
15 octubre, 2025
El Premio Nobel de la Paz concedido a María Corina Machado, que conviene recordar vive en la clandestinidad en su propio país, es mucho más que un reconocimiento personal. Es un mensaje del mundo libre a una nación oprimida y, al tiempo, un espejo moral para todos. Ella representa la dignidad de quien se niega a rendirse ante la tiranía. Su lucha pacífica, su coherencia y su coraje son una afirmación rotunda de que la libertad sigue teniendo nombre y rostro.
Y, sin embargo, en España algunos, incluido el presidente del Gobierno y sus socios, siguen empeñados en blanquear al régimen de Nicolás Maduro. Frente a ese cinismo, otros estamos con ella, con la libertad, con los derechos humanos y con la verdad.
Ese Premio Nobel nos recuerda que hay causas que trascienden fronteras y que la política, cuando se ejerce con vocación de servicio, puede seguir siendo una forma de nobleza. En tiempos de relativismo y cálculo, su ejemplo devuelve sentido a palabras que parecían gastadas: coraje, patria, sacrificio.
En cierto modo, ese Nobel también es español, porque ella habla la lengua de Cervantes, defiende los valores que dieron forma a nuestra civilización y representa la libertad que compartimos desde una misma raíz histórica. Y además llegó en vísperas del 12 de octubre, día en que los españoles celebramos algo más que una fecha. Conmemoramos la gesta que unió continentes, la herencia común que compartimos con cientos de millones de personas en América y la capacidad de un país que, con sus luces y sombras, proyectó su cultura, lengua y valores más allá del mar.
Claro que ese amor a España exige algo más que palabras huecas. Lo vemos cuando el presidente del Gobierno, para felicitar a la Guardia Civil por el día de su patrona, escribe: “Servir y proteger. Ese es su lema y no hay mejores palabras que definan la esencia de la Guardia Civil”. Solo hay un pequeño detalle: ese no es el lema de la Benemérita, sino el título de una serie de televisión. El verdadero, que parece desconocer el presidente, es “El honor es mi divisa”. Nada grave para quien confunde creer en el deber con solo posar ante él.
Durante demasiado tiempo, en ciertos ambientes, el orgullo nacional fue visto como una incomodidad o incluso como una sospecha. La palabra patria se volvió incómoda, el respeto a los símbolos comunes se consideró anticuado, y la historia de España fue reducida a una sucesión de culpas. Pero eso está cambiando.
Una nueva generación de jóvenes está recuperando la autoestima nacional, no desde la nostalgia, sino desde la convicción serena de lo importante que es amar lo propio. Lo vemos en quienes estudian fuera y regresan convencidos de que en su tierra también hay futuro; en quienes sirven en las Fuerzas Armadas, con la grandeza de quien sabe que cumple un deber; o en quienes, simplemente, defienden con naturalidad lo que es suyo sin complejos. Ya no sienten la necesidad de disculparse por amar a su país, porque entienden que la identidad compartida es un punto de partida, no un obstáculo. Y eso, en los tiempos que corren, ya es una forma de victoria
Decía Ortega y Gasset que “solo cabe progresar cuando se piensa en grande”. Eso es, precisamente, lo que nos recuerda la fiesta del 12 de octubre y lo que tan bien encarna María Corina: la convicción de que los pueblos solo avanzan cuando se creen capaces de hacerlo.