5 julio, 2025
El sexo es el juguete favorito de los mamíferos, desde que nacen hasta que mueren. Charles Baudelaire solía decir que “la sexualidad es el lirismo de las masas”. James Baldwin lo pone menos poético: “El sexo es como el dinero: no piensas en otra cosa si no lo tienes y piensas en cualquier otra cosa si te sobra”.
El sexo en la especie humana trasciende su función reproductiva, desempeñando roles fundamentales en la biología, la psicología, la cultura y la sociedad, más allá de lo que pensaba el dramaturgo germano Bertolt Brecht: “Por una vez, debes intentar no eludir los hechos: la creación se mantiene viva gracias a actos bestiales”. Desde el punto de vista biológico, el sexo se refiere a las características físicas y genéticas que distinguen a los individuos como masculinos o femeninos. En los humanos, esto incluye los cromosomas sexuales (XX para mujeres, XY para hombres), las gónadas (ovarios o testículos), los niveles hormonales y los órganos reproductivos. Estas diferencias determinan la capacidad reproductiva y el desarrollo de características sexuales secundarias. Además, la reproducción sexual permite la combinación de material genético de dos individuos, lo que incrementa la variabilidad genética y la adaptabilidad de la especie.
El sexo también cumple funciones psicológicas y emocionales significativas. Las relaciones sexuales pueden fortalecer los vínculos afectivos entre las personas, promover la intimidad y servir como medio de expresión emocional. El obstetra francés Frédérick Leboyer defendía que “hacer el amor es un remedio soberano para la angustia”. En algunas especies de primates, como los bonobos, el sexo se utiliza como herramienta para aliviar tensiones y resolver conflictos sociales. En los humanos, el sexo puede actuar como un mecanismo de reconciliación o alivio del estrés, aunque su uso excesivo con fines utilitarios puede derivar en dinámicas poco saludables.
Desde una perspectiva evolutiva, el sexo ha sido una estrategia clave para la supervivencia y adaptación de la especie humana. La reproducción sexual permite la mezcla de genes, lo que aumenta la diversidad genética y la capacidad de adaptación a entornos cambiantes
La sexualidad humana está profundamente influenciada por factores sociales y culturales. Las normas, creencias y valores de cada sociedad moldean las actitudes hacia el sexo, determinando lo que se considera aceptable o tabú. Estas construcciones sociales afectan la forma en que las personas experimentan y expresan su sexualidad. Además, la distinción entre sexo y género es fundamental: mientras que el sexo se refiere a características biológicas, el género engloba roles, comportamientos e identidades construidas socialmente.
Desde una perspectiva evolutiva, el sexo ha sido una estrategia clave para la supervivencia y adaptación de la especie humana. La reproducción sexual permite la mezcla de genes, lo que aumenta la diversidad genética y la capacidad de adaptación a entornos cambiantes. En algunas especies, el sexo cumple funciones sociales que fortalecen la cohesión del grupo y facilitan la cooperación.
El sexo ha sido objeto de diversas interpretaciones y restricciones en distintas religiones y culturas a lo largo de la historia. Estas perspectivas han influido en normas sociales, prácticas y creencias sobre la sexualidad.
Las religiones abrahámicas (cristianismo, islam, judaísmo) suelen promover normas sexuales estrictas, como la prohibición del sexo fuera del matrimonio, la condena de la homosexualidad y la valoración de la castidad. En algunos contextos, se ha buscado controlar la sexualidad individual, etiquetando ciertas prácticas como pecaminosas y promoviendo la represión de deseos sexuales.
El experimento sexual no siempre es placentero y, aún siéndolo, casi siempre acarrea consecuencias, que personas, familias y sociedad no deben ignorar negligentemente
En las culturas orientales y asiáticas, mientras que tradiciones como el tantrismo en el hinduismo consideran el sexo como una unión mística, otras corrientes han promovido la abstinencia y la represión sexual como medios para alcanzar la iluminación espiritual. En algunas culturas asiáticas, las normas sociales han impuesto restricciones sobre la expresión sexual, especialmente para las mujeres, valorando la virginidad y la sumisión.
En las culturas africanas, en ciertas comunidades, se han llevado a cabo prácticas como la mutilación genital femenina, con el objetivo de controlar la sexualidad femenina y preservar la virginidad, lo que ha tenido consecuencias negativas para la salud y los derechos de las mujeres.
En las culturas indígenas, la colonización y la evangelización impusieron normas sexuales occidentales, etiquetando sus prácticas como inmorales y promoviendo la represión de su sexualidad. Muchas culturas indígenas reconocían y respetaban diversas identidades y expresiones sexuales, pero estas fueron reprimidas o eliminadas por influencias externas.
El experimento sexual no siempre es placentero y, aún siéndolo, casi siempre acarrea consecuencias, que personas, familias y sociedad no deben ignorar negligentemente. El mercadeo del sexo generó una de las profesiones más antiguas. David Cort afirmaba en Social Astonishment (1963). “El sexo es el gran arte amateur. El profesional, hombre o mujer, está mal visto, pierde el objetivo y arruina el espectáculo”. La anarquía sexual y la relajación higiénica atrajeron la enfermedad. En 1633, John Donne ponía en verso: “Los misterios del amor crecen en las almas, pero el cuerpo es su libro. Quien ama, si no se propone el verdadero fin del amor, se hace a la mar solo para enfermarse”; y el 26 marzo de 1763, James Boswell decía en el London Journal que “si el deleite venéreo y el poder de propagar las especies se permitieran sólo a los virtuosos, el mundo sería muy bueno”; pero la virtud en el mundo es un bien escaso.
La prostitución es una práctica presente en diversas culturas y épocas, con múltiples significados y regulaciones a lo largo de la historia
Las enfermedades de transmisión sexual (ETS) representan un desafío significativo para la salud pública a nivel mundial. Más de 1 millón de personas contraen una ETS curable cada día en el mundo, siendo las más comunes: Clamidiasis, Gonorrea, Sífilis y Tricomoniasis. En 2020, se estimaron 374 millones de nuevas infecciones de estas cuatro ETS entre personas de 15 a 49 años. En Estados Unidos se notificaron más de 2.5 millones de casos de clamidia, gonorrea y sífilis. La clamidia se mantiene como la ETS más común, con una tasa de aproximadamente 495 casos por cada 100.000 habitantes. La región europea de la OMS registró 17 millones de casos notificados de ETS bacterianas. En 2023, se confirmaron más de 230.199 casos en la UE, con una tasa bruta de 70.4 casos por cada 100.000 habitantes. La prevalencia estimada de clamidia es del 2.76% en mujeres y del 2.64% en hombres. En Japón, las ETS más comunes son la uretritis no gonocócica y la cervicitis, principalmente atribuidas a la infección por Chlamydia trachomatis; y en 2022, los casos de sífilis superaron los 10.000 por primera vez, mostrando un aumento significativo desde años anteriores. En Rusia, se registraron 60.000 nuevos casos de VIH. La incidencia de sífilis ha disminuido desde los años 90, pero sigue siendo una preocupación de salud pública. En 2015, cerca del 70% de los 37 millones de personas infectadas por el VIH vivían en el África subsahariana. En una población migrante africana, en la actualidad, las prevalencias de ETS son: Gonorrea, 1.8%; Sífilis, 4.1%; Hepatitis B, 5.9%; VIH, 7.3%.
Parece que a Ovidio no le caían bien las rameras, según manifiesta en The Art of Love (8 a.C.): “Odio a una mujer que se ofrece porque debe hacerlo y, fría y seca, piensa que está cosiendo cuando hace el amor”. Pero poco le importó al mundo lo que pensase el romano. La historia comulga más con las ideas que Edward Dahlberg plasmaba en Reasons of the Heart (1965): “Lo que la mayoría de los hombres desean es una virgen que sea puta”.
La prostitución es una práctica presente en diversas culturas y épocas, con múltiples significados y regulaciones a lo largo de la historia. En Sumeria y Mesopotamia se practicaba la prostitución sagrada, donde mujeres (hieródulas) ofrecían servicios sexuales en templos como parte de rituales religiosos. El Código de Hammurabi (siglo XVIII a.C.) incluía disposiciones sobre los derechos de estas mujeres. En Grecia existían diferentes categorías de prostitutas, desde las pornai (generalmente esclavas en burdeles) hasta las hetairas, cortesanas educadas que participaban en la vida intelectual y social. En Roma, la prostitución era legal y regulada. Las prostitutas debían registrarse y pagar impuestos. Aunque eran marginadas socialmente, algunas alcanzaban cierto grado de independencia económica. En la Europa medieval, la prostitución era tolerada y, en ocasiones, regulada por las autoridades.
Algunos países han legalizado y regulado la prostitución, mientras que otros la prohíben o penalizan. Persisten debates sobre los derechos de las trabajadoras sexuales, la trata de personas y la explotación sexual. La prostitución ha sido una constante en la historia humana, reflejando las complejidades sociales, económicas y culturales de cada época.
Se consideraba un «mal necesario» para proteger la castidad de las mujeres respetables. En el Renacimiento, los burdeles eran comunes y, en algunas ciudades, propiedad municipal. Las prostitutas necesitaban licencias y estaban sujetas a normas sanitarias. En los siglos XIX y XX, con el auge de los movimientos feministas y de salud pública, surgieron debates sobre la moralidad y legalidad de la prostitución. Se implementaron políticas de regulación, abolición o prohibición en distintos países. En la actualidad, las legislaciones varían ampliamente. Algunos países han legalizado y regulado la prostitución, mientras que otros la prohíben o penalizan. Persisten debates sobre los derechos de las trabajadoras sexuales, la trata de personas y la explotación sexual. La prostitución ha sido una constante en la historia humana, reflejando las complejidades sociales, económicas y culturales de cada época.
Otra de las consecuencias del sexo mal medido son los embarazos no deseados. Las tasas de embarazos no deseados varían significativamente entre regiones, reflejando diferencias en acceso a anticonceptivos, educación sexual y servicios de salud reproductiva. Se estima que alrededor del 45% de todos los embarazos a nivel mundial son no intencionales, lo que equivale a aproximadamente 121 millones de casos anuales. La tasa por cada 1.000 mujeres (de 15–49 años) es de 64 embarazos no planeados. En Estados Unidos, aunque la tasa de embarazos adolescentes ha disminuido en los últimos años, aún se registran bastantes casos. En 2022, se reportaron más de 64.500 embarazos resultantes de violaciones en 14 estados con leyes restrictivas sobre el aborto. En España, en 2022, se realizaron 98.316 interrupciones voluntarias del embarazo, con una tasa de 11.68 por cada 1.000 mujeres. En general, Europa presenta tasas más bajas de embarazos no deseados en comparación con otras regiones, atribuible a un mayor acceso a métodos anticonceptivos y educación sexual. La tasa de natalidad en China ha alcanzado mínimos históricos, con 8.5 nacimientos por cada 1.000 personas en 2020. Aunque el aborto ha sido legal y accesible, recientes políticas buscan restringirlo para abordar la crisis demográfica. Japón registró una tasa de natalidad de 6.3‰, con un índice de fecundidad de 1.26 hijos por mujer.
La baja tasa de embarazos no deseados se atribuye a factores culturales y al acceso a servicios de salud reproductiva. En Rusia, se reportaron poco más de 300.000 abortos, una disminución significativa desde los cerca de cuatro millones en 1988, con aborto legal hasta la semana 12 de embarazo. El África subsahariana presenta la tasa más alta de embarazos no planeados, con 91 por cada 1.000 mujeres de 15 a 49 años. En algunas regiones, hasta una de cada cinco adolescentes queda embarazada antes de los 19 años, lo que refleja desafíos en educación sexual y acceso a anticonceptivos. Según esto, quizá tiene poco sentido lo que Johann Peter Eckermann atribuía a Goethe el 22 de octubre de 1828: “Las mujeres son platos de plata en los que ponemos manzanas de oro”. Ni parece que el mundo haya prestado atención a los comentarios de Paul Goodman en Compulsory Miseducation (1964): “Mi propia opinión, por si sirve de algo, es que la sexualidad es maravillosa, no puede haber demasiada, es autolimitante si es satisfactoria, y la satisfacción disminuye la tensión y despeja la mente para la atención y el aprendizaje”. Más bien parece que Malcolm Muggeridge no andaba muy despistado en 1966 cuando largó aquello de que “el orgasmo ha sustituido a la cruz como foco del anhelo y como imagen de la realización”. Enid Algerine Bagnold, Lady Jones, escritora y dramaturga británica, en su autobiografía se refería al sexo como “la gran desigualdad, el gran error de cálculo, el gran irritante”. En una carta del 24 de junio de 1537 al Conde de San Secondo, Prieto Aretino, escribe: “El deseo es veneno en el almuerzo y ajenjo en la cena; tu cama es una piedra, la amistad es odiosa y tu fantasía está siempre fija en una sola cosa”.
“Si el diablo me ofreciera un resurgimiento de lo que comúnmente se llama virilidad, lo rechazaría. Solo mantendría mi hígado y pulmones en buen estado, para poder seguir bebiendo y fumando”
El deseo no tiene edad; quizá se anticipe a la tormenta hormonal puberal; y quizá perdura más allá de todo pellejo colgante, aparentemente inútil. Sófocles, en The Women of Trachis (413 a.C.), interpretaba: “El deseo se ve claro en los ojos de una hermosa novia; un poder tan fuerte como el mundo fundado. Los ojos de los hombres aman arrancar las flores; se apartan de las flores marchitas”. Giacomo Leopardi aventura en sus Pensieri (1837): “El anciano, sobre todo si está en sociedad, en la intimidad de sus pensamientos, aunque proteste lo contrario, nunca deja de creer que, mediante alguna singular excepción a la regla universal, puede, de alguna manera desconocida e inexplicable, todavía causar una impresión en las mujeres”. No lo ve muy distinto Nietzsche en Beyond Good and Evil (1886): “El grado y el tipo de sexualidad de un hombre llegan hasta el pináculo último de su espíritu. El cristianismo dio a beber veneno a Eros: no murió por ello, sino que degeneró en vida”. Refiriéndose a las maduras, el periodista británico Ian Fleming ironizaba: “Las mujeres mayores son las mejores porque siempre piensan que quizás lo estén haciendo por última vez”. Otros prefieren cambiar de actividad con la edad, como Luís Buñuel: “Si el diablo me ofreciera un resurgimiento de lo que comúnmente se llama virilidad, lo rechazaría. Solo mantendría mi hígado y pulmones en buen estado, para poder seguir bebiendo y fumando”. Y otros renuncian por aburrimiento, como Lord Byron: “Es cierto que, por costumbre temprana, uno debe hacer el amor mecánicamente mientras nada; antes me gustaban mucho ambas cosas, pero ahora, como nunca nado a menos que me caiga al agua, no hago el amor hasta que casi me veo obligado”.
La experiencia también puede resultar en desengaño, como refería la novelista británica Barbara Cartland en una entrevista en Wendy Leigh, Speaking Frankly, in 1978: “Todo hombre ha sido criado con la idea de que las mujeres decentes no entran y salen de la cama; su madre siempre le ha dicho que las chicas buenas no. Claro que, al crecer, descubre que esto puede ser falso, pero solo en cierto sector de la sociedad”. Por su parte, la feminista norteamericana Andre Dworkin razonaba: “Crees que el sexo es un acto privado; no lo es. Es un acto social. Los hombres son sexualmente depredadores en la vida; y las mujeres son sexualmente manipuladoras. Cuando dos personas se juntan y dejan su género fuera de la habitación, hacen el amor. Si lo llevan dentro, hacen algo diferente, porque la sociedad está presente en la habitación con ellos”.
“Al igual que el odio, el sexo debe articularse o, como el odio, producirá un malestar interno perturbador”
El rumano afrancesado Emil Cioran compartía ideología: “Mucho más que nuestras necesidades y esfuerzos, es la sexualidad lo que nos pone en pie de igualdad con los de nuestra especie; cuanto más la practicamos, más nos volvemos como todos los demás; es en el desempeño de una función supuestamente bestial cuando demostramos nuestro estatus de ciudadanos: nada es más público que el acto sexual”. Sin embargo, otra mujer, Ivy Compton-Burnett, novelista inglesa premiada en 1955 con el James Tait Black Memorial Prize, por su novela Mother and Son, les corregía: “Hay más diferencia dentro de los sexos que entre ellos”. Para otra británica, Anne Cumming, “el sexo es un atajo para todo”. Sigmund Freud discrepaba un poco en On the Universal Tendency to Debasement in the Sphere of Love (1912): “Debemos tener en cuenta la posibilidad de que algo en la naturaleza del instinto sexual mismo sea desfavorable para la realización de la satisfacción completa”. Tres años después, añadía en Observations on Transference-Love (1915): “El amor sexual es sin duda una de las cosas más importantes de la vida, y la unión de la satisfacción mental y corporal en el disfrute del amor es una de sus cumbres. Salvo algunos fanáticos excéntricos, todo el mundo lo sabe y vive en consecuencia; la ciencia por sí sola es demasiado sutil para admitirlo”. No solo la ciencia. Freud seguramente nunca llegó a leer la Introduction to the Devout Life (1609) de San Francisco de Sales: “La relación marital es ciertamente santa, lícita y loable en sí misma y provechosa para la sociedad; sin embargo, en ciertas circunstancias puede resultar peligrosa, como cuando por exceso el alma se enferma de pecado venial, o por violación y perversión del fin primero, muere por pecado mortal; tal perversión, detestable en proporción a su desviación del verdadero orden, es siempre pecado mortal, pues nunca es lícito excluir el fin primero del matrimonio, que es la procreación de los hijos». Vincent van Gogh, a su manera, le daba parte de razón: “Pintar y follar mucho no son compatibles; debilitan el cerebro”.
A pesar de la dialéctica de Richard Brinsley Sheridan en The Critic (1779)(“Ciertamente no hay nada antinatural que no sea físicamente imposible”), en la adolescencia, el sexo es un caballo desbocado; en la madurez, es un caballo de carreras; y en la vejez, es un caballo reventado. El sexo puede ser cosa de uno (onanismo) o de dos. En condiciones normales, siempre hay dos cuerpos que se refriegan en las posturas más inverosímiles que las circunstancias permiten; y en la experiencia heterosexual, como diría Rudyard Kipling: “La mujer más tonta puede manejar a un hombre inteligente; pero se necesita una mujer muy inteligente para manejar a un tonto”. Además de su paralelismo con la fortaleza física y la vitalidad sensorial, el sexo tiene un componente emocional y espiritual inequívoco, incluso para el animal más bravío e irracional. En esta dirección apunta George Jean Nathan en Passing Judgments (1935): “Al igual que el odio, el sexo debe articularse o, como el odio, producirá un malestar interno perturbador”. Pero quizá el pensamiento de Bertrand Russell, en Marriage and Morals (1929), sea de los que más se aproximan a la lógica de una razón virtuosa: “La gente civilizada no puede satisfacer plenamente su instinto sexual sin amor”.