8 octubre, 2024
Hace ya varios años, redacté y difundí dos textos sobre el compulsivo trolero y okupa de La Moncloa, Pedro Sánchez. En el primero, “Pedro Sánchez, Dr. Cum Fraude” (2020), denunciaba el plagio de su “fake” tesis doctoral, que denota que el susodicho o es un vago redomado o no sabe investigar ni redactar o ambas cosas a la vez. En el segundo, “Pedro Sánchez, psicópata yonqui del poder” (2022), describía la adicción patológica al poder, a cualquier precio, del “inquiokupa” de La Moncloa.
Hoy, desde el estricto punto de vista de esa ciencia llamada lingüística, en la que me formé y a la que he dedicado mi vida profesional, vamos a ocuparnos de verificar si es también un “alfabeto” o un “analfabeto” o un “semianalfabeto” de libro.
Las 4 reglas de una buena y cooperadora expresión lingüística
Cuando hablamos o escribimos, normalmente producimos una ristra o rosario o conjunto de frases, pero relacionadas y encadenadas entre sí. De este modo, por ejemplo, (1) “Pedro está enfermo. Me gusta el champán. Está lloviendo” no es un texto, a pesar de que cada una de las frases esté bien formada; en efecto, son simplemente frases yuxtapuestas, en las que se pasa de una idea a la otra, sin ton ni son. Sin embargo, (2) “Pedro está enfermo. Por eso, ha ido al médico. Y, en consecuencia, está de baja” es un auténtico texto; se trata de 3 frases bien formadas, interrelacionadas y encadenadas semánticamente (tienen un hilo conductor) y, además, gracias a conectores.
Ahora bien, para que el producto oral o escrito de nuestro uso de una lengua sea realmente un texto, la interrelación entre las frases no es suficiente. Por eso, para que el que habla o escribe sea considerado un “alfabeto” tiene que respetar obligatoriamente 4 reglas, llamadas “reglas de buena formación textual”.
La primera es la “regla de la repetición”: para que un conjunto de frases sea un verdadero texto es necesario que cada una de las frases repita explícita o implícitamente una parte de la información de la frase o frases que precede(n); en el caso de (2), se repite implícitamente la información “Pedro” (cf. 2, “ut supra”).
Según la segunda regla, llamada “regla de la progresión”, un auténtico texto, oral o escrito, no puede repetir sólo una información del “co-texto” (contexto lingüístico) que precede; cada una de sus frases tiene que aportar informaciones nuevas para que el texto avance, progrese. Así, (3) “Al comer, Pedro hace ruido. Pedro, al comer, hace ruido. Pedro hace ruido al comer” no es un auténtico texto, ya que no se respeta esta segunda regla y repite siempre la misma información.
La tercera regla, la “regla de la relación”, postula que las relaciones que establecemos lingüísticamente, al hablar o escribir, deben corresponder a auténticas relaciones en el mundo extralingüístico, real. Así, en (1), cf. “ut supra”, las relaciones semánticas entre las tres frases no corresponden a nada en el mundo real; son incongruentes, incompatibles, no-pertinentes. Y, por lo tanto, no constituyen un verdadero texto.
La cuarta y última, la “regla de la no-contradicción”, explicita que no podemos afirmar algo en un texto o una frase de un texto y verbalizar lo contrario en el siguiente o siguientes textos o frases. Así, por ejemplo, (4) “E. Lluch fue asesinado por ETA en 1999. Hoy es profesor en la U.B.” tampoco es un texto, ya que verbaliza dos contenidos semánticos contradictorios.
Blanco y en botella
Basta con consultar la hemeroteca para constatar que la casta política, en general, no respeta la “regla de la no contradicción”. Por eso, al mentir y contradecirse continuamente, sus palabras se las lleva el viento y son papel mojado.
Este comportamiento forma parte de su ADN. Y, en particular, forma parte del ADN del Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el Dr. Cum Fraude, redomado maestro en el arte de mentir, sin ruborizarse, sin inmutarse. Algunos medios han cuantificado sus mentiras desde que él, el “Rey del Bulo”, increpó a Rajoy, en un debate de 2018, con la mentira: «los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta”. Desde entonces, algunos medios han cuantificado unas 600 mentiras; otros, unas 300; y okdiario, 52 grandes mentiras.
Y sus bulos son propalados, como loros o papagayos, por sus sumisos peones del Gobierno o del PSOE. Ahora bien, cuando se les recuerda y se critica la cascada de mentiras que, desde hace años, ha verbalizado el okupa de la Moncloa, tanto él como sus voceros llaman “cambio de opinión” el hacer lo contrario de lo dijo que iba a hacer o que no iba a hacer. La contumacia en los cambios de opinión por parte del okupa de la Moncloa nos autoriza a recordarle la cita de Cicerón que, en su día, Felipe González le endiñó a Zapatero ante sus constantes bandazos: «Rectificar es de sabios y de necios tener que hacerlo a diario”; o aún peor “permanecer en el error”, remataba Cicerón.
Sobre la base de la cascada de mentiras rastreadas en la hemeroteca o la sonoteca, debemos concluir, desde el punto de vista lingüístico, que el Dr. Cum Fraude no sabe expresarse lingüísticamente, al no aplicar la “regla de la no contradicción (cf. “ut supra”). Por lo tanto, blanco y en botella, lo que dice no tiene ningún sentido, no tiene ningún valor y, por eso, se puede y se debe afirmar que el inquiokupa de la Moncloa es un semianalfabeto en toda regla: “medio” o “casi” (cf. “semi-“) analfabeto, por el uso que hace del lenguaje.
Ahora bien, los analfabetos o semianalfabetos son legión en España. No debemos olvidar que los que escuchan y votan a Pedro Sánchez (casi 8 millones de “votontos”) no tienen capacidad de análisis y están ciegos y sordos, ya que tienen mucha ideología y muy poca o ninguna biblioteca, como le gusta decir a A. Pérez-Reverte. Además, como dijo también Jovellanos, “la ignorancia siempre es ciega. No conoce el bien para seguirlo, ni el mal para evitarlo”. Por eso, se tragan sus mentiras y lo siguen votando ciegamente. Así se juntan el hambre con las ganas de comer. Y todo esto es posible con la necesaria y vergonzosa colaboración coadyuvante de los mamporreros medios de comunicación y de los periodistas “ensobrados” y “apesebrados”.