27 octubre, 2024
No hay ser humano que, de una forma u otra, no haya sufrido algún episodio de miedo a lo largo de su vida. El miedo es una percepción sensorial de amenaza, temor, indefensión, soledad ante el peligro o agresión real o ficticia. El niño tiene miedo ante la ausencia de la imagen materna; el adolescente teme la incertidumbre del futuro y le da miedo afrontarlo; el joven tiene miedo al desafío profesional que le espera; los recién casados -por mucho que sea su amor- temen el reto de su matrimonio y de la vida en común; el padre teme ser insuficiente para mantener a su familia; la madre tiene miedo de que sus hijos no den la talla como honrados ciudadanos y sean capaces de ganarse la vida con holgura; el viejo teme el escaso recorrido que le queda y siente miedo ante el misterio de la muerte; unos tienen miedo a la oscuridad, otros a la altura, a los espacios vacíos, a la soledad, a las aglomeraciones…unos tienen miedo a los perros, otros a los ratones, a las hormigas o a las pulgas… Todos podemos tener miedo a algo, sea cierto o falso.
«El miedo también puede ser resultado de experiencias aprendidas. Si alguien se ha enfrentado a una situación peligrosa en el pasado, es probable que su cerebro asocie situaciones similares con el miedo. Esto se llama condicionamiento del miedo»
La pregunta que cualquiera se hace es por qué tenemos miedo. El miedo es una emoción básica y primaria que ha evolucionado para ayudar a los seres humanos y a los animales a sobrevivir en situaciones amenazantes. Experimentamos miedo como respuesta a un peligro o daño percibido, ya sea físico, psicológico o social. Varios factores explican por qué tenemos miedo: (i) Mecanismo de supervivencia evolutivo: El miedo es una respuesta adaptativa que ha ayudado a los seres humanos a sobrevivir evitando el peligro. En términos evolutivos, el miedo desencadena la respuesta de lucha o huida, lo que permite a un individuo enfrentarse a la amenaza o huir de ella. En la naturaleza, esta respuesta habría sido crucial para evitar depredadores, entornos peligrosos o situaciones dañinas. Aquellos que respondieron de manera efectiva a los estímulos que inducían miedo tenían más probabilidades de sobrevivir y transmitir sus genes. Es por eso que el miedo está profundamente arraigado en nuestra biología. (ii) Activación de la amígdala: En la neurociencia moderna, el miedo está estrechamente asociado con la amígdala, una pequeña estructura con forma de almendra en el cerebro. La amígdala detecta amenazas potenciales y envía señales a otras regiones del cerebro para iniciar la respuesta fisiológica al miedo, que incluye un ritmo cardíaco acelerado, un aumento de la respiración y un mayor estado de alerta. Esta activación ocurre incluso antes de que percibamos conscientemente la amenaza, por lo que el miedo se siente casi instantáneo. (iii) Experiencias aprendidas: El miedo también puede ser resultado de experiencias aprendidas. Si alguien se ha enfrentado a una situación peligrosa en el pasado, es probable que su cerebro asocie situaciones similares con el miedo. Esto se llama condicionamiento del miedo. Por ejemplo, si alguien es mordido por un perro, puede desarrollar un miedo a los perros en el futuro porque su cerebro asocia a los perros con el dolor o el peligro. (iv) Influencias sociales y culturales: La sociedad y la cultura también dan forma a lo que tememos. Algunos miedos, como el miedo al rechazo social o al fracaso, se aprenden socialmente en lugar de estar arraigados biológicamente. El miedo a hablar en público, por ejemplo, es común porque los humanos somos seres sociales y ser excluido o juzgado negativamente por otros puede sentirse como una amenaza para el estatus o las relaciones de uno. Las normas culturales y los medios de comunicación también pueden influir en lo que aprendemos a temer. (v) Incertidumbre y falta de control:
«El miedo es una respuesta emocional compleja… Desempeña un papel vital para mantenernos a salvo de cualquier daño, pero el miedo excesivo también puede provocar ansiedad y problemas de salud mental cuando se vuelve desadaptativo o se desencadena por situaciones no amenazantes»
Los seres humanos temen a lo desconocido y a las situaciones que no pueden controlar. La incertidumbre sobre el futuro, sobre el resultado de los acontecimientos o sobre cosas que escapan a nuestra comprensión puede provocar miedo. Esto es evidente en las fobias o la ansiedad relacionadas con situaciones ambiguas o cosas como volar, la enfermedad o la muerte. (vi) Respuesta neuroquímica: Cuando sentimos miedo, el cerebro libera hormonas del estrés como la adrenalina y el cortisol, que preparan al cuerpo para una acción rápida. El aumento de adrenalina produce una intensificación de los sentidos, un mayor flujo sanguíneo a los músculos y una explosión de energía. Esta respuesta neuroquímica está programada para ayudarnos a gestionar las amenazas de forma rápida y eficaz.
El miedo es una respuesta emocional compleja que está determinada tanto por factores biológicos (como la estructura cerebral y los mecanismos evolutivos de supervivencia) como por factores ambientales (como las experiencias aprendidas y las influencias sociales). Desempeña un papel vital para mantenernos a salvo de cualquier daño, pero el miedo excesivo también puede provocar ansiedad y problemas de salud mental cuando se vuelve desadaptativo o se desencadena por situaciones no amenazantes.
Desde la exquisitez de las neurociencias y la psiquiatría, el miedo es un proceso fisiopatológico en el que participan estructuras y circuitos críticos del cerebro. La fisiopatología del miedo implica interacciones complejas entre las estructuras cerebrales, los neurotransmisores y las hormonas que preparan al cuerpo para responder a las amenazas percibidas. El miedo es una respuesta emocional vital que se desencadena ante un peligro real o potencial, y sus mecanismos tienen su raíz principalmente en el sistema límbico del cerebro.
La amígdala es la estructura central implicada en el procesamiento del miedo. Recibe información sensorial y determina si una situación es amenazante. Una vez que la amígdala identifica una amenaza, inicia la respuesta de miedo activando otras áreas cerebrales y sistemas fisiológicos.
«El miedo surge de la incertidumbre. Cuando estamos absolutamente seguros, ya sea de nuestro valor o de nuestra inutilidad, siempre somos inmunes al miedo. Por eso, un sentimiento de absoluta indignidad puede ser una fuente de coraje»
El hipotálamo conecta el sistema nervioso con el sistema endocrino, activando la respuesta de «lucha o huida» a través del eje hipotálamo-hipofisario-adrenal (HPA). Esta respuesta provoca la liberación de cortisol (hormona del estrés) y adrenalina (epinefrina) de las glándulas suprarrenales, lo que aumenta la frecuencia cardíaca, la presión arterial y los niveles de glucosa para preparar el cuerpo para la acción.
La corteza prefrontal es responsable de regular y modular la respuesta al miedo. Evalúa la validez de la amenaza y decide si mantener o suprimir el miedo. Esta área del cerebro es fundamental para el pensamiento racional y el control de las respuestas emocionales.
El hipocampo desempeña un papel en la contextualización del miedo. Ayuda a distinguir entre una amenaza real y una situación no amenazante en función de la memoria. Por ejemplo, si una experiencia pasada con un contexto o estímulo específico (como una mordedura de perro) fue aterradora, el hipocampo ayudará a reconocer ese contexto y contribuirá a la respuesta al miedo.
En los mecanismos del miedo participan varios neurotransmisores clave. El glutamato es el principal neurotransmisor excitatorio del cerebro y desempeña un papel en la transmisión de señales entre la amígdala, el hipotálamo y otras áreas relacionadas con el miedo. El GABA (ácido gamma-aminobutírico) es el principal neurotransmisor inhibidor del cerebro. Ayuda a reducir las respuestas de miedo excesivas al inhibir la hiperactividad en los circuitos del miedo del cerebro.
La serotonina desempeña un papel en la modulación del estado de ánimo y el miedo. Los niveles bajos de serotonina suelen estar relacionados con la ansiedad y las respuestas de miedo intensificadas, mientras que los niveles normales ayudan a regular la respuesta al estrés. La noradrenalina (norepinefrina) se libera durante la respuesta de lucha o huida y es crucial para aumentar la excitación y el estado de alerta. Mejora la vigilancia y la preparación para responder a las amenazas.
El mecanismo de respuesta al miedo es un proceso de reacciones en cadena. El tálamo procesa las señales sensoriales (por ejemplo, imágenes, sonidos, olores) y las transmite a la amígdala. La amígdala evalúa si el estímulo es amenazante. Si la amígdala considera que el estímulo es una amenaza, envía una señal al hipotálamo, lo que activa el sistema nervioso simpático. Esto conduce a la liberación de adrenalina y cortisol, lo que prepara al cuerpo para la lucha o la huida, con aumento de la frecuencia cardíaca y la presión arterial, pupilas dilatadas (para mejorar la visión), liberación de glucosa en el torrente sanguíneo (para proporcionar energía), supresión de sistemas no esenciales (como la digestión) y la corteza prefrontal evalúa la situación y determina si la respuesta al miedo es adecuada. Puede reforzar la respuesta al miedo (si la amenaza es real) o inhibirla (si la amenaza no está presente o es exagerada).
«La serotonina desempeña un papel en la modulación del estado de ánimo y el miedo. Los niveles bajos de serotonina suelen estar relacionados con la ansiedad y las respuestas de miedo intensificadas, mientras que los niveles normales ayudan a regular la respuesta al estrés»
Los trastornos de estrés o ansiedad crónicos ocurren cuando la respuesta al miedo está desregulada. En afecciones como el trastorno de ansiedad generalizada (TAG) o el trastorno de estrés postraumático (TEPT), la amígdala puede volverse hiperactiva, mientras que la corteza prefrontal puede ser menos eficaz para suprimir la respuesta al miedo. El miedo y el estrés a largo plazo pueden provocar atrofia del hipocampo, lo que reduce la capacidad de contextualizar los recuerdos del miedo, lo que contribuye a una mayor sensación de peligro.
La integridad del aparato de génesis y respuesta al miedo que opera en nuestro cerebro, junto con la educación, la madurez y la experiencia, en un contexto de normalidad, nos ayuda a superar los miedos, sin convertirlos en patología. Sin embargo, cuando los mecanismos cerebrales fallan, los miedos pueden cronificarse y convertirse en fenotipos de enfermedad, que van desde los terrores nocturnos en un niño, a los ataques de pánico en un adulto o al síndrome de estrés post-traumático en cualquier persona sometida a una situación conflictiva ante la que su cerebro es incapaz de gestionar la amenaza y buscar una solución razonada al conflicto, independientemente de que este sea imaginario o real, justificado o irracional.
En Seven Against Thebes (147 a.C.), Esquilo decía que “el miedo es más fuerte que las armas”; en The Supplicant Maidens (463 a.C.) añadía que “el miedo excesivo siempre es impotente”; y en The Eumenides (458 a.C.) remataba con que “hay momentos en que el miedo es bueno; debe mantener su puesto vigilante en los controles del corazón. Hay ventajas en la sabiduría obtenida del dolor”. Ugo Betti, en Struggle Till Dawn (1948) afirmaba que “detrás de todo lo que sentimos, siempre hay una sensación de miedo”. Cervantes ponía en boca del Quijote: “El miedo tiene una vista aguda y puede ver cosas bajo tierra y mucho más en el cielo”. En la misma dirección señalaba Emerson: “El miedo es un instructor de gran sagacidad y el heraldo de todas las revoluciones”. Epicteto, en sus Discursos del siglo II, razonaba que “no es la muerte ni el dolor lo que hay que temer, sino el miedo al dolor y a la muerte”; y en Letters, Principal Doctrines, and Vatican Sayings (s.III, a.C.), Epicuro aseguraba que “cualquier consejo que nos libre del miedo a los demás es un bien natural”.
«Cuando los mecanismos cerebrales fallan, los miedos pueden cronificarse y convertirse en fenotipos de enfermedad, que van desde
los terrores nocturnos en un niño, a los ataques de pánico en un adulto o al síndrome de estrés post-traumático en cualquier persona sometida a una situación conflictiva»
En The Pasionate State of Mind, Eric Hoffer decía: “El miedo surge de la incertidumbre. Cuando estamos absolutamente seguros, ya sea de nuestro valor o de nuestra inutilidad, siempre somos inmunes al miedo. Por eso, un sentimiento de absoluta indignidad puede ser una fuente de coraje”. Leonardo Da Vinci lo ponía de otra forma: “Así como el coraje pone en peligro la vida, el miedo la protege”. Por el contrario -como señala el Cardenal De Retz en sus Mémoires (1718)- “de todas las pasiones, el miedo es lo que más debilita el juicio” y precipita acontecimientos, a veces, innecesarios. Así lo indicaba Publilius Syrus en Moral Sayings (s.I, a.C.): “Lo que tememos sucede más rápidamente que lo que esperamos”. En sus Unpopular Essays (1950), Bertrand Russell enfatizaba sobre aspectos negativos del miedo con influencia en la psicología y conducta de las personas: “El miedo es la principal fuente de superstición y una de las principales fuentes de crueldad”. “Ni un hombre, ni una multitud, ni una nación pueden confiar en actuar humanamente o pensar con cordura bajo la influencia de un gran temor”. En su primera conferencia inaugural, el 4 de marzo de 1933, Franklin D. Roosevelt proponía a los americanos que “lo único que debemos temer es el miedo mismo: el terror sin nombre, irracional e injustificado que paraliza los esfuerzos necesarios para convertir la retirada en avance”. Profundizando en los daños que puede causar el miedo al espíritu, Virgilio, en la Eneida (20 d.C.), decía que “el miedo traiciona a las almas indignas”; y Voltaire, en el capítulo de su Philosophical Dictionary (1764), dedicado a Sócrates, concluía que “el miedo nunca crea virtud”.
La buena gestión del miedo, justificado o no, nos ayuda a navegar con solvencia y superar las tempestades a las que tenemos que hacer frente en el mar de la vida, sin olvidar -como apunta Thomas Fuller– que “quien te teme cuando estás presente te odia cuando estás ausente”.