30 septiembre, 2024
A lo largo de toda la historia ha habido dominantes y dominados, opresores y oprimidos, ya sea por razones políticas, económicas, sociales, raciales, religiosas, de género o de otros tipos. No hay opresión si no se puede recurrir al uso de la fuerza, ya sea de modo permanente, o como opción extrema. Pero la fuerza no serviría si no fuese acompañada por el consentimiento de los oprimidos. Hay dos clases de consentimiento: el pasivo y el activo. Se llama consentimiento pasivo al que se acepta porque no hay más remedio, o porque rechazarlo pueda suponer un riesgo para la propia vida. Y consentimiento activo a aquel en el que una parte de los oprimidos colaboran de modo activo con los opresores, en contra de sus propios intereses y de los de su grupo.
Es conocida en la sociología la ley de la oligarquía de Mitchels que afirma que una oligarquía necesita, para poder mantenerse en el poder, promocionar a una pequeña parte de la población dominada mediante su integración en la minoría dominante. pero esa minoría que asciende debe mantener un delicado equilibrio, porque debe ser lo suficientemente amplia para que algunas personas vean que tienen una oportunidad, y lo suficientemente pequeña como para que no desaparezca esa misma oligarquía. Un caso concreto de la aplicación de esa ley podemos verlo en la participación creciente de algunas mujeres afganas en el proceso de opresión y segregación de la práctica totalidad de la población femenina, tal y como se puede ver en la «Ley sobre la promoción de la virtud y la prevención del vicio» de agosto de 2024.
Tras la toma del poder por los talibanes grupos de mujeres comenzaron a protestar en las calles de ciudades como Kabul, Herat, Bamiyan y Mazar-e Sharif. La respuesta contra ellas fue violenta, dispersándolas a la fuerza, pero hubo otra medida alternativa: hacer que otros grupos de mujeres partidarias de los talibanes tomasen las calles en apoyo del régimen. Salían a la calle totalmente vestidas de negro, con el rostro cubierto y agitando una bandera talibán. Esas mujeres sabían que la mayoría de las afganas rechazaban las interpretaciones extremistas del islam y el tratamiento inhumano que se estaba dando a las demás mujeres, pero prefirieron apoyar el nuevo apartheid de género.
Los talibanes son un grupo de pastunes formado casi en su totalidad por hombres que desprecian a las mujeres, pero hay tres clases de mujeres que apoyan su ideología: a)- las fanáticas defensoras de la misma; b)- las obligadas por la fuerza a colaborar con el grupo, y c)- las que los apoyan por ser de origen pastún.
A lo largo de la historia del islam hubo tres grupos discriminados legalmente y desde el punto de vista religioso: los infieles- o no creyentes- los esclavos y las mujeres. Pero de esos grupos el más desfavorecido fue el de las mujeres. Un esclavo puede ser manumitido, un infiel convertirse al islam, pero una mujer jamás podrá dejar de serlo, y por ello siempre estará en una posición subordinada. Surge entonces la pregunta: ¿qué es lo que hace que una mujer se vista voluntariamente con su abaya negra y apoye a la luz del día a los talibanes, que oprimen a las mujeres y las degradan como seres humanos?
«A lo largo de la historia del islam hubo tres grupos discriminados legalmente y desde el punto de vista religioso: los infieles- o no creyentes- los esclavos y las mujeres. Pero de esos grupos el más desfavorecido fue el de las mujeres»
La respuesta es que, a pesar de que el concepto de nación fue aceptado progresivamente por las sociedades musulmanas, que intentaron adaptarse a él, pronto surgieron grupos islamistas reaccionarios que culpan de todos los fracasos posibles al abandono de los principios del islam y a la adopción de ideas y costumbres extranjeras, como la del propio estado-nación. Por eso propusieron volver a una idealizada y pura «Era islámica», en la que solo regiría la ley de la sharia.
Si queremos saber que es la sharia, necesitaremos aprender árabe, la lengua del Corán que Alá reveló a Mahoma. El Corán y el árabe se enseñan en las escuelas religiosas llamadas madrasas. En ellas fue dónde se educaron los líderes talibanes en Pakistán y Afganistán; los mismos que están imponiendo el apartheid de género. Pero hay un novedad: la creación de esas escuelas para niñas y chicas, hasta ahora excluidas de la enseñanza. Este es el caso de la red de escuelas Asharaf-ul Madaris, entre otras, que se extiende por esos dos países, en las que se enseña el integrismo a hombres y mujeres.
Esa inversión educativa ha resultado ser muy rentable, porque sus tituladas han salido de ellas como fieles militantes dispuestas a controlar a las demás mujeres. Ahora más que nunca estas mujeres totalmente adoctrinadas son utilizadas en labores de vigilancia, control y supervisión de la vida de las demás mujeres. Se les paga por espiar a las demás, no solo en su vida social, sino también en las redes sociales, en las que muchas mujeres continuaban mostrando sus rostros descubiertos. Como en Afganistán las redes sociales están también segregadas por géneros, las mujeres solo se conectan con mujeres y los hombres con hombres. Y eso pasó a ser una fuente de preocupación para los talibanes, porque la segregación femenina pasó a ser a la vez un muro de contención virtual. Comenzaron por limitar el número de sus contactos y dieron cada vez menos información personal en sus grupos reducidos, con el fin de evitar el control talibán. Pero los talibanes contraatacaron pagando a grupos de mujeres para que se infiltrasen en los grupos online, sobre todo en los que convocaban las protestas.
«El régimen reclutó cada vez más mujeres espías de las redes sociales. Son sus nuevos ojos en internet y sus informantes en la vida real. Patrullan las ciudades identificando a las mujeres que violan esa nueva ley»
Tras le ley de agosto de 2024 el régimen reclutó cada vez más mujeres espías de las redes sociales. Son sus nuevos «ojos» en internet y sus «informantes» en la vida real. Patrullan las ciudades identificando a las mujeres que violan esa nueva ley. Se pasean por los supermercados y las tiendas de ropa, buscando a las que no cumplen con las normas del vestuario. Si encuentran a una mujer con la cara descubierta, con los tobillos al aire, o hablando con un hombre, las delatoras llaman inmediatamente a los talibanes, que acuden armados con sus M-16.
Las mujeres a sueldo de los talibanes para estas tareas tienen que ir acompañadas por un hombre, tal y como prescribe la ley, y ese familiar suyo también recibe otro sueldo. A pesar de todo no hay muchas voluntarias para ejercer esta tarea infame, y por eso muchas mujeres la hacen a la fuerza. Según un informante, que debe permanecer anónimo: » los talibanes detienen a muchas mujeres y solo las liberan a condición de que se conviertan en delatoras de la actividad ilegal de otras mujeres tanto en las redes sociales como en la vida real. Los talibanes convierten en víctimas a esas mujeres, amenazándolas con la pérdida de su honra, las chantajean y así las obligan a espiar a las demás».
El tercer grupo de defensoras de los talibanes son las que defienden la primacía de los pastunes en Afganistán. Muchas tuvieron altos cargos en el gobierno anterior y ahora residen en Occidente, sobre todo en Inglaterra, que se ha negado a permitir una embajada afgana en su país. Muchas de ellas disfrutan de un alto nivel de vida, que incluye su asistencia a clubs nocturnos exclusivos, sin embargo defienden la permanencia en el poder de los talibanes, siempre y cuando mantengan el dominio pastún aunque sea a costa de mantener el apartheid de género.
«La historia de los buenos y malos talibanes fue vendida también por algunos medios occidentales, pero se dieron de bruces con la realidad cuando se dictaron más de 80 decretos que limitaban la actividad de las mujeres. Quedó claro que ese relato era absurdo»
En 2018, cuando el presidente Ashraf Ghani ofreció el «alto el fuego» que fue la primera fase de la toma del poder talibán y de la infiltración de los talibanes en las ciudades, se creó la idea del talibán reformado. Las oligarquías del país incluso los recibieron con flores y turbantes. Tras la caída del gobierno, y a la vista de los acontecimientos, las mujeres defensoras de los talibanes matizaron su discurso, distinguiendo entre las facciones » extremistas» y las » moderadas». Esta táctica de «los buenos contra los malos» trataba de convencer al mundo de que se aliase con los «moderados» para poder enfrenarse a los «extremistas».
Muchas de estas mujeres fueron copartícipes de la corrupción del gobierno anterior, de la que se lucraron. Continuaron viajando con frecuencia a Afganistán y promovieron campañas de lavado de cara del régimen en las redes para dar la impresión de que el país era seguro. Solo criticaron el cierra de las escuelas y universidades para las mujeres, que pronto sería abolida por los «talibanes buenos». Sin embargo esos mismos talibanes nunca enmendaron las decisiones de los «Malos». La historia de los buenos y malos talibanes fue vendida también por algunos medios occidentales, pero se dieron de bruces con la realidad cuando se dictaron más de 80 decretos que limitaban la actividad de las mujeres. Quedó claro que ese relato era absurdo y que la ideología talibán es totalmente opresora. Al final, desgraciadamente, fueron las mujeres radicalizadas las que sellaron el ataúd con el último clavo que enterró para siempre las libertades de todas. Fuera del país lo siguen haciendo las apologistas de los pastunes, que dan alas al silencio cómplice de muchos gobiernos y grupos feministas.