
17 octubre, 2025
En Galicia, llevamos demasiado tiempo viendo cómo la política en muchos municipios se convierte en un juego de silencios, favores y pactos invisibles. Cuando aparece un escándalo, cuando se señalan adjudicaciones dudosas, cuando un alcalde o concejal está en el punto de mira… la reacción es casi siempre la misma: no pasa nada. Y eso, sinceramente, cansa.
No se trata de exagerar ni de atacar por atacar. Pero cualquiera que haya vivido de cerca la política local sabe que los dos grandes partidos llevan años tapándose entre ellos. Hoy por ti, mañana por mí. Y mientras tanto, la ciudadanía observa con desconfianza cómo esos casos se cierran en falso o se olvidan.
Más de 1.700 casos de corrupción en Galicia en una década. Solo el 14 % ha llegado a juicio. Los datos no mienten. Pero lo que más preocupa no es lo que se roba, sino lo que se permite. Lo que se calla. Lo que no se quiere investigar. Y eso daña la democracia más que cualquier titular.
El vecino que trabaja, que paga impuestos y que espera que su Concello funcione, no entiende cómo se tolera tanto. ¿Cómo explicarle que alguien investigado sigue en su cargo? ¿Cómo convencerle de que las decisiones que se toman son limpias, si no se actúa con transparencia?
Casos como la operación Pokémon, el caso Campeón o los contratos del hospital Álvaro Cunqueiro no son hechos aislados. Son ejemplos de un sistema que lleva demasiado tiempo sin renovarse, sin limpiarse por dentro. Y eso tiene que cambiar.
Galicia necesita una nueva etapa. Y no me refiero solo a cambiar de caras, sino de forma de hacer política. Necesitamos más ética y menos cálculo. Más compromiso con la gente y menos sumisión a las cúpulas. Más participación, más control, más verdad.
Como decía Castelao: “Un país que non loita contra a inxustiza é un país sen alma.” Yo creo en una Galicia con alma. Y también en una ciudadanía que está harta de lo de siempre, pero que todavía cree que se puede hacer política con dignidad.
Este es el momento. Porque si seguimos mirando para otro lado, les estaremos dando permiso para que nada cambie.
La menor, perteneciente a una comunidad romaní, fue trasladada a Cataluña, donde permaneció bajo el control de la familia compradora con el propósito de consumar el matrimonio forzado. La chica, que se encontraba sin escolarizar, fue obligada a ejercer la mendicidad como forma de aportar dinero a la familia compradora