18 septiembre, 2024
El Rey Juan Carlos vino a Madrid para asistir al funeral de un sobrino fallecido en agosto, pero la noticia no estuvo en su venida, sino en que durante la estancia en la capital tuvo que alojarse en un hotel porque le han prohibido pernoctar en el Palacio de la Zarzuela.
No suele formar parte del ADN de los políticos españoles el agradecimiento a las personas que, como el Rey Emérito, contribuyeron a nuestro bienestar político, social y económico. Él fue el motor del cambio político impulsando reformas que desmantelaron el aparato franquista y alumbraron la Constitución y con ella el régimen democrático bajo la forma de monarquía parlamentaria. Después mantuvo su compromiso con la Carta Magna y con la legalidad, como demostró el 23-F desactivando el golpe de Estado que consolidó la democracia.
Es verdad que en los años finales de su reinado su conducta personal empañó su trayectoria y su legado y esos devaneos convirtieron al viejo Rey en la diana a la que dispararon los políticos nacionalistas, independentistas y los socios del Gobierno, con el silencio y la anuencia del presidente y de los ministros que tiraron de argumentario oficial para exigirle explicaciones por su conducta en los últimos años de su reinado.
Explicaciones que nunca pidieron a los sediciosos, a los expoliadores y malversadores de dinero público (EREs, cursos de formación…), ni a otros corruptos que abundan en el suelo patrio y duermen en sus casas. Tampoco a los titos berni, los koldos o los presuntos tratos de favor y tráfico de influencias en los aledaños del gobierno, todos en proceso de investigación.
Pero los políticos revestidos de jueces dictaron la sentencia del destierro -castigo propio de una dictadura- sobre un ciudadano libre de toda causa que contribuyó a restaurar la democracia y engrandeció a España en el exterior. Claro que detrás de esa “persecución” al Rey Emérito, un servidor del Estado con más aciertos que errores, está el objetivo era acabar con la Monarquía parlamentaria y, con ella, con el régimen que nos dimos en 1978 que trajo a España los mejores años de estabilidad política y social, de progreso y bienestar económico.
Un inmenso error propio de políticos miopes, ignorantes del pasado. Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia, afirma que “la monarquía parlamentaria actual es una clave de bóveda. Tenemos una historia fundamentalmente monárquica y cada vez que ha quebrado ha sido peor, con luchas, guerras civiles… Creo que es una institución que merece la pena mantener para el bien de todos”.
La Académica fue preceptora del Rey Felipe VI del que dice que “es un rey excepcional, de una gran inquietud intelectual y extraordinariamente inteligente, que es lo que más valoro, y también destaco su bondad”. Es lo que nos queda como garantía de estabilidad en este tiempo convulso de España