
13 octubre, 2025
Una vez más se ha traído a primera página de las cuestiones nacionales el aborto. En realidad, es un problema que no se ha ido nunca (ni se irá), porque quienes quieren silenciarlo son conscientes de que es un problema que afecta a la más profunda dignidad del hombre: el derecho a la vida, el derecho a vivir del no nacido.
Normalmente, los defensores de la vida se enredan (no siempre y no todos) en debates estériles acerca de si es o no un “derecho“ de la mujer, acerca de si en la semana 14 (o en la que sea) puede practicarse o no, a los diferentes métodos a utilizar o si la mujer que va a abortar necesita ser informada o no de las consecuencias de su decisión.
Y no digo que no estén cargados de buena fe, pero son debates que, en el mejor de los casos, son posteriores a la pregunta inicial que ha de hacerse sobre esta cuestión que, a mi juicio, ha de ser siempre la siguiente: ¿Hay o no hay vida desde el momento de la concepción?
Y mientras el abortista no responda a esta pregunta, clave para cualquier discusión posterior, nada hay que discutir con quien niega lo obvio, porque en este caso será capaz de negar cualquier otra evidencia o hacer cualquier afirmación falsa para defender su postura; como, por cierto, ha hecho el TC en su última sentencia sobre esta cuestión, en donde nos dice sobre el aborto nada menos que lo siguiente:
“el derecho de la mujer respecto de la interrupción voluntaria del embarazo encuentra su fundamento en la libertad como valor superior del ordenamiento jurídico (art.1.1 CE) y en los principios de dignidad y libre desarrollo de la personalidad como fundamento del orden político y la paz social (art.10.1 CE) (STC 92/2024 de 18 de junio) y en el derecho a su integridad física y moral (art.15 CE)”.
Después de leer que segar una vida se fundamenta “en la dignidad de la persona“, ¿qué se va a discutir? Si esto lo dice un Tribunal Constitucional, como es lógico, cualquier argumento vale para defender el aborto.
Por lo tanto, aquellos que sostienen que abortar es un derecho deberían contestar antes a la pregunta formulada más arriba, y si no lo hacen, no cabe más discusión al respecto que interrumpir la discusión misma hasta que la contesten en un sentido u otro.
Claro que este debate se obvia, y ello a pesar de que nuestra Constitución deja bien claro que “todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral“ (art.15 CE). Con razón se ha trasladado el debate por parte de los abortistas a la palabra “todos“, dejando a un lado la palabra “vida“.
Y naturalmente, al centrarse en la palabra “todos“, viene el debate bizantino: ¿quiénes son “todos”? Y ahí las interpretaciones son de lo más dispar. ¿Está incluido el nasciturus hasta que cumpla un determinado número de semanas en el seno materno? ¿Cuándo empieza a ser “persona”? etc… y se oyen todo tipo de argumentos que, vuelvo a repetir, obvian la pregunta fundamental.
Hoy en día está demostrado hasta la saciedad que la vida humana comienza en el momento mismo de la concepción, no existiendo contradicción alguna sobre esta afirmación en toda la comunidad científica. En el momento en que se funden el espermatozoide y el óvulo, comienza a producirse, de forma inmediata, toda una serie de acontecimientos que originan ya un ser dotado de unas características que le hacen único e irrepetible, ya que no ha habido otro ser igual con anterioridad ni lo habrá en el futuro.
Esto es indiscutible y, sin embargo, parece que a la izquierda y a la derecha abortista, tan defensoras ambas del “progreso científico“, este les tiene sin cuidado cuando pone de manifiesto una realidad científica incuestionable. En este caso, como en tantos otros, valdría decir: “que una verdad científica no te estropee tus prejuicios ideológicos“, aunque se demuestre una y otra vez que han quedado completamente desacreditados.
Por otra parte, sobre el aborto se ha construido un gran negocio, sobre todo en países más avanzados que el nuestro, como los EE. UU., en los cuales reina (aunque ya con bastante menos poder e influencia desde que se han publicado los últimos escándalos) la gran multinacional Planned Parenthood, llena de subvenciones por parte de las administraciones estadounidenses, singularmente demócratas, aunque también alguna republicana.
Afortunadamente, gracias a una decisión del Tribunal Supremo de los EE. UU., se le ha privado de su carácter de derecho aplicable a toda la Unión y se ha devuelto a los parlamentos de los diferentes estados, que ya han comenzado a prohibirlo o bien a establecer reglas más estrictas para su práctica.
Y, como es lógico, es el Estado el que debe proveer de protección a aquellas madres que, angustiadas, entiendan que no podrán mantener a su hijo; madres que, en ocasiones, se ven empujadas a abortar por parte de familiares, amigos, médicos, etc. Esas mujeres deben tener el máximo apoyo de la administración para ayudarlas a salir de su estado de intranquilidad, haciéndose cargo del cuidado de ambos durante un tiempo razonable.
Nada es más perjudicial para una causa como la del aborto que perderse en discusiones que carecen de la más mínima racionalidad y en las que no existe afán ninguno por encontrar y respetar la verdad; tener enfrente a personas que solo repiten eslóganes monótonamente no ayuda a progresar la lucha en defensa de la vida, muchas veces es al contrario, sobre todo cuando se tiene en cuenta la formidable máquina de propaganda de los abortistas.
Por lo tanto, no perdamos el tiempo en discutir sobre supuestos derechos de veto para acceder a este mundo, sino en defender la vida de todos, porque eso es exactamente lo que dice la Constitución y eso es lo que dice la verdad científica.