22 agosto, 2024
Tirar por la calle del medio es un viejo dicho popular que, en esencia, supone apurar las decisiones hasta sus consecuencias más drásticas, en lo bueno y en lo malo. Es, en consecuencia, la reafirmación del compromiso personal hasta el último de los esfuerzos o, mejor que ello, disponer toda la artillería de que se es capaz en el bienintencionado propósito de ganar la batalla final, de revocar definitivamente un estado de cosas manifiestamente abocado a la náusea. Supone, en suma, la adopción de medidas de imposible retorno de las que solo se puede salir o victorioso o derrotado, sin términos medios.
La actual situación de desgobierno en que nos encontramos, con la cooptación de las principales instituciones del Estado supeditadas a los torticeros intereses de quien ostenta la presidencia del Ejecutivo gracias a un parlamento secuestrado por el trilerismo de prebendas a cambio de votos, alcanza ya cotas de imposible irreversibilidad que aconsejan las anunciadas medidas extraordinarias aludidas al comienzo.
Una situación agravada, desde la más palmaria humillación democrática, por la actuación inhibidora de Gobierno, Generalitat catalana y hasta el Ayuntamiento de Barcelona en la obligada exigencia de detener a un delincuente reclamado por la Justicia y al que se le ha permitido, para bochorno patrio ante lo más acreditado del panorama internacional, su particular performance, a cambio de garantizar la presidencia de una comunidad autónoma y afianzar, al tiempo, la pervivencia del agónico Sánchez en sus últimos estertores de agonía presidencial.
Hace tiempo que el Ejecutivo tiene a gala la puesta en práctica del consejo de Marx, el cómico Groucho, de intercambiar los principios democráticos en función del interés personal del momento. También, de haber convertido las leyes en una suerte de hoja volandera que a nada obliga. Y aún, de un manifiesto pasotismo gubernamental ante las situaciones más extremas que ocurren ante la callada respuesta de un gobierno que no gobierna. Situación agravada ahora mismo con esa carga de profundidad que se intenta contra el régimen del 78 y el principio de igualdad y solidaridad entre los españoles a través de la anunciada concesión del régimen fiscal en exclusiva para Cataluña. Es más, ni siquiera las primeras actuaciones de un renovado Consejo General del Poder Judicial, remiso desde la cuota socialista a condenar los reiterados ataques y descalificaciones ad hominen de jueces aventura poder avanzar en una mayor independencia del Poder Judicial.
Situadas las cosas en ese extremo de gravedad, de imparable aceleración hacia el precipicio, urge que los pocos elementos que quedan como garantes del orden constitucional (unos pocos jueces, el partido mayoritario de la oposición y unos cuantos medios de comunicación no cautivos de las ayudas gubernamentales a los que se pretende descalificar con el genérico calificativo de fachosfera) se apunten ya al pie en pared. O, por mejor decir, a iniciar esa apuesta de ir por la calle del medio, con los bagajes y determinación precisos para, desde todos los flancos de debilidad que presenta el descerebrado Gobierno, emprender la batalla definitiva de la recuperación de los principios democráticos, del respeto a la ley, del sometimiento a la Justicia, de la denostación para siempre de la mentira frene a la palabra dada y de situar a quienes han querido arruinar el más próspero periodo democrático de que ha disfrutado España en la escombrera de las cosas amortizadas.
Feijóo, navegando hasta ahora en esa dubitativa y controvertida forma de hacer política entre la censura y la búsqueda de compromisos democráticos imposibles, parece haberse dado cuenta de lo extremoso de la situación, según confesó en entrevista reciente a Carlos Herrera, y se propone, por fin, hacer valer todo el peso electoral y democrático de su formación –comenzando por el momento con las Comunidades Autónomas donde gobierna, aunque no debiera despreciar el poder municipal que ostenta su formación- para poner fin al actual estado de cosas.
No es ni fácil, ni rápida la tarea, en la que habrá de dejarse muchos pelos en la gatera del arriesgado pero obligado propósito que demanda buena parte de la sociedad.
Y ello requiere, antes que nada, una voz uniforme, sin versos libres –Ayuso- ni clamorosos silencios o perfil bajo de ¿optantes a la sucesión? –Moreno-, estratégicamente programada en cadencia ininterrumpida de acciones que, sin superponerse, vayan dinamitando las bases de esa antidemocrática estructura gubernamental. Con más hechos que palabras, con más iniciativas que desmentidos. Lleva años recordándolo Cayetana Álvarez de Toledo; dar la vuelta al tablero inclinado de una izquierda que, renegando de sus tradicionales principios democráticos, conduce al país a la hecatombe.
Y sí, eso solo es posible acometerlo, sin distracciones ni despistes, escogiendo la calle del medio. Hay, ahí, una inmensa masa social dispuesta a prestar el apoyo necesario, del mismo modo que hay una no disimulada posibilidad de fracaso. Pero, desde la responsabilidad de un líder de la oposición, ese es el compromiso adquirido con el votante antes que estar en un permanente tejer y destejer cual Penélope aguardando un golpe de suerte.
El próximo día 6 de setiembre comienza la cuenta atrás.