10 septiembre, 2024
Cuando muera, tendrán que ponerle una estatua en un cementerio sin cruces y un ficticio pudridero de ideas pocas y no santas, porque en vida fue todo un arrebato de ambiciones en aras del poder, a toda costa. Un poder, caiga quien caiga, desplumado de ideologías tradicionales, de las que fue ejemplo su partido. Tenemos un presidente que no es de derechas, ni de izquierdas ni de centro. Su partido es el sanchismo, sin estatutos, ni registros, ni afiliados. Es él y sus amigos, mientras dure la amistad, que es el tiempo que a él le convenga.
Sus movimientos a través del campo político tienen lugar cuando precisa el apoyo para su inestable situación política. Llegado el caso, no tiene reparos en negociar con quienes hoy son sus amigos y ayer fueron por él vituperados. La contraprestación en el trueque puede ser el dinero que no es suyo, con reparto desigual entre comunidades, hasta el flirteo con los independentistas de Cataluña, una compraventa de una tierra que es de todos los españoles.
Es un habilidoso buscavidas para articular la maniobra, con embustes para incautos. Promete y no cumple, niega las verdades sin rubor, y carga sobre los hombros de la oposición las mismas trampas de las que es único responsable. Su actividad más peligrosa es la manía de conseguir una cuota de mayoría de poder en los tres estamentos del mismo, con especial querencia por el jurídico. Su pretensión es domeñar a los jueces para ponerlos al servicio del gobierno en cualquiera de sus frecuentes fechorías políticas.
Maneja, como nadie, las puertas giratorias para colocar en puestos de gran relieve a sus amigos y amigas, asegurando influencias y pagando servicios prestados. Habla en sus floridos discursos de practicar la transparencia, incluso dicta leyes para protegerla, pero al mismo tiempo no concede ni una sola rueda de prensa tras sus intervenciones públicas.
Tacha de corruptos a los demás partidos, en especial al PP, pero la justicia ronda en estos días las puertas de la Moncloa y saca a bailar a presuntos implicados, como su esposa y su hermano. Es un desprecio para el público su chulería cuando inicia sus discursos con frases como esta: “hay gobierno para rato”. Se entiende que solo puede afirmarlo quien está seguro de que tiene amarrado el apoyo de sus compinches y está dispuesto a pagar lo que sea cuando haga falta.
Así se escribe parte de la historia de un extraño militante del PSOE, del que solo queda el nombre, puesto que sus andanzas son más bien las de un Maduro cualquiera. Esto lo saben los tibios del partido, que son los que, unidos con los auténticos militantes, podrían dar un paso al frente con sus renuncias y dimisiones para ponerle contra la pared. ¡Ah! Pero faltan agallas. Hablan por detrás o por delante hasta donde pueden, pero a la hora de votar, votan Sánchez, aunque crean que votan PSOE. Sobran cobardes que hablan con la boca pequeña y faltan valientes que ejecuten lo que proclaman.