
31 octubre, 2025
Durante mucho tiempo, comprarse una casa fue el gesto que marcaba el inicio de la vida adulta. El día que se firmaba la hipoteca, uno sentía que empezaba algo nuevo: no solo una deuda, sino una historia. El hogar era la metáfora perfecta del esfuerzo y la estabilidad. El ladrillo, refugio y herencia, se convertía en el pilar sobre el que se levantaba la prosperidad de un país. Comprar significaba pertenecer, tener raíces, construir algo que resistiera los vaivenes. Pero ese relato se ha roto.
Hoy, para los jóvenes, la vivienda no es un punto de partida, sino una meta que se aleja. En la última década los precios han subido más de un 30 %, mientras los salarios apenas lo han hecho un 10. En muchas ciudades, un piso medio se lleva la mitad del sueldo. Sin estabilidad laboral no hay ahorro, sin ahorro no hay hipoteca, y sin esta no hay vivienda.
Mientras tanto, las herencias también se retrasan. El traspaso de patrimonio entre generaciones llega cada vez más tarde. Si antes se transferían en torno a los 50 años, hoy lo hace pasados los 60, y para cuando llega, ya es demasiado tarde para quien ha pasado media vida encadenando alquileres.
El resultado es una generación suspendida en un limbo: demasiado adulta para seguir en casa de sus padres, demasiado vulnerable para emanciparse. Según el Banco de España, el patrimonio medio de los menores de 35 años es hoy un 40% inferior al que tenían los jóvenes de esa edad a comienzos de los 2000. Y solo el 36% vive en una casa en propiedad, frente al 69% de hace 20 años. Más que una estadística, es una fractura social.
Erich Fromm escribió, “la libertad no es algo que se nos da, sino algo que conquistamos”. Pero ¿cómo conquistarla cuando no se puede cerrar con llave una puerta propia? Tardar tanto en independizarse significa aplazar los afectos, los proyectos, las certezas. Vivir en una suerte de adolescencia permanente que no tiene que ver con la edad.
Una sociedad en la que los jóvenes se emancipan tan tardíamente es una sociedad que posterga la natalidad, reduce su dinamismo y debilita sus redes de solidaridad. El acceso a la vivienda no es solo un problema económico, es un factor que condiciona la demografía, el mercado laboral y hasta la política. De hecho, en buena medida, el malestar generacional que recorre Europa tiene en la vivienda una de sus raíces más profundas.
El debate político, sin embargo, sigue girando en torno a parches y promesas que nunca llegan. España tiene apenas un 2,5% de parque social, frente al 17% de Francia o el 30% de Países Bajos. Pero hay salidas. Se requiere aumentar de forma sostenida la vivienda pública en venta y alquiler asequible, movilizar el suelo público, rehabilitar viviendas vacías, impulsar cooperativas y fomentar la vivienda intergeneracional, donde jóvenes y mayores compartan recursos y cuidados.
Sería bueno cambiar de enfoque y entender que la vivienda no es un bien de lujo, sino el escenario donde ocurre la vida. Un lugar desde el que afirmarse, amar, envejecer, ser. Si no lo hacemos, el país se partirá en dos: los que heredan casa y los que heredan incertidumbre.
Para una generación entera, la casa propia se ha convertido en el recordatorio de un sueño que se derrumba sin hacer ruido. Pero lo más grave no es no tener un piso, sino no tener un lugar desde el que imaginar la vida. Sin ese espacio propio, el futuro se vuelve provisional, como si el país estuviera viviendo de alquiler.
No mes de xuño de 1982 o Parlamento de Galicia trasladouse provisionalmente ao Pazo de Fonseca, cedido pola Universidade de Santiago de Compostela. Parte das dependencias administrativas continuaron nos baixos do Pazo de Raxoi, cedidos polo Concello de Santiago de Compostela. En Fonseca, o Lexislativo galego estivo instalado entre xuño de 1982 e febreiro de 1989. Na foto, pola esda., Xerardo Fernández Albor, Carlos Casares e Ramón Piñeiro. Fotos: AG e PG