7 abril, 2024
Como su fama le precedía de cuando le toco regir los destinos de la municipalidad de su Valladolid natal, y precisado como andaba Pedro Sánchez de encontrar un a modo del dóberman que quería Guerra para confrontar con Cascos, nada mejor que echar mano de Oscar Puente para tal cometido, otorgándole, además, la responsabilidad sobre el ministerio que más protestas genera por la crónica deficiencia en infraestructuras. Hábil que es el presidente a la hora de ponerlo a los pies de los caballos.
Y lo cierto es que acertó, porque desde su arribada al Consejo de Ministros no hay día que no defraude en su actuación de pretendido dóberman, en este caso más ladrador que mordedor, al estilo del peor matonismo de discoteca. Un ejemplo, a la opositora que le pide agilizar una infraestructura le responde con un contundente “sinvergüenza”. Así es el espécimen.
Pero como la capacidad de insultar parece haberla reservado para sí mismo, no tiene reparos en reconocer una prevaricación de libro al encargar a funcionarios del Ministerio el inventario de todos los insultos que aparecen en la prensa, escrita o digital, contra su persona olvidándose por el momento de la radio y televisión, que ahí sí que queda tela que cortar. El resultado, 195 folios que condensan los supuestos ataques de hasta 33 medios de comunicación nada favorables a la gestión del ministro-bocazas. Un recopilatorio que, dicho sea de paso, no sabe distinguir entre insulto, crítica y definición y que aporta un resumen de cerca de un centenar de esos pretendidos insultos.
Echando un vistazo a la lista, hay que significar que, salvo excepciones, el nivel de crítica, insulto o descripción, según el caso, adolece de imaginación para quedarse en el lugar común de lo que se escucha a pie de calle. Así, machista, mentiroso, chabacano, maleducado, mediocre, necio, arrogante, vacilón, grosero, chulesco, violento, mostrenco, cafre o tabernario, por no seguir, no dejan de ser expresiones que en la visceralidad a que los políticos han conducido la convivencia ciudadana son el pan del día a día.
Hay, sin embargo, algunas otras expresiones que sí alcanzan un nivel superior en su descripción, muchas veces por mera asociación de ideas, como serían “brilla como un mingitorio”, “neardental político”, “Cagalindes”, “lleva la chulería puesta de serie”, “Antripoide”, “El mejor mulo de reata”, “Cogollito de excrecencia”, “aceite de todo a cien”, que evidencian que en las columnas de opinión de los periódicos aún quedan firmas dignas de seguirse.
Como habitúan a ser poco leídos, mucho menos el ministro, desconocen, dentro de nuestra literatura, los “harto de ajos”, “corazón de mantequilla”, “silo de bellaquerías”, “ánimo de ratón casero”, “infacundo”, “belitre” o “bellaco descomulgado”, que Cervantes puso en boca de algunos de sus personajes de El Quijote.
Con todo, el culmen del inventario de improperios hay que asignárselo por méritos propios al fallecido Jaime Campmany, que proclamaba haber recopilado hasta quinientas veintisiete palabras con el significado de tonto, tales como “tiracantos”, “ablandabrevas”, “gilimursi”, “cascaciruelas”, “mediacuchara”, “pavitonto”, “boquimuelle”, “chuchumeco”, “niporesas”, “parapoco”, “pelahuevos”, “pisaverde” “zampabodigos” o “tontilindango”. Todas ellas figuran en el diccionario de la RAE y, en muchos casos, resultan más jocosas o irónicas que hirientes además de evidenciar la riqueza de nuestro idioma. En suma, dignas de no caer en el olvido.
Eso sí, campmany no olvidaba “una que inventó mi inolvidable Cela: cagapoquito”. Pues suerte y al tajo, que materia prima sobra.