19 agosto, 2024
Confieso que me causa estupor y preocupación contemplar cómo se afianza la mediocridad en todo lo que nos rodea y ello a pesar de que no me sonroja reconocer que me equivoco más de lo que debería, y pese a que intento aprender de mis propios errores, desafortunadamente a menudo me siento más cerca del tiempo verbal imperfecto que del pluscuamperfecto.
Es difícil definir a la persona mediocre. Del latín mediocris, la RAE lo hace como “de calidad media, de poco mérito, tirando a malo”. Tal vez se podrían ampliar esta descripción señalando que es una persona que aparenta cierta solemnidad, que se disfraza para ocultar sus propias carencias, o que gusta de usar una retórica grandilocuente llena de palabras banales.
La mediocridad destruye familias, empresas, gobiernos, naciones y pueblos. Es un bombardeo sistemático contra la inteligencia y una plaga imparable y devastadora. Al mediocre, consciente de su enfermedad degenerativa, le gusta rodearse de clones para que nadie se atreva a superar su grado de mediocridad, ni se note en exceso su “malformación congénita”.
El mediocre miente por sistema, ningunea, se mofa cínicamente, desprecia y ofende a conciencia. Cuando es aupado a la cumbre, desde ella, dirige con prepotencia y actúa despectivamente para que nadie ose desacreditarlo. Suele ser una persona negativa que ante cualquier situación su respuesta será negativa. En definitiva, es un cerebro sin muebles, un cuadro en blanco, o una película sin guion.
La mediocridad es una miseria de la condición humana, una característica de todos los grupos humanos que no depende de la raza, ideología, sexo, edad, formación, o cualquier otra circunstancia personal.
De manera especial desde hace mucho tiempo se atisba, en general, una creciente y enorme contaminación endémica de mediocridad en el homo hispanicus, al punto de hacer que impere la “ley del bonsái”, o lo que es lo mismo, la necesidad de podar las ramas que sobresalen para preservar la uniformidad de la planta. Con esto se busca evitar que alguien brille por su talento o trabajo, con tal de no destacar por ser diferente. Esta filosofía ha estado especialmente presente en nuestro sistema educativo, que ha favorecido el cultivo de la mediocridad a lo largo de los años, con sus ideas de la no discriminación y la igualdad por abajo.
Los mediocres, como también los psicópatas sociales, narcisistas o amorales, siempre buscarán defectos en las otras personas, en especial las más cultas, educadas, inteligentes o destacables, porque su principal diversión y herramienta para subsistir será criticarlas. Hay mediocres por todas partes, mires donde mires, por lo que es bueno ignorarlos, lo malo es cuando no queda más remedio que vivir bajo su gobernanza y de esto los españoles sabemos bastante.
El riesgo que corren las sociedades llenas de mediocres es que éstos pueden lograr el desmoronamiento irremediable de la civilización que conocemos, conseguida durante siglos gracias al esfuerzo y al talento de los que nos precedieron.
Sólo cultivando el ideal de belleza, la inteligencia, el talento y la bondad tendremos una vacuna eficaz frente a la mediocridad reinante.. Me quedo con la frase de Henry Ford, “La mediocridad es el peor enemigo de la prosperidad”.