23 junio, 2024
La política local gira en estos días en torno a la legislación sobre viviendas turísticas, con un PSOE que anunció sorpresivamente su abstención ante la propuesta de Raxoi, y la suspensión temporal de licencias para ciertos establecimientos, entre otros asuntos.
Y si no abordaremos aquí en profundidad todo esto es por un motivo bien simple: porque a la gente no le importa y está harta.
La gente está harta de la refriega política, de las propuestas y las contrapropuestas, las mociones, los plenos, las intervenciones, las fotos… El desinterés y la desafección por la esfera pública es palpable y, al menos para un servidor, de nada se puede culpar a la ciudadanía ante esta situación.
La gente tiene más preocupaciones y mejores cosas que hacer que leer BOEs, DOGs y demás siglas tan pomposas como ciertamente infumables y, por eso que uno puede respirar en el día a día, esa misma gente ya solo aspira a vivir sin que los asuntos y las decisiones de la vida política le afecte.
No es esto un palo hacia Raxoi ni tampoco una valoración acerca de las propuestas presentadas por el propio Gobierno local, sino poner de manifiesto un sentimiento que muchos comparten.
El continuo afán por llevar la razón, por colgarse una medalla, por obtener un rédito, por revisar, legislar y re legislar; así como las competencias compartidas en ciertos frentes con distintas entidades y la postura a veces incluso contraria entre estas, el cruce de informaciones contradictorias, las declaraciones de este y del otro, las posiciones de una oposición cuyas intenciones constructivas a veces semejan ser cuanto menos cuestionables… Son solo algunos de los motivos que, curiosamente, también se aprecian en cierto modo en clave nacional y se trasladan a su vez a una política local que, me temo, comienza a padecer el triste virus de la indiferencia ciudadana.
Porque precisamente si el ciudadano y la ciudadana de a pie se han alejado cada vez más de la vida política no es solo por la confrontación, ni por el tono y el lenguaje institucional que es cierto que tiende a ser tan engorroso y pesado en ocasiones, ni por desinterés… Se trata de que la gente se ha cansado de ver episodios de una serie que se repite una y otra vez y en la que cambian los personajes, las caras y los escenarios mientras la trama va prometiendo giros interesantes, pero el resultado y el gran final termina siendo el mismo siempre.
La gente está cansada de una política de proclamas y gestos que al final nunca parece ser capaz de dar respuesta a casi ningún problema real con cierta eficacia. Entre esa misma gente crece el desalentador sentimiento de que resulta inconcebible que los representantes de la capital compostelana no sean (ni hayan sido) aún capaces de abordar desde el tan ansiado consenso y a largo plazo frentes tan vitales para nuestra ciudad como el turismo, la vivienda o el comercio local.
Y no es que la gente reniegue de la política, sino que lo hace de sus formas y de la monotonía que su relato parece transmitir. La gente necesita, y más desde el ámbito local, una política útil que atienda y solvente sus necesidades y problemas, no esa inabordable y confusa maraña legislativa e informativa aliñada con el tan habitual como cansino enfrentamiento político.
La gente merece una política clara, abordable y cercana por parte de todos los grupos, no esto.
Dejándolo por aquí a modo de anécdota, en una etapa de mi vida coincidía cada mañana con un hombre que, junto a otros, compartía mi misma cafetería para el desayuno previo a esa tan odiada jornada laboral. Una de esas mañanas, pocos días después de las municipales de 2019, el camarero saltó casi como de la nada con todo un airado discurso acerca de cuánto aborrecía a Bugallo (quien había ganado aquellas elecciones) y porqué Martiño Noriega tenía que haber repetido mandato como alcalde.
Este seguía lamentándose mientras terminaba de sacar otros tres cafés con leche y entre los de la barra reinaban unas tímidas risas sumadas a ese silencio de incomodidad al que nos ha abocado esta corrección política de nuestros días que nos hace pensarnos todo dos, tres y cuatro veces antes de pronunciarnos en cualquier sentido en público.
Justo en ese instante irrumpió aquel hombre con el que coincidía cada mañana. “¿Pero a quién le importa Martiño?, ¿tú le importas a Martiño?, ¿tiene tu número?, ¿te llamó o te mandó un whatssapp en los últimos cuatro años? ¡Y con Bugallo va a ser lo mismo!”, espetó.
Todos rieron, también el camarero. Todos siguieron después con sus cafés y no sé si entonces todos pensaron lo que yo, pero yo pensé en que todos esos abnegados y a la vez desencantados trabajadores de religioso café y churro a las ocho y cuarto de la mañana merecían volver a creer en que las cosas funcionaban y tenían un sentido, un fin y una utilidad. Toda esa gente, toda esa gente harta, merece contar con una política local (y autonómica y nacional y europea) en la que creer. Consenso.
Pero no esto. Santiago no merece esto.