudo descuidado, en particular China), África del Norte y Oriente Próximo. Además, se interesa por todos los actores (canadienses, australianos, indios…) y abarca todos los ámbitos estratégicos, pero también ideológicos, económicos, logísticos, diplomáticos… sin olvidar la historia social y la memoria, que siempre se ha tratado en los libros de la Segunda Guerra Mundial, cuando se aborda, como algo secundario.
El detonante: la anexión de Polonia
El 1 de septiembre de 1939, el Reich envió sus carros de combate al asalto de Polonia. El día 3, el Reino Unido y Francia declaraban la guerra a la Alemania nazi. Y el 12 de noviembre, en respuesta a esta declaración, Hitler declaró desmantelado el Estado de Polonia, quedando 20 millones de sus habitantes sometidos al yugo nazi.
Casi al mismo tiempo (el 29 de noviembre de 1939), la Unión Soviética tras haber roto relaciones diplomáticas con Finlandia, atacó a la joven república escandinava sin mediar declaración de guerra e invadió el país con el fin de anexionarse la región de Patsamo, rica en níquel.
Pacto Germano-Soviético
Así mismo, en virtud del Pacto Nazi-Comunista, también conocido como “Tratado Ribbentrop [apellido del ministro de Exteriores de la Alemania nazi] – Molotov” [apellido del ministro de Exteriores de la comunista URSS], del 23 de agosto de 1939, la Alemania de Hitler y la URSS de Stalin, establecían un acuerdo de no agresión que garantizaba la paz entre ambos países durante 10 años y el reparto territorial de Europa Oriental a conveniencia de Alemania y de la URSS.

Mujeres del estado de Florida formándose para trabajar en la industria de guerra de los Estados Unidos . Abril de 1942.
Este tratado de dos dictadores populistas de distinto signo (o quizás no tanto): comunista y nacional- socialista, debería haber hecho sonrojar a los líderes de los influyentes partidos comunistas de la mayoría de países europeos de la época, pero lejos de ello, sus principales líderes siguieron respaldando –para su descrédito y en un ejercicio insuperable de hipocresía– aquella traición a la libertad y a la democracia.

Marines estadounidenses descienden de un buque de combate, hacia las barcazas de desembarco, durante la batalla de Midway. Junio de 1942.
Aun así, aquel infame pacto germano-soviético había nacido con los pies de barro, como se vería el 22 de junio de 1941, fecha en que Hitler puso en marcha la “Operación Barbarroja”, la mayor campaña militar de la historia, destinada a la invasión de la Unión Soviética por parte de la Alemania nazi.
Masacre e infamia
Aquellos fueron los primeros fatídicos primeros pasos de lo que iba a convertirse en una masacre que, por espacio de seis años, iba a propagarse, como los jinetes del Apocalipsis, por los cinco continentes. El acuerdo de paz que puso fin a la sangría humana provocada por la Segunda Guerra Mundial, no se alcanzó hasta el 2 de septiembre de 1945, fecha en que (tras haber lanzado Estados Unidos la bomba atómica sobre Nagasaki, provocando la destrucción de la ciudad y la muerte de decenas de miles de persona), Japón firmó su rendición definitiva, tras haber masacrado a la población de China (más de 6 millones de personas asesinadas por los soldados del Imperio del Sol naciente) y llevado a cabo, frente a la Armada de los Estados Unidos, una encarnizada batalla naval en el mar e islas del Pacífico, como testimoniaron las cruentas batallas de Iwo Jima (febrero-marzo de 1945), Midway (junio de 1942), o Guadalcanal (desde agosto de 1942 hasta febrero de 1943). Sin olvidar el ataque japonés a la base naval norteamericana de Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941) que provocó la entrada de los Estados Unidos en la guerra, liderando el grupo de los Aliados (la Francia libre del general De Gaulle y el Reino Unido del premier británico Winston Churchill).
La historia menos conocida, por infame, fue que, como consecuencia del ataque japonés a Pearl Harbor, surgió el temor en los Estados Unidos a que existiera una “quinta columna japonesa” que, desde el interior del país, conspirara contra los intereses norteamericanos. Este infundado miedo existencial provocó que más de 120.000 personas de nacionalidad estadounidense y de origen japonés fuesen internadas en 10 campos de concentración (entre ellos los de Manzanar, Tule, Lake y Poston) en el oeste del país. Las autoridades recurrieron a razones de seguridad nacional para justificar esta infame medida. Los internados no recobrarían su libertad y sus plenos derechos como ciudadanos estadounidenses hasta el final de la guerra.
La macabra estadística de la muerte
El resultado de este trance atroz, que fue la Segunda Guerra Mundial, constituye un desafío a la imaginación. En él murieron un total de entre sesenta y setenta millones de hombres y mujeres, entre los cuales –fenómeno inédito– hubo más paisanos que soldados. Las cifras de la barbarie son atroces: el país que más pérdidas humanas sufrió fue la URSS, con 27 millones de víctimas (lo que representaba el 12% de su población), siendo la mitad de ellas civiles. Así mismo, Ucrania tuvo una altísima cifra de muertos (en torno a los 5 millones), de tal modo que del total de víctimas civiles durante la guerra, el 36% fueron ucranianos y el 38% rusos.

Los mecánicos revisan el motor de un avión de combate SNJ en la base aérea de Kingsville Field, Corpus Christi, Texas. Noviembre de 1942.
China registró así mismo unas cifras devastadoras, con más de 15 millones de personas asesinadas, mientras que las bajas sufridas por británicos y estadounidenses se aproximaron al millón. Así mismo, 6 millones de judíos fueron asesinados por los nazis en las cámaras de gas de decenas de campos de exterminio. Otro dato escalofriante que informa del insuperable grado de deshumanización que se alcanzó durante la II Guerra Mundial, es éste: mientras que en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) solo el 5% de las víctimas fueron civiles, en la Segunda (1939-1945) el porcentaje fue del 66%.
Una experiencia civil
Y es que la Segunda Guerra Mundial fue, en primer lugar y por paradójico que resulte, una experiencia civil. Los combates militares propiamente dichos (entre los que cabe destacar la guerra en el norte de África, entre los mariscales Rommel y Montgomery, librada entre septiembre de 1940 y mayo de 1943, o la batalla de Stalingrado, que se inició en agosto de 1942 y finalizó en febrero de 1943, con la derrota aplastante del ejército alemán, al mando del mariscal Von Paulus), quedaron confinados al principio o al final de las hostilidades. Pero entre uno y otro, el conflicto se reveló como una guerra de ocupación, de represión, de explotación y de exterminio, según una observación del historiador Tony Judt, que vale tanto para Europa como para Asia
Retorno a la esclavitud
La Alemania nazi se embarcó en la destrucción de los judíos europeos con métodos industriales, acontecimiento insólito en los anales de la Humanidad –en cuyas páginas no escasean precisamente los horrores– y acometió en el Este una campaña militar de una crueldad inenarrable.
Así mismo, Alemania y sus socios del Eje (Italia y Japón) redujeron a millones de personas a la esclavitud, para trabajar en condiciones inhumanas en su industria armamentística. Todos los beligerantes, por otra parte, azotaron con bombardeos aéreos (como el de Dresde, llevado a cabo por la aviación Aliada y que se saldó con la muerte de casi 25.000 personas) un número elevado de poblaciones que se convirtieron en blancos premeditados o en víctimas indirectas de los enfrentamientos. Además, volvieron a aparecer plagas más propias de otros tiempos, como el hambre, pero también las epidemias y el canibalismo. Un gran sacrificio humano que precipitó al abismo a la Humanidad.
Aun así, la paradoja de la Segunda Guerra Mundial fue que si aquel conflicto bélico desató en todo el planeta fuerzas maléficas que mataron, violaron o saquearon, al mismo tiempo, elevó a nuestra especie a lo más alto, al ofrecer ejemplos espectaculares de heroísmo, abnegación y sacrificio. Y aunque, a buen seguro, aquellos bellos gestos fueron decisivos para el bien de la Humanidad, la mayoría de ellos no fueron conocidos ni han trascendido hasta nuestros días, habiendo quedado sepultados para siempre en el olvido. Recordarlos, como se hace con los monumentos al soldado desconocido, debería servirnos como ejemplo para no volver a repetir el horror que toda guerra conlleva.
España, clave en la alianza entre Alemania e Italia
El 17 de julio de 1936, se produjo el golpe militar en España, en contra el Gobierno republicano del Frente Popular, dando inicio a tres años de una dramática guerra civil. Italia y Alemania, tras la proclamación de Franco como Generalísimo de las tropas sublevadas, no tardaron en apoyarlo. Fue así como la Guerra Civil española ofreció la ocasión propicia para acelerar el acercamiento entre las dos dictaduras: la fascista de la Italia de Mussolini y la nazi de la Alemania de Hitler, si bien por motivos diversos y a veces incluso, contradictorios.

Mujeres judías en un tren, camino a Palestina, después de haber sido liberadas del campo de concentración de Buchenwald. Junio de 1945.
De este modo, al deseo común de respaldar a una extrema derecha nacionalista (la del Generalísimo Franco) y de cerrar el paso al comunismo en el oeste de Europa, se sumó la voluntad de ponerle las cosas difíciles a Francia, entonces también gobernada por un Frente Popular de izquierdas, procurándole un enemigo en el sur: España.
Así y todo, Alemania, con el apoyo aéreo de la Luftwaffe e Italia, con el envío de aviones, y de miles de soldados integrados en el “Corpo di Truppe Volontarie” (CTV), perseguían metas divergentes en la Guerra Civil española. De manera que, mientras Hitler deseaba que el enfrentamiento se eternizase, para desviar la atención del Duce (Mussolini) de los asuntos europeos y obligarlo a movilizar a sus soldados lejos de Austria –nación que acabaría por anexionarse– Mussolini buscaba en España consolidar su influencia en el Mediterráneo, apoyándose en las bases que le había ofrecido Franco –en Mallorca, en este caso– y evitando que una victoria republicana propiciara un acuerdo entre el Frente Popular español y el francés, que estaba en el Gobierno.
Un nuevo orden mundial
En la conferencia de Moscú (del 19 de octubre al 3 de noviembre de 1943), con la derrota de Alemania en el frente del Este y el convencimiento de los Aliados de que Hitler ya no podía ganar la guerra, los ministros de Asuntos Exteriores británico, soviético y estadounidense, acordaron ocupar Alemania, dividirla en zonas y someterla a una autoridad común.
El 30 de abril de 1945 Hitler se suicidaba en su búnker de Berlín, junto a Eva Braun, con la que acababa de contraer matrimonio. Al mismo tiempo, los soldados rusos llegaban a la ciudad. Stalin había conseguido su ansiado sueño de adueñarse del Este de Europa. Por su parte los Aliados (los Estados Unidos de Truman, la Francia del general De Gaulle y la Inglaterra de Churchill), ocupaban las zonas en la Europa occidental que les habían sido designadas por el pacto alcanzado con la Rusia de Stalin en la Conferencias de Yalta, celebrada entre los días 4 al 11 de febrero de 1945. Washington deseaba, además, que Moscú secundara el nuevo orden internacional, que tendría a la ONU por piedra angular.
Descolonización y telón de acero
En cuanto a Asia y África, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, parecía llegado al fin la hora de la independencia. La salvaje explotación que habían llevado a cabo las metrópolis europeas, tanto antes de la guerra como en su transcurso, había aumentado el resentimiento de los pueblos colonizados, que se apoyaron sobre la legitimidad que les brindaba la Carta del Atlántico y el sostén que aportaban los Estados Unidos y la URSS para avanzar en la vía de la emancipación.

Observador militar situado en la azotea de un edificio en Londres, intentando atisbar la llegada de las temibles bombas voladoras V2 alemanas. Mayo de 1942.
Sin embargo, tras los juicios de Nuremberg (celebrados desde octubre de 1945 hasta octubre de 1946) en el que se juzgó a numerosos militares y civiles nazis por los crímenes de guerra y crímenes contra la Humanidad que habían cometido, el distanciamiento entre los países occidentales y la URSS se hizo definitivo. Estados Unidos y la Unión Soviética se prepararon para entablar la Guerra Fría. Un telón de acero dividió muy pronto Europa en dos bloques.
Apocalipsis en China e Indochina
Y en China, pese al tratado que suscribieron, el 10 de octubre de 1945, el nacionalista Chian Kai-shek y el comunista Mao Zedong, muy pronto ambos se enzarzaron en una guerra civil que culminó en 1949 con la victoria de Mao (“el gran Timonel”) quien, con su programa de colectivización comunista masiva, denominado el “Gran salto adelante” [1958-1962] fue el responsable directo de la muerte de decenas de millones de sus compatriotas.

Portada del libro Una historia total de la Segunda Guerra Mundial, publicado por la editorial CRÍTICA.
Del mismo modo, la autoproclamada independencia, en 1945, de los pueblos de la Península de Indochina (Laos, Camboya y Vietnam), provocó una cruenta guerra con Francia, su antigua metrópoli, que heredarían los Estados Unidos en la conocida Guerra de Vietnam, que finalizó en 1975 con la derrota estadounidense y la subida al poder, contra lo que habían luchado los Estados Unidos (desde 1964 hasta 1975), de un gobierno comunista.
El hoy, fruto del ayer
Todo lo anteriormente expuesto y aún otros muchos conflictos geoestratégicos que se manifiestan a día de hoy (por ejemplo, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha utilizado como uno de sus pretextos para desencadenar la guerra de Ucrania, en febrero de 2022, que lo que pretende con su eufemística “operación militar especial”, es desnazificar el país que preside Volodímir Zelenski), pone de relieve que la Segunda Guerra Mundial provocó un terremoto mundial de una altísima intensidad, cuyas sacudidas hicieron temblar –y hacen temblar aún– nuestro planeta.