24 agosto, 2024
Quizás uno de los signos de nuestra época sea la pérdida gradual de la capacidad, o la negación del esfuerzo, que supone pensar. Recuerdo a una chica que en un programa de la TVG defendía un nuevo feminismo que consistiría en hacer algo más que insultarse en las redes sociales , pero que no implicase tampoco tener que hacer el esfuerzo de leerse libros clásicos, como O segundo sexo de Simone de Beauvoir, que las feministas clásicas se preocuparon porque tuviese una edición gallega.
Es muy peligroso abandonar los caminos del pensamiento, porque sin el pensamiento ni puede haber libertad ni se puede percibir la realidad tal y como es, más allá de las etiquetas y las filias y fobias propias de cada grupo, que han generado siempre sufrimientos, persecuciones e incomprensión. Por eso creo que sería muy interesante centrarse en lo que se llamó el amor griego, el amor entre hombres, al que los estudiosos del mundo antiguo llamaban el segundo gran pecado de la Grecia antigua. El otro sería la esclavitud, común a muchas culturas.
Las relaciones sexuales entre hombres en la Grecia antigua se consideraron un pecado o un escándalo, por parte de los estudiosos occidentales, porque estaban permitidas. Como es evidente que era así, solo habría dos planteamientos posibles. O bien toda la civilización griega, cuna de la occidental, sería condenable como tal, o bien sería un modelo de tolerancia sexual que había que resucitar. La primera postura no se podía defender de un modo radical, porque supondría, como dicen los ingleses: «tirar al niño con el agua del baño», y la segunda fue adoptada lógicamente por quienes, como A. Gide, querían defender su dignidad como personas sin renunciar a su opción sexual propia.
La cuestión era bastante compleja y dio lugar a una gran cantidad de estudios que en el campo de la Antigüedad comenzaron muchos años antes de que el tema se convirtiese en un asunto de debate social y político. Será muy interesante destacar algunos puntos de estos debates académicos, porque en su devenir podremos ir viendo cuáles son los principales temas a considerar.
«E. Bethe quiso acabar con el mito de que los hombres que practican el sexo con otros hombres son menos hombres, menos machos, que los demás. Para él ese tipo de relaciones: orales o anales, no eran degeneraciones de los instintos naturales, sino prácticas culturales»
Comenzaremos nuestro recorrido con un artículo de Erich Bethe: «La pederastia dórica», publicado en una revista suiza, Rheinische Museum für Philologie en el año 1907 (pp. 438/475). En una época en la que los psiquiatras alemanes, como Kraft Ebbing o A. Moll estudiaban la homosexualidad dentro del campo de las llamadas «perversiones del instinto genital», un modesto filólogo afrontó el estudio de este tema con una gran amplitud de miras, comenzando por aclarar los conceptos. Debemos tener en cuenta que la palabra homosexualidad es una etiqueta psiquiátrica, y por lo tanto un diagnóstico, como lo es la palabra lesbianismo, otro diagnóstico que descalificaría a algunas mujeres. A lo largo de la historia hubo otros términos para designar una realidad que es muy compleja y en la que, incluso hoy, se confunden tres cosas muy diferentes: las prácticas sexuales físicas, o lo que es lo mismo la clasificación de ellas como: orales, vaginales y anales; las identidades de las personas: varón, mujer, y las normas sociales que regulan la tolerancia o el castigo de esas prácticas.
Bethe quiso acabar con el mito de que los hombres que practican el sexo con otros hombres son menos hombres, menos machos, que los demás. Para él ese tipo de relaciones: orales o anales, no eran degeneraciones de los instintos naturales, sino prácticas culturales. En Grecia el sexo entre hombres no se llamaba ni sexo, ni sexualidad, porque la palabra sexualidad es otra etiqueta psiquiátrica creada en el siglo XIX. Hay actos sexuales distintos. Un hombre puede practicar con una mujer los de los tres tipos; orales, anales y vaginales, y con otro hombre solo dos, evidentemente. Pero, ¿a qué clases de hombres nos estamos refiriendo?
En Grecia las relaciones entre hombres eran siempre entre un adulto y un adolescente, a partir de los doce años. Se trataría, en nuestra terminología, de pederastia, y no de homosexualidad. Por esa razón muchos años más tarde un psiquiatra y filólogo clásico a la vez Georg Devereux, publicó en 1968 en la revista sueca Symbolae Osloenses (pp. 69/92) un artículo titulado : La pseudo-homosexualidad y el «milagro griego» en el que señalaba que la pederastia griega no formaba parte de ninguna orientación sexual, por las razones siguientes: era transitoria, ya que el amante joven tenía que interrumpir su relación, o bien cuando le salía la barba, o al acabar su período de formación militar, en el caso de Esparta. En esa ciudad los jóvenes eran raptados por un guerrero adulto, que sería su instructor militar su amante activo, hasta que el joven se integraba en el ejército a los 18 años. En segundo lugar era asimétrica: había dos papeles, el activo, que correspondía al adulto y el pasivo, que era el del joven. Lo que hacía el joven fue objeto de discusión. E. Bethe se dio cuenta de que la pederastia dórica tenía muchos paralelismos en otras sociedades de guerreros, estudiadas por la historia y la antropología, e intentó buscar una explicación para ella sosteniendo que existía la creencia de que el semen del adulto absorbido por el adolescente reforzada su masculinidad. Eso era solo una hipótesis con la que intentaba defender la idea de que los guerreros espartanos, machos por definición, no lo eran menos por esta práctica.
«La idea de que el sexo ente hombres puede ser degradante es algo que debemos a Roma. En el mundo romano los esclavos y los libertos tenía la obligación de prestar ese servicio a sus amos. Se pensaba que en esa relación había un papel activo, noble, el del macho guerrero, y uno pasivo, degradante»
Es muy curioso como otros filólogos como Sir Kenneth K. Dover en su libro Greek Homosexuality intentaron salvar el supuesto honor de los machos griegos sosteniendo que en Grecia no había penetración anal en la pederastia, sino solo sexo oral y eyaculatio inter femora del adolescente, diciéndolo en latón como hacían los psiquiatras del XIX. La relación anal se reservaba para las mujeres como método anticonceptivo.
La cosa no era tan sencilla. Es verdad que las relaciones entre hombres siempre eran pederastia y no relaciones entre adultos. Pero también se dieron fuera de la instrucción militar. Había todo un mundo del cortejo de los chicos en los gimnasios. En él solo se podía hacer un tipo de regalo para la seducción: los gallos de pelea, con los que se divertían los adolescentes ricos. Cobrar por estas relaciones se castigaba con la pérdida de la ciudadanía, porque se consideraba degradante. De hecho el insulto : euryproktos (ano ancho) era uno de los más graves que se podía hacer a un hombre.
La idea de que el sexo ente hombres puede ser degradante es algo que debemos a Roma. En el mundo romano los esclavos y los libertos tenían la obligación de prestar ese servicio a sus amos. Se pensaba que en esa relación había un papel activo, noble, el del macho guerrero, y uno pasivo, degradante. Solo un super-macho, como César se podía permitir esa opción. César era llamado: «el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos». Su prestigio militar lo hacía intocable e intachable, pues su prestigio bélico de general triunfador compensaba su supuesta debilidad.
Los romanos consideraban el sexo entre hombres degradante porque pensaban que en todas las prácticas sociales había violencia y sumisión de una persona a otra, pero no las castigaron con la muerte hasta la llegada del cristianismo, que tomó del judaísmo la idea de las abominaciones sexuales, que mantiene hoy el islam. Entre esas abominaciones la sodomía se castigaba con mutilaciones: cortar la nariz, los labios, y con la pena de muerte, desde el siglo IV hasta el XIX, en Inglaterra y otros países europeos.
«Durante siglos se dieron las llamadas "perversiones del instinto genital". Fueron clandestinas, total o parcialmente. Muchas personas sufrieron castigos, persecuciones y toda clase de exclusiones por ello. Se las perseguían por sus actos. Nadie creía que tuviesen personalidades propias»
La ley, en este caso como en los demás, no fue igual para todos. El derecho condenaba la sodomía- que es la palabra que se utilizaba-. y la Iglesia lo hizo desde el Concilio del Elvira, el primero del que tenemos actas, porque se practicaba en los monasterios. Pero siempre se miró a otro lado: reyes, nobles, ricos y eclesiásticos poderosos fueron «sodomitas» intocables, mientras otros morían ejecutados. La Iglesia tenía que castigar esa práctica, pero muchas veces no lo hizo, como seguimos viendo. Y no lo hizo por culpa de quienes solo aplicaron a algunos las normas que defendían para todos. Cuando se creó en Inglaterra la medicina legal los médicos llamados «detectives del culo»-coloquialmente-, porque examinaban los anos para demostrar, o no, la sodomía en los peritajes judiciales, dependiendo de su veredicto, o bien la pena capital . o la cárcel (Neil McKenna, 2023). Pero su mirada clínica también podía hacer excepciones.
Durante siglos se dieron las llamadas «perversiones del instinto genital». Fueron clandestinas, total o parcialmente. Muchas personas sufrieron castigos, persecuciones y toda clase de exclusiones por ello. Se las perseguían por sus actos. Nadie creía que tuviesen personalidades propias, porque el sexo siempre se consideró en términos corporales y despectivos. El gran maestro de la lengua francesa, Michel de Montaigne, creador del género ensayístico, lo dijo en una frase tan brutal e iluminadora que debe ser citada sin censura: » joder es como cagar, si no lo haces enfermas, pero tampoco hay que idealizarlo». No es que fuese un maleducado, decía lo que se pensaba en su época, que el sexo era inseparable, para los machos, de la brutalidad.