2 agosto, 2024
Entre los invitados a la mesa que montó Thomas Jolly para la inauguración de los Juegos Olímpicos había media docena de tipos extravagantes en el apartado égalité: el travesti, transformista, el exhibicionista sexual y presidiendo el cotarro la tetona señora en el asiento de Jesucristo.
Cada comensal era raro, queer, un híbrido algo monster, en aquella desasosegante representación. El creador del espectáculo, Thomas Jolly, conocido por “reinventar las obras clásicas para darles un ‘enfoque actual, traspasado de ideología ‘queer’ “, dice que se inspiró en el cuadro «El banquete de los dioses» (Museo Magnin de Dijon), que el holandés Jan van Bijlert pintó en el siglo XVII: representa una orgía pagana; pero la coartada del creador de esa parodia no cuela. Uno de los presentes en el Sena es la drag queen Piche (en realidad un tipo que se llama Mike), con su enorme peluca, su barba larga y su maquillaje desmesurado: Piche aplaude la presencia queer en esa Última Cena y acepta sin eufemismos que “es una representación bíblica, reutilizada en la cultura pop”. Lo queer (=raro) añade un + al acrónimo LGBTIQ y ensancha ad infinitum el posmoderno caprichismo sexual.
Anne Descamps, portavoz del Comité Olímpico, amagó una disculpa ante las protestas: “intentamos celebrar la tolerancia comunitaria”. Suena lindo, mas ¿esa tolerancia exige que los ofendidos sonriamos cuando nos meten un palo en el ojo? ‘es una broma…’, dicen esos faltones y te tildan de ultramontano.
Los cristianos amamos al prójimo, e incluimos en él a nuestros enemigos, tanto más a quienes no los son, como los raritos que se coñearon de la Última Cena en la burla del Sena.
Amo los/las drag queens, y los compadezco por cuanto su rareza ‘queer’ les añade marginación y sufrimiento, los animo a que lo sobrelleven y les pido además que cultiven el recato.