13 julio, 2025
El término «opinión» se refiere a un juicio o valoración que una persona forma respecto de algo o alguien. Según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), se define como una «idea, juicio o concepto que se tiene sobre alguien o algo». La palabra «opinión» proviene del latín opinio, que está relacionada con el criterio o punto de vista, y se encuentra vinculada con la subjetividad. Una opinión es el resultado de una valoración, juicio o revisión que alguien hace sobre una persona, un hecho o cualquier aspecto de la realidad.
En el ámbito filosófico, la opinión se distingue del conocimiento. Por ejemplo, Platón, en su obra La República, utiliza el término griego doxa para referirse a la opinión, considerándola como una forma de conocimiento inferior, basada en creencias o ilusiones, y no en la razón o la evidencia. Según Platón, nuestras opiniones pueden estar influidas por nuestro entorno social, nuestro carácter emocional y nuestros prejuicios.
Cuando las opiniones individuales se comparten y se consideran representativas dentro de una sociedad, se habla de opinión pública. Esta refleja el punto de vista predominante sobre temas de interés común y puede influir en decisiones políticas, sociales y culturales. La opinión personal es el juicio individual que una persona tiene sobre un tema, influenciado por sus experiencias, valores y emociones. La opinión experta es emitida por alguien con conocimientos especializados en un área determinada, como un médico o un ingeniero. La opinión legal es el juicio profesional de un abogado respecto a aspectos legales de una situación específica. La opinión científica está basada en investigaciones y evidencia empírica, aunque puede variar según nuevos hallazgos.
Aunque las opiniones son fundamentales para la expresión individual y el debate público, sin embargo, su uso indiscriminado o sin reflexión puede acarrear diversos riesgos
En la actualidad, la expresión de opiniones se ha facilitado con el auge de las redes sociales y otras plataformas digitales. Sin embargo, algunos estudiosos advierten sobre la tendencia al «ensimismamiento», donde las personas se enfocan en expresar sus opiniones sin fomentar un diálogo constructivo. Este fenómeno puede limitar la reflexión profunda y el entendimiento mutuo.
Aunque las opiniones son fundamentales para la expresión individual y el debate público, sin embargo, su uso indiscriminado o sin reflexión puede acarrear diversos riesgos: (1) Subjetividad y sesgo cognitivo: Las opiniones están influenciadas por experiencias personales, emociones y creencias, lo que puede llevar a percepciones distorsionadas de la realidad. Esta subjetividad puede dificultar la comprensión objetiva de los hechos y fomentar malentendidos. (2) Desinformación y manipulación: La difusión de opiniones no fundamentadas puede propagar información errónea. En el ámbito digital, esto se agrava con la viralización de contenidos falsos o engañosos, afectando la percepción pública y la toma de decisiones informadas. (3) Polarización social: Cuando las opiniones se expresan de manera extremista o sin apertura al diálogo, pueden intensificar divisiones sociales. Esto puede generar entornos de confrontación en lugar de fomentar la comprensión mutua. (4) Linchamiento digital: La expresión de opiniones controvertidas en redes sociales puede desencadenar ataques masivos o acoso en línea, fenómeno conocido como «linchamiento digital». Este tipo de comportamiento puede tener consecuencias psicológicas graves para las personas afectadas. (5) Impacto en la salud mental: La constante exposición a opiniones negativas o críticas en plataformas digitales puede afectar la autoestima y el bienestar emocional, especialmente en adolescentes y jóvenes. Diversos estudios han mostrado una correlación entre el uso intensivo de redes sociales y el aumento de síntomas de ansiedad y depresión. (6) Erosión del pensamiento crítico: La sobreabundancia de opiniones puede dificultar la identificación de información veraz y fiable. Sin una evaluación crítica, las personas pueden aceptar afirmaciones infundadas como verdades, lo que debilita la capacidad de análisis y juicio.
Lamentablemente, en la mayoría de las opiniones, la víscera y las emociones dominan a la razón; y en no pocas ocasiones se emiten juicios sobre personas, procedimientos y noticias sobre las que se carece de conocimiento objetivo alguno; lo cual habla bastante mal de los que usan más la lengua que las neuronas
Entre las recomendaciones que una sociedad civilizada debe proponer para un uso responsable de las opiniones destacan: (1) Fomentar el pensamiento crítico: Antes de aceptar o compartir una opinión, es importante analizar su fundamento y contrastarla con información verificada. (2) Promover el respeto y la empatía: Al expresar opiniones, es esencial considerar el impacto que pueden tener en los demás y mantener un tono respetuoso. (3) Evitar la difusión de desinformación: Compartir solo información respaldada por fuentes fiables ayuda a mantener un entorno informativo saludable. (4) Ser consciente del entorno digital: En redes sociales, es recomendable reflexionar sobre el contenido que se publica y su posible repercusión.
Si hubiese que hacer un balance sobre el impacto de las opiniones en la vida de las personas, el resultado sería bastante negativo basado en la experiencia histórica, especialmente debido a que el componente subjetivo de la opinión suele colisionar con la verdad, alejándose de la objetividad que debiera predominar a la hora de interpretar la realidad o emitir un juicio sobre personas, animales o cosas.
Aristóteles ya anticipaba en su Nicomachean Ethics (s.IV a.C.) que “algunos hombres están tan seguros de la verdad de sus opiniones como otros de lo que saben”. En un mundo superinformado -y consecuentemente desinformado por el excesivo ruido mediático- son abusivas las opiniones fundadas en el desconocimiento o en la rumiación ajena. En Once Around the Sun (1951), Brooks Atkinson advertía: “Toleramos las diferencias de opinión entre personas que nos son familiares. Pero las diferencias de opinión entre desconocidos suenan a herejía o conspiración”. Lamentablemente, en la mayoría de las opiniones, la víscera y las emociones dominan a la razón; y en no pocas ocasiones se emiten juicios sobre personas, procedimientos y noticias sobre las que se carece de conocimiento objetivo alguno; lo cual habla bastante mal de los que usan más la lengua que las neuronas. Quizá por ello, Elizabeth Barrett Browning pensaba en Aurora Leigh (1856) que “los hombres adquieren opiniones como los niños cuando aprenden a escribir. Principalmente por reiteración” (irreflexiva).
La afinidad de opinión crea lobbies; la confrontación de opiniones crea debates; la falta de opinión crea fieles, seguidores acríticos a los que les sirve cualquier idea peregrina para rellenar vacíos.
Lo bueno de las opiniones es que cuando se las lava con conocimiento pueden cambiarse y secarse al sol de la objetividad. Por eso, Sir Thomas Browne declaraba en Religio Medici (1642): “Nunca podría separarme de ningún hombre por una diferencia de opinión, ni enojarme con su juicio por no estar de acuerdo conmigo en algo que, tal vez dentro de unos días, yo mismo discreparía”. En The Conduct of Life (1860), Emerson insiste: “Tenemos opiniones diferentes en momentos diferentes, pero siempre podemos decir que en el fondo estamos del lado de la verdad”.
Frecuentemente, la opinión es el traje que se ponen los/las cotillas para desnudar al prójimo. Ese hábito universal es transcultural; solo varía el color, que le da el cariz de civil, corporativo, político, religioso y sectario. La afinidad de opinión crea lobbies; la confrontación de opiniones crea debates; la falta de opinión crea fieles, seguidores acríticos a los que les sirve cualquier idea peregrina para rellenar vacíos. Luigi Pirandello criticaba a los carentes de opinión, afirmando que “negarse a tener una opinión es una forma de opinar”. Eurípides indicaba en The Phoenician Women (409 a.C.): “Si todos los hombres vieran lo justo y lo sabio, los mismos hombres no tendrían la doble contienda del polemista”.
Cuanto más escandalosa es una opinión, más reverbera en la atmósfera de la maledicencia; y más cuidadoso debiera ser el emisor si no tiene garantías de certeza. En palabras de Samuel Butler: “Cuanto más impopular sea una opinión, más necesario es que quien la sostiene sea algo puntilloso en su observancia de las convenciones generalmente aceptadas”.
Las corrientes de opinión mueven las aguas del mundo, que generan muchas riadas y siempre acaban en lodos. Ante la farsa democrática de las opiniones gratuitas, Baltasar Gracián opinaba que “todo es bueno o todo es malo según el voto que obtengan”. El número cuenta. Según Edgar Watson Howe, en Ventures in Common Sense (1919): “Cuando la mitad de la gente cree una cosa y la otra mitad otra, generalmente es seguro aceptar cualquiera de las dos opiniones”. En materia de opinión el coro importa más que el motivo. En The Professor at the Breakfast Table (1869), Oliver Wendell Holmes decía: “Las opiniones de un hombre generalmente tienen mucho más valor que sus argumentos”. También es muy difícil hacer cambiar de opinión a otros; puede ser incluso más difícil que cambiarle el diagnóstico a un paciente con la enfermedad equivocada. El satírico francés Jean de La Bruyère, célebre por su única obra Les Caracteres ou les Moeurs de ce siècle, ya opinaba en 1688 que “a menudo es más fácil y más ventajoso conformarse con la opinión de otros hombres que convencerlos de que se unan a la nuestra”. Todos tenemos tendencia a arrimar el ascua a nuestra sardina. En sus Imaginary Conversations (entre Demóstenes y Eubulides)(1853), Walter Savage Landon comentaba: “Escuchamos a quienes sabemos que son de la misma opinión que nosotros, y los llamamos sabios por ese motivo; pero evitamos a quienes difieren de nosotros”. De igual manera pensaba François de La Rochefoucauld: “Apenas damos crédito a algunas personas con buen sentido, excepto a aquellas que comparten nuestra opinión”. Es frecuente rechazar las opiniones infrecuentes y novedosas, poco sobadas por el vulgo. Reflexionando sobre la especie, en An Essay Concerning Human Understanding (1690), John Locke pensaba que “las nuevas opiniones siempre son sospechosas y, por lo general, se oponen a ellas, sin otra razón que la de no ser ya comunes”. Por su parte, John Stuart Mill se expresaba con contundencia en On Liberty (1859): “En la mente humana, la unilateralidad siempre ha sido la regla, y la multiplicidad la excepción. Por lo tanto, incluso en las revoluciones de opinión, una parte de la verdad suele desaparecer mientras otra emerge”. Según Montaigne, “toda opinión tiene la fuerza suficiente para ser adoptada a costa de la vida; el gusto por el bien y el mal depende en gran medida de la opinión que tengamos de ellos”.
Desde el respeto, la reflexión y el soporte del conocimiento, las opiniones rara vez son destructivas. Desde la envidia, la superficialidad, la inmadurez y la incapacidad moral, las opiniones nunca evocan nada bueno
Para Nietzsche, “a menudo se contradice una opinión cuando en realidad lo único que resulta antipático es el tono en el que se ha presentado”. Y para no caer en contradicciones, William Penn aboga por la discreción: “Es más seguro aprender que enseñar; y quien oculta su opinión no tiene nada que responder”. Aunque sea un poco radical convertir la verdad en dogma, Wendell Phillips acertaba en el resto: “La verdad es una, absoluta y eterna, pero la opinión es la verdad filtrada a través de los estados de ánimo, la sangre, la disposición del espectador”. Bertrand Russell apelaba a cierta dosis de educación a la hora de emitir juicios de valor, más allá de los instintos: “Los sentimientos de un adulto están compuestos de un núcleo de instinto rodeado de una vasta cáscara de educación”. Voltaire argumenta: “La opinión es llamada la reina del mundo; es así, pues cuando la razón se le opone, es condenada a muerte. Debe resurgir veinte veces de sus cenizas para ahuyentar gradualmente al usurpador”.
La naturaleza de la opinión refleja el pensamiento y la personalidad del emisor. Detrás de la opinión siempre hay un ser humano con sus miserias, sus complejos, sus mentiras, sus frustraciones y un lastre de experiencias vitales que moldean la forma de ver el mundo y el modo de tratar a los demás. Desde el respeto, la reflexión y el soporte del conocimiento, las opiniones rara vez son destructivas. Desde la envidia, la superficialidad, la inmadurez y la incapacidad moral, las opiniones nunca evocan nada bueno. Puede que merezca la pena repensar la opinión de Georg Christoph Lichtenberg: “Hay que juzgar a los hombres no por sus opiniones, sino por lo que sus opiniones han hecho de ellos”.