25 abril, 2024
Hace tiempo que el presidente del Gobierno viene haciendo alarde de sus escasas lecturas de juventud -¡Y de madurez!- a través de citas literarias que parecen sacadas de un prontuario del todo a cien cultureta antes que de las obras en las que fueron expresadas y con la adecuada interpretación que su autor les da, fácilmente deducible por el contexto en que se insertan.
Ocurrió con Aristóteles y su “la única verdad es la realidad”, emulando al más genuino populista, Perón, el padre del justicialismo argentino. Pero acaso debiera profundizar más en el sentido filosófico de la cita con la siempre constructiva lectura del filósofo Kant, que también aludió a ella evidentemente con mejor criterio y conocimientos. Ello le enseñaría que la alusión al clásico nada tiene que ver con el intento de justificar sus recalcitrantes mentiras.
Otras veces, en el caso del inquilino de La Moncloa, la cita ni siquiera es sacada del manual, como se demuestra por la errónea atribución a sus verdaderos autores. Pasó con su “decíamos ayer…” que Sánchez adjudicó a San Juan de la Cruz o con el de mayores pretensiones literarias de “sólo hay una forma de saber si puedes confiar en una persona: confiar”, que el autor de la tesis copiada atribuyó a Einstein hurtándola a su verdadero autor, el escritor Ernest Hemingway.
Ahora, el miércoles, en esa pretenciosa “Carta a la ciudadanía” -acaso como emulación del “Yo acuso” de Zola en la esperanza de idéntica repercusión histórica- se lanza de nuevo por el peligroso tobogán de las citas a vuelapluma, en este caso para aludir a “las máquinas del fango” que Humberto Eco pone en boca de un personaje de la última de sus novelas –y que el periodismo patrio, a raíz de la cita de Sánchez, ubica en un programa de Televisión, ¡documentado que anda el periodismo patrio!- Número Cero (2015) en la que reflexiona sobre la degradación del periodismo, cuyos inicios sitúa cincuenta años atrás, pero que adquiere plena ebullición en el momento en que aparecieron las redes sociales y que, dado el medio por el que Sánchez hizo llegar la carta a los ciudadanos, X, es fácilmente interpretable como el más palmario ejemplo de aquello que justamente criticaba el escritor aludido.
El semiólogo y filósofo italiano ya había reflexionado sobre su gran pasión, la comunicación de masas, en Apocalípticos e Integrados (1964) distinguiendo entre las formas de enfrentarse a una cultura de masas que reconocía infectada por intereses económicos y basada en contenidos simplismos. Tal que la propia misiva del presidente, en su simplicidad infantiloide.
Pero volviendo a la cita, debiera recordar Sánchez que la condena de Eco parte de la aparición de las redes sociales –el habitual medio de comunicación del presidente- al señalar que Internet “le da derecho a la palabra a legiones de imbéciles que antes hablaban sólo en el bar sin dañar a la colectividad”, y añadía que “si la televisión había aprobado al tonto del pueblo, ante el cual el espectador se tenía por superior”, el “drama de Internet es que ha aprobado al tonto del pueblo como el portavoz de la verdad”, sin que este juntaletras quiera señalar.
Por serle conocido al presidente desde aquella otra vertiente de la cultura de masas, la de los intereses personales a cambio de dinero, que desde La Moncloa son tan dados a alimentar entre la prensa amiga y `opinadores´ a sueldo, debiera leer el presidente la aludida última novela de Eco para aprender a distinguir entre periodismo y periodismos, donde sitúa esa particular forma de hacer que llama la máquina del fango, expresión de lo peor del periodismo, el poder y la corrupción y donde “no son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias”, como estamos hartos de ver cada día desde esa factoría de basura que sale cada mañana del equipo de asesores de La Moncloa con sus prontuarios y argumentarios de obediencia debida para Gobierno, diputados y afiliados.
Consuélese, de todos modos, el presidente, porque ese Humberto Eco al que cita con tan manifiesto desconocimiento, dejó escrito en uno de sus últimos artículos en su querido L´Espresso (octubre de 2015) que “sólo nosotros, los italianos, somos capaces de construir buenas máquinas de fango”. La muerte del genial escritor hace ahora ocho años le impidió constatar que a todo, ya sea en páramos de incultura literaria o en la fabricación de las máquinas del fango, hay quien gane.
Respeto de su duda hamletiana, nos daríamos por satisfechos con que no estropicie la calavera.