28 mayo, 2024
Hemos tenido presidentes como González y Aznar que han pisado fuerte en el terreno internacional, y otros que han sido mucho menos relevantes. Pero en todos los casos, siempre hemos contado con ministros expertos en política internacional, que se rodeaban a su vez de profesionales solventes, sin tener en cuenta su ideología, para defender con solidez los argumentos patrios en los foros y circunstancias más difíciles.
Pero en la actualidad sufrimos un importante deterioro de la política exterior, debido a que se ha priorizado, en demasiadas ocasiones, la agenda del Gobierno frente a los intereses reales de la nación y de los españoles, por lo que la capacidad ejecutiva de nuestra diplomacia se ha visto muy comprometida y debilitada. Así, a pesar de nuestro rango de semi-gran potencia, de nuestra economía y población, incluso de nuestra antigüedad en la U.E., el peso del país en política internacional sigue siendo, escaso y proporcionalmente desequilibrado.
¿Pero, por qué sucede esto? Churchill decía que los españoles lo solucionan todo “con un cafecito”. Desde entonces, el sistema no parece haber mejorado demasiado, y no por falta de calidad de nuestros diplomáticos, sobradamente preparados para representarnos más que dignamente. Sino, en buena medida, por la falta de dirección y proyecto diplomático claro.
El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, “el Napoleonchu del Gobierno”, en acertado calificativo del periodista Ramón Pérez-Maura, es como un pequeño satélite que orbita alrededor de Pedro Sánchez, del que se le ha pegado todo menos la altura: la subordinación de cualquier principio ético al poder y su personalidad narcisista e iracunda. Ha creado un conflicto innecesario con Argentina. Apoya sin fisuras al jefe, cuando este dinamita el equilibrio diplomático de España en el Magreb, provocando crisis sucesivas con Marruecos, por el vodevil con el líder del Polisario traído de tapadillo para tratarse de Covid; así como con Argelia, por cambiar nuestra posición sobre el Sáhara Occidental en favor de Marruecos.
Hizo lo propio cuando Sánchez anunció que reconocería al Estado Palestino, o cuando acusa a Israel de violar el derecho humanitario, a pesar de que este país ha sufrido uno de los peores pogromos del siglo XX. Olvidando a su vez que la responsabilidad de convertir a la población gazatí en un escudo humano es del grupo terrorista Hamás.
España tardará mucho tiempo en recuperar su prestigio internacional, pero poco importa cuando de lo que se trata es de dar mensajes radicales para arrebatar votos a Sumar y tapar otros escándalos.
Si Sánchez es el último responsable, su brazo ejecutor, el ministro Albares, está haciendo un papelón. Con su diplomacia disparatada y sectaria, no parece ser el más adecuado para conducir nuestras relaciones internacionales. Un país sin estadistas necesita al menos, ministros del Gobierno que lo parezcan, sobre todo en política exterior.
La diplomacia no es ningún juego de niños. Ciertamente un Gobierno, con visión de estado, debe tener la capacidad de diseñar la política exterior que considere más conveniente en la defensa de los intereses de todos, no los exclusivos de sus siglas políticas. Pero ya lo dijo Marco Aurelio: “No lo hagas si no conviene, no lo digas si no es verdad”.