21 septiembre, 2024
Muchos de los que me conocen saben que soy una persona intensa. Seguramente no sea la excepción a ninguna regla, pero digo que debemos reivindicar serlo en toda circunstancia. Mi característica se corresponde con los seres a quienes cuando algo va mal se enfadan, aprietan los dientes, fruncen el ceño y tragan saliva. También soy de las que saltan de felicidad cuando las cosas salen bien, ríen a carcajadas cuando algo es divertido y abrazan fuerte y mucho cuando aprenden la lección de que estamos en la tierra solo “un ratito para ser felices”, aunque muchos nunca lleguen a serlo.
Quizás mi ímpetu y franqueza me jueguen malas pasadas por ser políticamente incorrecta. Siempre he sido una fiel defensora de la justicia, aunque a veces me toque el papel de moralista, y me doy cuenta de que no soy quién para dar lecciones a nadie. Solo intento que quienes me rodean sean lo más felices posible.
Me equivoco mucho, ¿quién no? Tacho, borro, escribo y repito cuantas veces sea necesario, y no hablo solo de textos. El que no se equivoca no ha vivido, no se aventura a descubrir quién quiere ser realmente. Tengo miedo de que dentro de unos años al mirarme al espejo no me reconozca, y que con el paso del tiempo oculte esa intensidad que me caracteriza.
Todo el mundo desea el éxito; sin embargo, el fracaso enseña lo que el triunfo oculta. Sinceramente, en el último año he tenido unos cuantos chascos, pero mantengo la esperanza de alcanzar el equilibrio que otorga el conocido lema «tropezar, caer, levantarse y seguir». Confío en las señales que van apareciendo durante el camino y allí dónde hoy veo sombras reluzca el sol. Enfrentarse a la oscuridad es una asignatura que, más tarde o temprano, todos tenemos que superar. La cuestión es descubrir que no todo es tan oscuro como parece.
Soy la primogénita en mi casa, la primera nieta de la familia, la hermana mayor, la intensa del clan, y durante este periplo he aprendido que la vida es una fiesta a la que invitas a muchas personas: unas llegan, otras se van, algunas se convierten en compañeras de viaje por un tiempo, y el resto quedan en una simple anécdota. En cambio, las hay que llegan por sorpresa y se convierten en un descubrimiento que ayudan a ordenar y recoger los platos rotos y abandonados por quienes se fueron.
Si llegamos a la conclusión de que la vida es una fiesta, recomiendo que la vivamos con intensidad, porque eso es lo único que nos llevaremos a la eternidad.