
13 octubre, 2025
Esta afirmación, proferida por el brasileño Lula después de haber sido recibido por el Papa, debería calar no solo en el propio Lula, sino también en nuestro corazón y en nuestra vida.
La fe suele entenderse, desde el margen de increencia de la sociedad en que vivimos, como lo que hacemos los cristianos en la iglesia cuando celebramos en ella el culto. Sin embargo, bien entendida, la fe es mucho más. Podemos decir a esos sectores de nuestra sociedad que esa virtud teologal es lo que mueve al que se ha bautizado a imitar a Jesucristo en la entrega de su vida hasta la muerte, para que nosotros alcanzáramos una vida sin fin en la gloria que él nos promete. Esta fe llena nuestra vida, y, lejos de ser algo abstracto y lejano, nos compromete con el prójimo, en especial con el más necesitado, sea pobre o enfermo.
Ese compromiso, que, como hemos dicho, llena nuestra vida, me ha llenado de gozo esta misma mañana, en la Misa del peregrino de las Doce. El grupo de fieles que accedieron a la Catedral rondaba los mil, algo semejante a lo que había acontecido ayer y anteayer, por no decir que casi todos los días. Por citar tan solo la nacionalidad de diez de los grupos de los peregrinos de este lunes a las doce diría: “Taiwan, EE. UU., Australia, Croacia, Dinamarca, Filipinas, Corea, Japón, Guatemala, Hong Kong”. De otras naciones, en gran número, y de algunas provincias de España, también había peregrinos. Sin embargo, no ha sido el grupo tan numeroso de los que accedieron a la Catedral lo que me ha llenado de satisfacción: han sido los miembros de la Fundación “También”, de la que formaban parte “personas, todas ellas con discapacidad”.
Una de las niñas pertenecientes a esa Fundación, leyó la Invocación al Apóstol Santiago. Sus ojos no se apartaban del papel, que ella sujetaba fuertemente con sus manos. Manifestaba que, a pesar de hacer el camino con más dificultades y limitaciones que otros, con espíritu de superación se habían llenado de gozo, al cruzar las puertas de la Catedral. Añadía que habían hecho el camino con espíritu de solidaridad y de entrega por parte de las personas que los acompañaban en su andadura. Habían compartido con ellos las emociones, los silencios y una llamada a los otros miembros de la sociedad para asumir en el día a día la inclusión como propia de una gente que acoge a cuantos quieren caminar por la senda de la vida.
Allí, en el templo que recoge los restos del Apóstol Santiago, en unión de corazones orantes, quisieron encomendar al Señor a sus familias y demás allegados, para que acogieran todos ellos la luz que Dios da.
La invocación de aquella niña terminaba pidiéndole al Señor fuerza e inspiración para que nunca cundiera en ellos el desánimo, sino que el amor de ese Dios que tanto nos ama, los llene siempre de la fuerza necesaria para hacer frente a las dificultades de la vida.
Con esta súplica de bendición sobre esos peregrinos, que hicieron el camino superando las dificultades propias de cuantos pertenecen a esa Fundación, concluía la súplica dirigida al Apóstol, que se clausuraba con un apretado aplauso: algo insólito en la respuesta a una Invocación en la Catedral, pero que nos ha llenado de gozo a los que allí estábamos, y, sin duda, al propio Dios, que nos ama y llama a todos los que cuentan con Él, a una vida que no concluirá nunca.