
26 marzo, 2025
El fútbol, esa locura tan nuestra, es pasión de multitudes y espectáculo global, sí. Pero ya es difícil que a alguien se le escape que, al mismo tiempo, este es igualmente un cada vez mayor lodazal de corrupción cuando de despachos, decisiones y altas esferas se trata.
Porque sí, ahora ya no pueden echar la culpa al Rubiales o JM Villar de turno y, a pesar de eso, la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) lo ha vuelto a hacer. Porque, de igual forma, creo que a casi nadie sorprende que en su manejo de la organización del Mundial 2030 aflore de nuevo la opacidad, las decisiones arbitrarias y el hedor de un sistema que parece diseñado para el beneficio de unos pocos en perjuicio de la transparencia y el interés común.
El último escándalo, destapado hace escasos días por el diario El Mundo, pone el foco en cómo el comité organizador del Mundial, bajo la dirección de María Tato, ha manipulado las valoraciones de los estadios y ciudades candidatas para ser sede. Así, Anoeta (San Sebastián) adelantó a Balaídos (Vigo) en la lista de elegidos sin una justificación clara, más allá del simple hecho de que, en vista y a raíz de estas informaciones, «tenía que cuadrar como sea».
Es decir, criterios cambiantes, modificaciones ad hoc y un proceso que parece tener más que ver con favores y conexiones personales que con una evaluación objetiva, aunque a decir verdad no es esto nada nuevo bajo el sol en el mundo balompédico ni en nuestro país ni más allá de él…
Pero no, quizás esto no sea en absoluto lo más preocupante. Y es que, si se me permite decir aquello que (casi) todos pensamos, lo más preocupante no es solo la falta de transparencia en esta decisión concreta, sino el patrón sistemático que arrastra la RFEF en los últimos años haciendo de este manejo una constante.
¿Y saben qué es aún más grave? Que toda la “fiesta” del Mundial la pagaremos nosotros. Entre todos. Con dinero público. Millones y millones de dinero público. Personalmente (entiendo, sin embargo, que otros lo hagan) no critico en absoluto el apostar por la celebración de un torneo de esta envergadura en nuestro país, pero ¿cómo no va uno a criticar cuando esos mismos recursos se manejan en la opacidad permanente?, ¿cómo no va a sospechar uno cuando sabemos a ciencia cierta cómo acostumbran estos a gestionarse?
Es en este oscuro panorama donde ya semeja que, a estas alturas, cualquier proceso que implique grandes sumas de dinero público (porque, insistamos, las inversiones en infraestructuras deportivas suelen recaer en dicho erario) se convierte en un juego entre bambalinas de favores, influencias y decisiones arbitrarias que no es solo que nadie comprenda, sino que encima se esfuerzan en vendernos que todo esto responde a un ejercicio de la mayor pulcritud.
Quizás en este punto resulte una evidencia para la mayoría, pero más aún en días como hoy conviene recalcarlo: Nadie parece estar interesado, por no decir directamente que absolutamente nadie lo está, en garantizar un reparto justo de los recursos ni en priorizar el interés general. Claro que no. Menos aún en esta clásica España del “café para todos” cuando se habla del dinero del contribuyente.
Y ojo, porque también uno debe destacar que, a pesar de todo, este asunto podría encajar perfectamente dentro de la más estricta legalidad. Al final, el comité organizador tiene la potestad total de establecer sus propios criterios más allá de números o baremos… pero es tan sencillo como que el problema es ético. Se trata de una decisión que afecta a ciudades, instituciones y ciudadanos, tomada en despachos cerrados sin más explicación que el ya mencionado «porque sí».
Que Dios me perdone, porque nunca pensé que diría algo así, pero hay que reconocerlo: Abel Caballero tenía razón cuando levantó la voz en su momento (meses atrás) y la tiene ahora y ya les adelanto yo cuál será (muy probablemente) el resultado. El de siempre: una justificación técnica sin sustento real o, peor aún, el silencio.
Para rematar ya del todo este cóctel, no quiero que se me quede además en el tintero una reflexión que vengo rumiando ya tiempo atrás al igual que algunos profesionales y analistas ya lo han hecho. ¿O acaso soy yo el único que ve en este escándalo la punta del iceberg de un problema mayor?
¿Acaso soy el único que ama esa expresión casi artística tan simple como es el ver a 22 tarados patear un cuero inflado y, a la vez, aborrece todo cuanto se esconde detrás de ello?, ¿acaso soy el único que ya solo puede mirar con desconfianza y permanente recelo a todo aquello que se cuece en esas RFEF´s, UEFA´s, FIFA´s… y sus despachos?
¿Acaso soy el único que cree que el Mundial 2030 ya nació viciado desde su misma concesión, repartida en un engendro nunca visto entre España, Portugal, Marruecos, Argentina, Paraguay y Uruguay?
¿Y que por qué lo creo?
Bueno, digamos que tantos años como futbolero y amante de este deporte, así como por extensión conocedor de esos poderes que mueven los hilos en las sombras, me han otorgado esta especie de sexto sentido que le hace a uno estar en guardia permanente y percibir el tufillo que desprenden maniobras como esta.
Yo solo les digo, saquen sus conclusiones cada uno, que con este rejunte nunca visto de hasta tres continentes y 6 países en una misma Copa del Mundo no solo se consigue tener contento a todo el mundo, sino que además (¡qué casualidad!) la FIFA se asegura eliminar cualquier posible candidatura o competencia para el Mundial 2034.
¿Pero qué demonios significa eso?
¿Y qué pasa con él y esa cita para la que aún queda casi una década? Pues que ya vemos como se allana el camino para que la FIFA pueda otorgarle, tal y como se viene comentando, ese Mundial 2034 a Arabia Saudí, la nueva mina de oro del fútbol negocio que promete hacer que, como con la polémica Qatar, lluevan los billetes por todos lados.
No se podrá allí en Arabia, igual que sucedió en Qatar, exhibir una bandera LGTB o ver a dos hombres o dos mujeres besarse en un estadio o yendo de la mano por la calle, ni tampoco disfrutar de una cerveza fría durante el partido… Pero claro, la pela es la pela, ¿no? Esos valores y principios de fair play, igualdad, «no al racismo» etc. que tanto pregonan organizaciones… ¿Es cosa mía o resulta que también dichos valores tienen un precio y llegado el momento se venden sin problema ninguno?
Lo siento de verdad: primero, porque amo este deporte desde que tengo uso de razón, y segundo, porque jamás pretendo ni pretenderé llamar al odio…, pero, ¡maldita sea! ¿Cómo puedes ser de verdad amante del fútbol y no odiar a la FIFA?, ¿cómo puede uno amar el universo del balón sin odiar todo cuanto orbita a su alrededor?
Ahí lanzo otra pregunta clásica y cuya autoría desconozco y no me atrevo a citar, pero que resume un poco este asunto: si tú no quieres venderte, ¿cómo va nadie a poder comprarte?
Y sí, siento decirlo, aunque no creo que sea de mí del primero que escuchan esto, pero lo cierto es que el fútbol, nuestro fútbol, lo vendimos ya hace tiempo. Quizás no nosotros los fans, lo sé, sino aquellos que lo dirigen, pero tanto da una cosa que otra.
Nuestro querido fútbol sigue siendo un deporte maravilloso, pero lo que lo rodea se parece cada vez más a un teatro de sombras, donde unos pocos se reparten el botín mientras venden humo a la afición. El Mundial 2030 podría ser una gran oportunidad para España, pero todo apunta a que será, de nuevo, un espectáculo de opacidad y favores.
Repito que jamás pensé que diría esto, pero sí, Abel Caballero tenía razón. Lo único, no se trataba de manías y de una corriente antiVigo, era tan solo la podredumbre de siempre. La que se instaló a saber ya cuando en nuestro deporte y que suma y sigue…
Ah, y también otro que tenía toda la razón: Coque, el portero de Mirador de Montepinar en La Que se Avecina en una de esas escenas y citas icónicas.
“¿No huele un poco raro aquí?”
Sí, Coque, yo también lo creo…
Mis disculpas y también para el alcalde Caballero. Lo reconozco, ambos teníais razón.

Coque: ¿No huele un poco raro aquí?