29 abril, 2024
Estaba escrito. No hacía falta ser un lince para apostar por la continuidad de Pedro Sánchez. El pasado sábado, Diario de Santiago publicó en esta habitual columna un artículo sobre el presidente, que finalizaba así: “Cuando uno se retira cinco días con amenaza velada y dice que se va ir, es que no se quiere ir”. Y eso es lo que sucedió. ¿Quién resiste la tentación de renunciar a un Falcon cuándo le apetezca, incluso para viajes cortos; o no disfrutar de dos palacios, uno para diario y otro para sus vacaciones; o mantener a miles de correligionarios con las espaldas (y los bolsillos) bien cubiertas? Solo un tonto.
Hombre, en otros países de nuestro entorno, léase Portugal, sin ir más lejos, otro presidente socialista renunció al más alto cargo de la República por una mera sospecha de corrupción de un familiar. Los lusitanos, ya se sabe, son así. Prima más la moral, la ética y la ejemplaridad antes que el sillón de mando. Pero don Pedro de tonto no tiene un pelo. Al contrario. Es más listo que un delfín; tan ágil como una ardilla, y manipulador como un gato (se acaba de descubrir que estos animales son los más diestros del mundo). Se equivocan quienes le cuelgan el sanbenito de “Perro”. Todo lo contrario: son leales, buenos compañeros, profesan amor incondicional, amigos de por vida y hasta se alegran cuando regresamos a casa.
Resuelta la incógnita del retiro espiritual de cinco días, al sexto se hizo la luz. La víctima indirecta por el episodio de su esposa Begoña Gómez hizo más caso al clamor de los suyos, al “Pedro quédate, te necesitamos”, que a cualquier otra cosa. La homilía de las 11 fue patética para unos; cursi para los demás. “Amaos los unos a los otros (nos vino a decir); sed buenos, practicar la virtud de la sana convivencia, yo seré el primero en dar ejemplo, acabemos con la fachosfera, dejemos atrás el rencor, haced lo que yo os diga, nunca lo que yo haga”.
Lástima que su comparecencia haya sido sin opción alguna a preguntas -como en Corea del Norte-. La prensa canallesca no es fiable para el inquilino de la Moncloa. Con gesto compungido, la pifió nada más empezar con un “buenas tardes” a las once de la mañana. Su manifiesto pretendía justificar lo injustificable. Ni siquiera convenció a sus correligionarios. Una encuesta exprés, realizada a vuela pluma por quien esto escribe, remató con el dato de que tres cuartas partes de los consultados se mostraban más avergonzados que satisfechos y solo el resto aplaudieron. Eso sí, todos coincidieron en un punto: suspiro de alivio y encantados de mantenerse en el cargo hasta que remate (si se llega allá) la legislatura.
Un repaso en plan telegráfico por medios informativos permite resumir que una gran mayoría de los analistas marcan el acento en su victimismo, propaganda, nula autocrítica, reacción desproporcionada con respecto a su mujer, censuran que TVE le entreviste en exclusiva, temen un cambio de régimen por la puerta de atrás, ponen en pie de guerra a las asociaciones de periodistas por ataques a la libertad de expresión, claman contra la tezanomanía a favor del líder supremo, temen que se hipoteque el futuro de España y muestran pavor por la amenaza implícita de la anunciada ofensiva sanchista “que abra paso a la limpieza”.
En fin, ¿ha servido para algo la meditación trascendental? En absoluto. Estamos mucho peor. Los problemas de base nos acechan; vuelven a la carga catalanes y vascos; hemos perdido prestigio y solvencia en el exterior; estamos más polarizados que nunca; el IPC sigue en alza y el paro crece en 117.000 trabajadores que han perdido su empleo en un mes. Para completar la jugada, una periodista, la mejor pagada de TVE, lidera un manifiesto en el que se llama golpistas a periodistas y jueces. Clavó la situación Antonio Lucas, que titula su columna referida a lo ocurrido hoy con un “Demasiado todo para tanta nada”.
¿Mereció la pena, Pedro? ¿A qué no?