31 marzo, 2024
Decíamos ayer. La mítica frase que la tradición popular quiere ver en boca de Fray Luis de León –y que el ilustrado presidente del Gobierno confunde con San Juan de la Cruz- tiene, a efectos de este rencuentro del periodista con el lector, la misma dosis de inverosimilitud que tendría la del famoso fraile agustino si realmente la hubiese pronunciado en el aula en la que, después de cinco años de presidio, reanudó su vocación docente. Ni el aula era la misma ni la materia impartida tampoco. Verosimilitud –que no certeza- que acaso pueda atribuirse, esta vez sí, a Miguel de Unamuno, cuando reanudó sus clases en la misma Salamanca del religioso tras haber pasado siete años exiliado en las Canarias.
Pero más allá de su literalidad o certidumbre la frase tiene, desde el aporte simbólico que le ha conferido la tradición, esa segunda significación de haber pasado a la historia como reafirmación en las propias creencias –el eppur si muove de Galileo-, desde una mente que se planta, firme, frente a los azotes del temporal o las mareas, de los inquisidores o las dictaduras. Una acepción, en fin, que nos invita a volver al camino abandonado, retomar la senda profesional, el propio itinerario vital de nuestras convicciones.
Se decía en ese ayer metafórico por quien esto firma (“Es tiempo de adioses”) que el inexorable discurrir de la vida va tejiendo tiempos de bonanza y de tribulación, de encuentros y adioses. Pero, aun en la tribulación por la obligada despedida, se hacía voluntad de reencuentro con el lector en cualquier otro recodo de la vida con que la suerte saliera a nuestro encuentro. Ese recodo, ese vericueto entresoñado, llega hoy a estas líneas de la mano de una nueva y entusiasta, aunque arriesgada, aventura periodística; DIARIO DE SANTIAGO. Justo cuando la profesión está, por méritos propios, más denostada que nunca; cuando lo escrito sucumbe a lo dictado, cuando la narración tiene los pies de barro de un relato a vuela pluma con la consistencia de una volandera hoja otoñal. Nunca, vista en la perspectiva que ofrece un repaso urgente por la historia, la profesión periodística estuvo tan sometida al poder, anclada en la vulgaridad de una deficiente formación cultural, sujeta a la tiranía de las redes sociales, carente de los valores éticos precisos para su significación en la comunidad.
Pero vale la pena intentarlo. Volver a situar en el buque social que nos lleva todos los elementos de a bordo “a son de mar”, a salvo de los ímpetus del rolido y del cabeceo propio de toda travesía. Aun a riesgo de tormentas. Que vendrán, como vinieron. Pero incapaces, antes y ahora, de poner en peligro lo que seguimos entendiendo como imprescindible salvaguarda para una navegación en armonía, solidaridad y justicia. Aún en medio de los deshechos de una ilusión que la tormenta arrastró a la playa de los naufragios. Porque con las destartaladas tablas de aquella inmerecida encalladura – que la Política y la Justicia ayudaron a anegar- se construye esta nueva aventura sabiendo que algún día se llegará a buen puerto
Porque, nos lo aconsejó el Nobel de Padrón -hasta estamparlo en el frontispicio de marquesado-, quien resiste gana. Porque hay que hacer reivindicación honesta y firme de las segundas oportunidades, aunque en España se limiten a un adocenado boletín oficial escondido en la gaveta de las causas perdidas. Porque si perdemos la esperanza sucumbiremos como especie. Porque el hombre, como el investigador, caen una vez, y otra, y otra -prueba-error, prueba-error- en busca del hallazgo definitivo, fortuito o trabajado. Y porque la vida es vida si se vive en esa eterna búsqueda de la piedra filosofal, del elixir de la vida… aunque tengamos la certeza de que no se operará el milagro con nuestra prima materia.
Decíamos ayer sentirnos obligados por una ciudad, Compostela, tan adocenada en su apatía de taberna, que lleva camino de la insignificancia si los pocos quijotes que la sustentan abandonaran la tarea de ennoblecerla. Y porque, además de quienes la habitan, la ciudad –como quería Contador- se configura desde la identidad que cada individuo, desde su propia peripecia vital, va configurando en esas otras ciudades sumergidas en la memoria, construidas a partir de vivencias, sentimientos, encuentros o desamores. Y porque, como este juntaletras confesó hace veinte años esa es, justamente por soñada, la imagen más real de la urbe y la que nos convoca a ese compromiso de servidumbre que trasciende, por ambicioso y solidario, las vicisitudes del tormentoso presente.
Los hombres y mujeres de Diario de Santiago llevan semanas pertrechando la nave de la nueva aventura periodística con el imprescindible equipo de navegación y gobierno, cartas náuticas, anclas y cabos, equipos de propulsión o los arneses de seguridad que garanticen un viaje tranquilo. A ese barco que hoy inicia singladura, con el propósito de ayudar a poner a son de mar los valores éticos del rigor y el servicio a la verdad, quiere subirse el periodista. Nos encontraremos en la travesía que deseamos venturera. Entretanto, sigan siendo felices.