11 abril, 2024
¡Qué error, qué inmenso error! La frase, más ocurrente que certera, que pronunciara Ricardo de la Cierva con ocasión del nombramiento de Adolfo Suárez como primer presidente de la Democracia, cobra especial actualidad a la vista del deprimente debate vivido este jueves en la sede del Hórreo, con ocasión del turno de réplica de las fuerzas de la oposición al discurso de investidura de Alfonso Rueda. Si el martes decíamos que del discurso apenas se podía colegir una mera repetición de cualquier sesión parlamentaria sobre el estado de la nación, lo vivido en la prolongación del debate devino en lo que nunca debiera haber sucedido, convertir, desde las intervenciones de portavoz del PP y el propio aspirante, una sesión que debiera serlo de programa y propuestas en un mal remedo de las habituales e infumables sesiones de control al Gobierno. Un y tú más, haciendo oposición de la oposición.
Porque aquí también, como ocurre cada miércoles en el Congreso, los pájaros se tiraron a las escopetas al ser el candidato y quien le defiende los que en una ensoberbecida pose de incomprensible autosuficiencia hicieran preguntas a la oposición, con la “exigencia” de una respuesta clara en un Parlamento reunido precisamente para todo lo contrario, para exigir respuestas a las preguntas de la oposición y que sólo se escucharon desde el plano de la descalificación de quien las proponía por más que en un lamentable ejercicio de demagogia, se concluyera demandando de la oposición los pactos que se ignoraron.
El mundo al revés. Porque, contra todo pronóstico de lo que aconseja la prudencia y hasta la idiosincrasia de este pueblo nuestro, se vio que los dóberman también llegaron a las dependencias del Hórreo –algo de lo que el portavoz popular ya había dado sobradas muestras en anteriores comparecencias desde la tribuna, rayanas, como ahora, en el recochineo cuando no en la descalificación ad hominem-, hasta el punto de que en un alarde de mal digerida arrogancia por los resultados del 18-F no sólo se permitieron restregar hasta la saciedad los resultados de ese día a los oponentes, sino que se atrevieron a adivinar estados de ánimo de quienes no se vieron favorecidos por el apoyo ciudadano en la misma medida que el PP.
Un debate de investidura es todo lo contrario de ese desaforado intento de dar las bofetadas a La Moncloa en la cara de Besteiro, como tampoco es hacer desprecio de las propuestas de gobernabilidad, de importantes pactos que tanto PSdeG como BNG ofertaron o, en el colmo de la autosuficiencia, ver a candidato y vicepresidente en funciones pasar notas de réplica –meros pellizcos de monja- al portavoz popular. Y aún, asistir a esa obsesiva defensa por pretendida independencia y preparación de técnicos de la Xunta cuando hay precedentes recientes que debieran aconsejar tentarse en las alegrías. ¿Será que ya conocen resultados?
Ana Pontón, pero especialmente López Besteiro, cerraron su turno con la oferta de un positivo clima de colaboración que en absoluto se vio correspondido por un Partido Popular que no supo salir del bucle de la AP-9 o la ley del litoral, en un irrefrenable y tú más, olvidando que saber ganar también es cuestión de estilo. ¡Pena, una gran pena!. Porque el rey está desnudo. ¿Y Galicia?