7 septiembre, 2024
Es un espectáculo lamentable que los dos partidos mayoritarios, socialistas y populares, se enzarcen en acusaciones por la inmigración. ¿Por qué no acuerdan una estrategia de Estado para abordar este problema tan serio sobre el que los dirigentes de ambos partidos en el fondo piensan lo mismo?
Mientras los políticos se zurran y se contradicen, el hecho cierto es que ya están en España miles de inmigrantes que colapsan Canarias y Ceuta y ante esa avalanchas, que seguirán llegando, da la impresión que la única política de Estado para es aliviar a estas dos comunidades repartiendo inmigrantes, menores y mayores, entre las demás autonomías.
Está claro que, una vez que llegan a España, solo caben dos actuaciones. Deportarlos cuando sea posible o acogerlos en este nuevo destino, lo que requiere trazar para ellos un “plan de vida” para integrar en la sociedad a todos los que reúnan los requisitos mínimos exigidos. La pregunta es pertinente: ¿Qué “planes de vida” hay diseñados para estos chicos que huyeron de la guerra, de la violencia o de la falta de oportunidades y emprendieron un viaje peligroso en busca de una vida mejor en España y Europa?.
La acogida, además de apoyo sicológico que les ayude a enfrentarse a los desafíos de una sociedad, a veces hostil y casi siempre indiferente, debe incluir un plan de formación, que es la base de su desarrollo personal y profesional para que puedan trabajar, que es lo que ellos buscan y lo que las empresas españolas y gallegas necesitan.
Como ellos quieren trabajar y las empresas ofrecen empleos, los Gobiernos central y autonómicos deberían superar burocracias, agilizar trámites administrativos y organizar ese “plan de formación profesional exprés”, similar a aquellas Escuelas de Formación Profesional Acelerada de los años sesenta del siglo pasado, para enseñarles en seis meses los oficios de albañil, pintor, soldador, electricista, fontanero, informática elemental, jardinero y otras profesiones, según las demandas de las empresas, que les capacitan para ingresar en el mercado laboral.
Hay que ayudar a estos jóvenes a construir una vida digna y plena. Con el apoyo adecuado, pueden convertirse en ciudadanos que enriquecen esta sociedad que los acoge y, a su vez, cumplir los sueños que los motivaron a arriesgarlo todo en busca de una oportunidad.
Aparcarlos en Mondaríz, Monterroso, Becerreá, Sarria, Sanxenxo o Monte do Gozo y en otras comunidades no es la solución. Son demasiados brazos caídos, muchas cabezas pensando y, probablemente, más de un desalmado intentará aprovecharse de su ardiente vitalidad para captarlos para actividades nada nobles.
Sin no hay una orientación clara para sus vidas, pueden quedar atrapados en la marginalidad, en la exclusión social y en la vulnerabilidad económica y mental. Además de ser una carga improductiva para el Estado.