
21 mayo, 2025
En estos tiempos cada día más apocalípticos y amenazadores prima lo rápido, lo fácil, lo “práctico”, los valores materiales, y con todo ello la vulgaridad y la decadencia cultural más vergonzosas, con los televisivos reality shows a la cabeza, una cabeza sin cerebro. Paradójicamente, las sociedades viven hundidas en la más vulgar superficialidad. No hay que olvidar en esto el nivel cultural y humano del mundo de la política profesional, una “democracy” tantas veces degenerada en “demon-crazy”, o sea, en locura endemoniada. Dentro de ella, el ansia de poder, la hipocresía y una zafiedad sin límites se han apropiado de la conciencia del ser humano moderno, ese “hombre en busca de un alma” que tan bien definió el psicólogo Carl Jung, y quien todavía no la ha encontrado, o la ha perdido para siempre.
Más allá de nuestras fronteras, produce una indignación y un estupor indescriptibles ver al hipernacionalista, neonazi e infrahumano Donald Trump diciendo y haciendo una barbaridad detrás de otra, incluso enseñando una Biblia para convencer a todo imbécil de sus creencias y así hinchar aún más su inflado ego, si eso es posible. Los mismos nauseabundos sentimientos provocan el ver al desalmado Putin santiguándose en una iglesia cristiana-ortodoxa, o al genocida y nazisionista Netanyahu riendo cínicamente mientras crea un sufrimiento inconcebible y muerte por doquier a millones de seres inocentes en un nuevo campo de concentración de Auschwitz, esta vez al aire libre. Lo que algunos justifican merced al derecho que concede un libro escrito hace milenios, una mezcla de sabiduría entremezclada con relatos demasiado infantiles e inmaduros para niños mayores de ocho años. Estos son, entre otros, los Anticristos de esta nueva y apocalíptica (in)humanidad, hayan sido democrátilocamente elegidos por las masas, o no. Seres que, en realidad, representan el estado espiritual y emocional de los que han permitido y ayudado a que salgan del infierno o bajen a la superficie de la tierra, cual ángeles caídos y Luciferes reencarnados en su propia y maligna soberbia, hasta infestar y dominar un mundo cada vez más agresivo, violento y deshumanizado. Una maldad a la que se añade y que se complica por lo que en su día dijo el director de cine norteamericano Robert Altman sobre la sociedad de su país, paradigma de los dos grandes pecados de la humanidad actual, como son el egocentrismo y el narcisismo: “Los Estados Unidos se dirigen hacia una estupidez total”. En eso, Norteamérica ya es grande otra vez. Y es que el infinito narcisismo de ese absolutos necio e inestable emocional de presidente le hace creer que lo sabe todo, mientras que sus opuestos, los sabios, aceptan humildemente que saben muy poco, o como Sócrates, que decía saber tan solo que no sabía nada. Paradojas de la vida. La estupidez acaba así en una estulticia social mayoritaria que no se detiene ante nada, además de demostrar a cada paso una gran iniciativa propia, lo que acaba envenenando y apoderándose de todo el tejido social. Según dijo Buda, “el egoísmo, la codicia, el miedo, el mal y la infelicidad, todo proviene de la estupidez. Así, la estupidez es el peor de los venenos”. De ahí que de la estupidez humana provengan todos los peligros impredecibles y desastres incontrolables. Por lo que no se ve siquiera en lontananza salvación alguna, presente o futura.
El profético libro de Alexis de Tocqueville “Democracia en América”, publicado en 1835, nos previene de algunos de los peligros de la democracia para el ascenso de la naturaleza humana hacia la excelencia y el espíritu, que son reemplazados por el todopoderoso materialismo. Este acaba por llevar al hombre moderno a no encontrar su alma y por ello a convertirse en la penosa víctima de una soledad cósmica maquillada por la tecnología y el narcisismo como orgullosos y falsos estandartes del Brave New World, ese deprimente y patético “Mundo Feliz” que nos adelantó proféticamente Aldous Huxley.
De parecidas limitaciones escribe el gran Spinoza sobre la democracia, aunque él mismo se declarase demócrata, en su “Tratado político-religioso” Para este gran hombre de espíritu y filósofo, el problema religioso y el problema político son dos aspectos de un mismo problema, tal vez como sucede hoy en día con el estado de Israel y otras naciones, “rogue” o no.
Por el camino que conduce hacia la creciente idiocia social y colapso, cuando no muerte anunciada, de la civilización moderna, con la gran ayuda de ese incontrolable cáncer narcisista y metastático de las redes sociales, la existencia se hunde progresivamente en una espiral descendente hacia un pozo sin fondo (¿el “bottomless pit” o infierno bíblico?). El imparable avance de la tecnología, el prácticamente infinito poder del dinero, la tantas veces cruel competitividad y, finalmente, una banalidad que a veces se hace insufrible para cualquier conciencia sensible, empática y evolucionada, mandan en el mundo actual cual Luciferes reencarnados. La consecuente pérdida de sentido vital corroe por dentro y por fuera al hombre actual. El modernismo triunfante, a pesar de sus innegables éxitos en muchas áreas, hace tiempo que también perdió su alma en el disimulado Hades del omnipotente ego. Mientras que, al ser humano, su víctima propiciatoria, lo vacía de su verdadero ser esencial, que está más allá de cualquier tinte egoico – por lo tanto aún muy lejos de ascender a la supraconciencia del espíritu transpersonal -, y al cual solo le queda caminar a la deriva paseando su creciente confusión psicológica y solitario aislamiento espiritual en un cada vez más insufrible, atormentado y tormentoso, océano psíquico.
Posiblemente, la única esperanza de pacificación reside en ver si el papa León XIV y otros líderes religiosos sacan a la luz, incluso antes de que sucedan, las previstas millones de catacumbas de esa Tercera Guerra Mundial con la que, tan ufana e irresponsablemente anuncian y amenazan, -¿y en su fuero interno desean?-, tanto Bloodymir Putin como el psicópata narcisista de Donald Trump. Esperemos que todas las religiones tengan la sabiduría y el coraje necesarios para unir las grandes cesuras de las autocreadas y sadomasoquistas heridas existentes entre unos líderes mundiales tan desalmados como subhumanos. Lo que, tal vez, todavía pueda suceder merced a esa milagrosa sutura inconsútil que es la mente de Cristo. Pues tal vez sean las religiones del espíritu, juntas unas y otras, lo único que aún tenga la fuerza y credibilidad suficiente para desarmar o, mejor aún, cambiar milagrosa y metanoicamente las conciencias diabólicamente enfermas de esos ciegos Anticristos políticos de principios – o de finales – del siglo XXI.
Postdata: Al fin y al cabo, como dijo Albert Einstein: “La humanidad tendrá lo que la humanidad merezca. Pero si hay una tercera guerra mundial, la cuarta será con piedras”.