26 septiembre, 2024
Nos enseñan a dar las gracias, a sonreír, a no replicar a los mayores y a entender que el exceso de sinceridad puede ser incómodo, incluso inapropiado, por lo que la discreción se vuelve esencial. Intentamos ser invisibles para no molestar, pero, “casualmente”, esto solo se suele aplicar a la mitad de la población. ¿Sorpresa? a nosotras, las mujeres. Las mismas que debemos estar «a la altura de las circunstancias cuando las cosas se complican» y apoyar incondicionalmente a la figura masculina y hegemónica, no vaya a ser que la masculinidad frágil se rompa en mil pedazos. Sin embargo, nadie muestra el malestar de llevar el peso de una sonrisa, como si de una máscara se tratase, porque así nos educaron.
La famosa frase de “el amor todo lo puede” se convierte en un lema y a la vez en un arma arrojadiza para todas las mujeres que pueden encontrarse en una relación de dependencia por pensar que, si no están al lado de esa persona, no son merecedoras de recibir amor. Pero el cuento ha empezado a cambiar. Las princesas de hoy en día son las que llevan vaqueros y no vestidos de brillos, las que cultivan su mente con libros y no adornan su cabeza con flores y las que ya no firman sus textos como anónimo por miedo, sino con nombres y apellidos, sin ningún tipo de pudor porque ser inteligente no va de la mano con ser hombre. La valentía no se asocia a la fuerza física sino a la tenacidad de las personas. Por todas, no se da un paso atrás.
Parece ser que, si no sientes, no duele, o eso decimos para engañarnos. Pero, ¿no es eso injusto?. Afligen los desprecios, la desvalorización, el término acuñado como Luz de gas (concepto que proviene de la obra de teatro del mismo nombre de Patrick Hamilton) que consiste en la manipulación hacia la persona para hacer que esta dude hasta de sus propias experiencias o percepciones, por último, golpes que se convierten en cicatrices.
Muchas se quedan calladas, utilizando frases como “estoy bien” o “yo puedo”, que solo perpetúan la idea errónea de que no sentimos si no lo verbalizamos. Qué gran mentira esa, pues detrás de una sonrisa pueden esconderse innumerables daños.
Así, el maltrato tiene mil y una caras y en cada una de ellas, se viven realidades muy diversas. Por ello, la amabilidad se convierte en uno de los grandes antídotos en momentos de vulnerabilidad, cuando la tristeza se apodera de nosotros. La experiencia me ha enseñado que una sonrisa de un extraño puede iluminar un día gris, dar los “buenos días”, convertirse en un intento de iniciar la jornada con buen pie, y un abrazo recomponer heridas invisibles. La amabilidad está al alcance de todos. Nadie debería olvidarlo, por dura que sea la batalla que cada una libra.
En ocasiones, pensamos que animar o incluso aliviar a alguien requiere de grandes palabras o reflexiones profundas, cuando quizás lo único que se necesita es un ratito de buena compañía y una pizca de amabilidad. Acompañar, también en silencio, puede ser un gran aliado, una medicina sin receta que salva a quien más lo necesita.