7 septiembre, 2024
La vuelta al poder de los talibanes en el año 2021, que fue posible por la retirada de los EEUU y la OTAN, dio al traste con muchos de los logros conseguidos en las dos décadas anteriores y trajo consigo la imposición de durísimas prohibiciones que hacen casi imposible la vida digna de las mujeres. Todo ello hizo surgir dudas acerca del compromiso de la comunidad internacional con el breve proceso de democratización del país, pero también dejó muy claro que el propio estado afgano había nacido con una tara. Se han publicado muchos libros y artículos sobre el tema desde 2021, intentando dar cuenta de las causas que han suscitado la «cuestión afgana», y sugiriendo algunas vías posibles para intentar resolver los graves problemas del país, sin llegar a ninguna conclusión válida. Por el contrario, el libro de José Carlos Bermejo Barrera: Afganistán. Historia de un estado fallido (Almuzara, 2024) plantea una visión muy diferente, ya que nos ofrece una visión completa del proceso de creación del estado afgano a fines del siglo XIX, dejando muy claro cuáles fueron sus defectos, y cuál fue su causa.
El autor, que posee una amplia obra en el campo de los estudios históricos, maneja una amplia gama de fuentes originales, inglesas y afganas, entre las que cabe destacar los libros de Lillias Hamilton, médica personal del emir fundador de ese estado, Abdur Rahman Khan, incluyendo un libro inédito, cuyo manuscrito no había sido estudiado hasta ahora. Dice un proverbio persa: «quién mejor conoce el valor del oro es el joyero»; y es por ello que todo el conjunto de unas fuentes fundamentales, a las que hasta ahora no se les había prestado la atención debida, permite al autor sacar a la luz como es la estructura, y cuál fue el proceso de creación, de todo un estado desde sus comienzos, hasta la actualidad.
En primer lugar, al contrario de lo que ocurre en muchos libros de historia afgana, tanto afganos como occidentales, que se limitan a repetir como loros el relato oficial de acontecimientos y gobernantes, en este nuevo libro se comienza por no reducir la historia de Afganistán a un relato único y unidireccional, intentando hallar nuevos hechos y datos recogidos en fuentes independientes, no elaboradas a partir de los textos que elogiaban a los gobernantes.
En segundo lugar el libro cuenta las cosas tal y como ocurrieron, evitando las etiquetas simplistas, que no son más que palabas mágicas que quieren explicarlo todo., con términos como «estado rentista», o «estado para colonial», omnipresentes en muchos de los libros más recientes; intentado ofrecer una descripción precisa del estado afgano en el momento de su nacimiento. Tras un minucioso estudio de fuentes fundamentales, analiazadas por primera vez, el autor define el naciente estado afgano como «estado terrorista», un término que da cuenta mucho mejor de la su estructura violenta y opresora.
La turbulenta historia política de Afganistán, sembrada de frecuentes asesinatos, golpes de estado e inestabilidad política, queda ampliamente documentada. Desde el propio Emir Abdur Rahman Khan, que unificó el país en 1890 contando con el pleno respaldo británico, hasta la toma del poder por los talibanes en 2021, numerosos dirigentes afganos tuvieron un final violento, siendo asesinados, derrocados y ejecutados, u obligados al exilio. El último presidente Ashraf Ghani, tuvo que huir del país en 2021, dejándole el poder a los talibanes. Partiendo del destino de los gobernantes afganos, el libro se centra en el estudio del uso del terror como forma de control de la población.
Desde la unificación forzada de Afganistán en 1890, el estado afgano se basó en un falso proceso de construcción nacional, que se fundamentaba en tres componentes: el islam sunita, la identidad étnica pastún, y, en cierto modo, la imposición de la lengua pastún. Aplicando esta política por la fuerza, el estado comenzó a sembrar el terror en la población, gracias a la creación de su policía secreta, llamada: «El poder que camina en la oscuridad», a los secuestros, detenciones arbitrarias, ejecuciones y asesinatos. Así persiguió a los pueblos que eran diferentes a la «nación afgana», por su lengua, religión, aspecto físico y cultura. Por otra parte, su opción por el uso del terror como medio de creación del estado nación, en vez de utilizar, por ejemplo, un proceso educativo nacional, trajo como consecuencia el nacimiento de una sociedad enfermiza.
Aportando numerosas evidencias, el libro deja muy claro que el estado afgano fue diseñado por el poder imperial británico, no para servir a la población de Afganistán, sino a los intereses de ese mismo imperio. Como consecuencia de ello, como diría un refrán persa: «el Imperio Británico cortó el cordón umbilical del estado afgano con el terror», haciendo que ese mismo terror fuesen consustancial con él desde su creación. La aplicación del terror en Afganistán hubiese sido totalmente inaceptable en la Inglaterra que lo consentía. Y esa misma situación sigue dándose en la actualidad, cuando la aplicación del terror ha hecho que Afganistán sea el único país del mundo en el que 15 millones de mujeres han sido convertidas en personas sin rostro y sin voz, ante la indiferencia creciente de Occidente, y de sus mujeres.
En contra de la idea comúnmente aceptada que cree que Abdur Rahman fue llamado el «emir de hierro», porque industrializó el país montando fábricas de armas, este nuevo libro ofrece una panorámica totalmente diferente. La evidencia histórica demuestra que el gobierno de ese emir estuvo marcado por un terror tan brutal como el aplicado por Hitler o Stalin. Si querían modernizar así a su país Abdur Rahman y el Imperio Británico sabían que debían aislarlo y no construir infraestructuras que favoreciesen su desarrollo económico. Quedaría así convertido en un baluarte contra los posibles avances del Imperio Ruso. Por eso no sería del todo anacrónico afirmar que los ingleses vieron a Abdur Rahman y a su ejército como sus mercenarios y «sucursales». Como señala el autor: «algunos historiadores y militares ingleses consideraron aceptable el terror impuesto por Abdur Rahman, como medio imprescindible para imponer el orden y alejar la influencia del poder del Imperio zarista en Afganistán» (p. 219). Éste fue el auténtico legado del gobierno de Abdur Rahman, un legado de violencia y opresión, que sigue presente y configura la realidad afgana actual.
A pesar de su apariencia civilizada el estado afgano persiguió a la comunidad judía, cuyo último miembro tuvo que huir del país cuando los talibanes tomaron el poder en 2021. Del mismo modo persiguió a las comunidades hindúes y sijs, aterrorizó a las pequeñas comunidades cristianas, y llevó a cabo el genocidio hazara en los años 1890, un genocidio que se analiza en uno de los capítulos del libro; conquistando y convirtiendo obligatoriamente al islam a la población del Nuristán, cuya lengua, religión y cultura, herederas en parte del legado griego, quedaron olvidadas para siempre en ese nuevo » País de la luz», que es lo que significa Nuristán; una bellísima región del NE de Afganistán, próxima a las estribaciones del Himalaya. Todo ello dosificando en cada momento y lugar las dosis de terror que se consideraron necesarias.
La política del estado afgano, basada en la ocultación de la realidad y en la impunidad del poder ha traído consigo el sufrimiento y la miseria para gran parte de la población. Hoy en día tener «nacionalidad afgana» se ha convertido para mucha gente en fuente de humillación y vergüenza. Afganistán es una cárcel al aire libre habitada por 35 millones de personas con sus mujeres reducidas a meras sombras, mujeres como las dos a las que está dedicado este libro, un libro que supone un paso fundamental para la comprensión de por qué Afganistán ha llegado a ser lo que es.
Estamos ante el primer libro escrito por un historiador occidental en el que se describe y analiza el genocidio hazara, en el que el emir ordenó: «matar a todos los hombres y vender a las mujeres y niños como esclavos», como se puede leer en su firmán (decreto) traducido en el libro, utilizando para ello su moderno ejército, equipado con las más modernas armas británicas. El autor intenta, por una parte, acabar con la conspiración de silencio que se extiende sobre este genocidio, promovida por los ejecutores y cómplices del mismo, y por otra mostrar como los recuerdos del mismo aún continúan vivos en la memoria oral de las gentes.Estamos ante un tipo de historia que se basa en la fe en los valores que definen lo que deben ser la sociedades y que reconocen la dignidad de la vida de todas las personas.
Como decía el autor en 1993: » el discurso de la historia no debe ser ni único ni unilateral; la historia puede alabar o censurar, aplaudir o abuchear, exaltar los hechos o reducirlos a la insignificancia. Y por eso debe asentarse sobre los firmes valores que definen los que deben ser las sociedades y los derechos humanos. La historia puede ser una herramienta utilizable para defender la dignidad de las personas, el disfrute de la libertad, y la igualdad de las personas y las culturas. La historia debe enseñar a los seres humanos a aprender que , al fin y al cabo, son parte del mundo como una totalidad, y que su dignidad y su identidad están dispersas en cada rincón del espacio y en cada instante del tiempo. Y que únicamente la reconciliación con nosotros mismos, con otros seres humanos del pasado y del presente, y con el resto del universo como en toda su diversidad, puede darnos la esperanza de encontrarnos y conocernos a nosotros mismos. Éste es, como sabían muy bien los filósofos de la Antigüedad, el camino a seguir para llevar una vida un poco más digna y un poco más decente».