10 agosto, 2024
…y lloró. También lo mordió Djokovic su vencedor, dos tipos que disparan la pelota a ciento noventa kilómetros por hora. Pero los héroes también lloran. De Alcaraz oigo sus gemidos a cada raquetazo que larga. ¿Y hablaría también? Habla. Y sobre todo trabaja en lo suyo. A los mismos veintidós años que él tiene, otros chicos preparan oposiciones, mandan currículos o conducen furgonetas de reparto: Carlos dedica seis horas al día a mejorar su tenis. Terminó la Enseñanza Secundaria y no precisa una formación académica distinta de la formación laboral que acrecienta cada día. Cuando acabe su carrera deportiva tendrá opciones a su medida: ser entrenador, montar una escuela de tenis, administrar el patrimonio que ahora acumula… Tiene cultura este veinteañero, tiene una cultura laboral deportiva muy alta, porque detrás de sus raquetazos en partidos que duran cuatro horas, ufff, hay una estrategia, una lógica; detrás de una buena práctica hay siempre una buena teoría; a sus buenas piernas acompaña una buena cabeza.
Un miembro de mi clan es Marc Larumbe, medallista olímpico de waterpolo en París, de 30 años. Para serlo ha pasado miles de horas nadando. Es ingeniero químico y se postula como tal en Linkedin. Hay que amarrar futuro.
Detrás del triunfador hay gente. Novac Djokovic tiene esposa y un par de churumbeles. Nuestro Carlos es el segundo de cuatro hermanos, con quienes convive en la casa familiar todo lo que alcanza junto con papá y mamá. Es significativo ese entorno familiar positivo cuando la familia es denigrada en círculos culturetas mainstream.
Los héroes lloran. A los récords, medallas y sonrisas añaden lágrimas y decepciones. Descubro en los Juegos un cóctel de sensaciones complementarias. Esta edición de 2024 nos hace ver de nuevo que el deporte afina las personalidades tanto si ganas como si pierdes.