30 octubre, 2024
A estas alturas de la actual legislatura quedan pocas dudas en la opinión pública de que el agua ardiendo que suele invocarse como eficaz remedio para sacar expeditivamente a alguien de su silla no es otra, en el caso del presidente del Gobierno Pedro Sánchez, que la determinación que adopten en su día los jueces a propósito de las superpuestas tramas de koldos, Delcygate, Globalia, mascarillas, hidrocarburos, “nexo conector”, consorte, hermanísimo…. que confluyen todas, como referente último e inexcusable, en el ya conocido como Número 1.
Por eso resultan tan ineficaces las sucesivas y desnortadas estrategias del Partido Popular por acelerar el proceso de caída del actual Gobierno y que no hacen sino llevar a la opinión pública una sensación de permanente improvisación, de acelerones críticos repentinos y pausas condescendientes para intentar hacerse con el botín electoral. Porque -debieran saberlo ya- toda estrategia que parta de lo racional se estrella contra ese muro de irracionalidad carente de normas del Gobierno Frankenstein y donde la única consistencia que existe en la toma de decisiones es lo que en cada momento mejor convenga a su protagonista. Y no, el PP no está preparado -no por buenismo, sino por ineficacia- para enfrentarse a tahúres de tan demostrado nivel de especialización.
Por eso, enredarse cada miércoles en esa confrontación absurda y con cartas desiguales del control al Gobierno -la práctica demuestra que es el Ejecutivo quien controla a la oposición al no responder a nada de lo que se le pregunta- no es más que el melancólico canto incapaz de mover un solo voto de la coalición de Gobierno hacia las filas populares y sí, por el contrario, desafectar cada vez a un mayor número de ciudadanos defraudados de tan pobre bagaje político en el partido que quieren ver como alternativa.
El maestro Cunqueiro, en sus tiempos de director de un diario gallego, nos enseñó la inconmensurable ventaja que tenía dejar dormir algunos días en un cajón los artículos de opinión que llegaban a su mesa de trabajo. Más de uno fueron del cajón a la papelera evitándose así males mayores. El PP no tiene esa lección aprendida y por eso se lanzó, cual perro de presa, a la irreflexiva denuncia sobre una pretendida financiación corrupta del PSOE sin una mínima prueba sólida que sustentara su arrogante precipitación. Sí, lo sabemos, fue para tapar el previo error de no leerse lo que se votaba en el Congreso y en un obsceno intento de esquivar así la exigencia de responsabilidades que barones, militancia y ciudadanía esperaban por tan nefasta actuación para con las víctimas de ETA. Doble fracaso y nueva desafección entre el electorado. Ni se depuraron responsabilidades ni se logró con la denuncia otra cosa que su desestimación y el consecuente bochorno por semejante muestra de bisoñez.
Aguas, en todo caso, suficientemente turbias que vinieron a sumarse a otras previas de querer jugar en el trucado terreno de la izquierda con improvisadas regalías de conciliaciones familiares y reducción de jornadas laborales o la titubeante posición respeto del problema de la inmigración, difíciles de entender para un electorado que se afana cada día en llevar no sin esfuerzo el pan a su casa.
Lo acaba de ratificar la encuesta de GAD3 para ABC conocida estos días que otorga a la derecha (PP más Vox) una holgada mayoría absoluta para gobernar con 187 diputados aunque a costa de sumar a los 147 propios, que el sondeo les otorga, los 40 que adjudica a Vox -7 más de los logrados el pasado año-. ¿Se conforma el PP con el pesado lastre de tener que gobernar en coalición con un creciente Vox?
Pero en el mes de marzo y en encuesta de la misma empresa demoscópica el PP se veía en una horquilla de 159-165 escaños, con un 37,9 % de voto estimado. Casi cuatro puntos más de los que ahora logra.
Esta significativa pérdida de puntos y diputados se produce, por otra parte, justo en el momento en que el PSOE y sus aliados se encuentran en la peor de las estimaciones a causa de los escándalos judiciales y guerras internas que protagonizan y sin que Vox se haya significado en todos estos meses por políticas concitadoras de un voto favorable más allá de un no dubitativo plan contra la inmigración ilegal. Por eso el vaticinio de esa desafección, de esa caída de puntos parece claro: está más en lo que el PP no hace o hace mal que en lo que los demás hacen.
Por trayectoria personal de sus largos años al frente de la Xunta, Feijóo debiera saber dos principios elementales en política. El primero, que unas elecciones no las gana nunca la oposición, sino que las pierde el Gobierno de turno. Segunda, y recordando al sibilino ex primer ministro italiano Giulio Andreotti, que, en efecto, “el poder desgasta, sobre todo cuando no se tiene”.
De modo que siguiendo la máxima napoleónica de que no es conveniente distraer al enemigo cuando se está equivocando, haría bien el Partido Popular en primar inteligencia sobre estrategia, firmeza antes que fanática urgencia y, por encima de todo lo demás, arbitrar un proyecto político claro, constructivo y moderado que lleve al electorado la necesaria dosis de esperanza de que después de los aciagos días del fango, de la tormenta, cabe la calma, la vuelta al imperio del sentido común. Premisa que requiere, además del proyecto, de los hombres y mujeres adecuados para transmitir dicha imagen y que ahora mismo no se adivinan en la formación de Feijóo. ¿Dónde el fichaje estrella que se iba a ocupar de la depauperada economía del país y que el líder popular dijo tener en cartera?.
Como se señala, serán los magistrados -con el parsimonioso andar que tiene la Justicia- quienes logren al final disipar la densa niebla, la persistente calígine actual que atenaza a las instituciones del Estado y que sume a la ciudadanía en una desesperanzada tenebrosidad respeto del futuro inmediato.
Y, ahí, haría bien el PP en no molestar al Gobierno en su camino al precipicio, aclimatarse a los tiempos judiciales y, entretanto, dar forma desde ya a ese proyecto de ilusión y a los hombres capaces de generar esperanza en el mismo. Con las urgentes remodelaciones que la actual deriva del PP está demandando y que debieran comenzar por un drástico cambio en la estrategia comunicativa, esa que con tanto oficio domina la izquierda, capaz de vender victorias en medio de las más evidentes derrotas. Desde la absoluta carencia de empatía de la portavoz Cuca Gamarra al insustancial Borja Sémper o el anodino Bendodo. Valores en alza como Ester Muñoz en el Congreso, junto a la excelencia de Cayetana, o el advenedizo Adrián Vázquez, en el Parlamento europeo, están mostrando el adecuado camino para pergeñar el paisaje que la ciudadanía aguarda después de la niebla. Pero es Feijóo quien tiene que mover ficha.