28 agosto, 2024
Acaba de aparecer, ahora mismo, en Espasa, un libro fundamental. Se trata de una suerte de autobiografía (en realidad, mucho más: es, también, un libro de filosofía escrito por lo que él llama un ‘sobreviviente serial’ que contiene unas conclusiones muy notables) llamada Yo debería estar muerto. Su autor es muy conocido: Alejo Stivel, el creador y cantante del grupo Tequila (“Vamos a tocar un Rock&Roll a la plaza del pueblo…”, ¿recuerdan?), que revolucionó el rock hispano allá por 1976, y cuya influencia no ha dejado de notarse nunca, hasta hoy mismo. Y haber sido luego, como productor, un mago capaz de hacer cosas como el glorioso19 días y 500 noches de Sabina.
Dialogar con Alejo es francamente complicado. Cuando hablas con él, ves y sientes a alguien que no sólo ha tenido una vida excepcionalmente intensa, sino que, además, ha heredado la experiencia tan enormemente rica de su madre, la actriz Zulema Katz, por ejemplo, que tuvo contacto, en Argentina, en su propia casa, con un universo de creadores que la visitaban con harta frecuencia. La lista sería enorme: Vargas Llosa, Juan Gelman, Norma Aleandro, Marilina Ross, María Elena Walsh, Miguel Gila (entonces exiliado del franquismo en Buenos Aires; con él hicieron el viaje a España en barco cuando el golpe militar era inminente; Gila decía que ese era su reexilio), Héctor Alterio, Paco Porrúa (el director de Editorial Sudamericana, que fue quien editó Cien años de soledad, de García Márquez), y alguien llamado… Julio Cortázar… con quien Alejo llegó a tener una amistad muy profunda…
Hablamos de todo. De las influencias, de la pasión por la música (y las búsquedas de discos y revistas inglesas y americanas, tipo Melody Maker o Best, de la persecución de conciertos de gente interesante), de fútbol (le manifiesto, con evidente envidia, su camiseta firmada por Maradona), de literatura… Respecto a los grupos, le comento cómo fui a ver a Led Zeppelin a Montreux, y me comenta que en su habitación tenía un poster de ellos precisamente allí… Y también le cuento cómo el grupo, ese día, sonó peor que la Orquesta Compostela en un día malo… o sea, que no se enteraban ni de cómo se llamaban… Cosas del estar demasiado puesto para actuar… Conservo, le digo, el disco pirata grabado allí para atestiguarlo…
“Tenía un amigo que trabajaba de técnico de sonido, y le tocó hacerlo con Led Zeppelin. Jimmy Page, por ejemplo, era un genio, tenía unas ideas estrambóticas, estaba muy pasado, pero en vivo metía mucha gamba, sus dedos no le acompañaban a lo que le dictaba su cerebro ni su corazón. Hubo solos que tardó dos días en grabar, y el solo de Stairway to heaven le llevó un día entero. Era un gran compositor, un gran productor, un gran guitarrista, pero no al nivel de lo que él quería expresar; los dedos no le daban… La película The song remains the same es fallida también. Cuando la ves, dices ‘Este no es el mejor grupo que ha habido’…”
Y hablamos de los Rolling. Le digo haberlos visto aquí, en los conciertos que dieron en Vigo y Santiago… Lo de él fue parecido a lo de un barman japonés que conocí en Osaka: los vio 37 veces…
Y de las pequeñas desgracias. Me cuenta que tenía fotos con Messi en un móvil que perdió… “si no, estarían también en el libro…” Por mi parte, le relato la felicidad absoluta que supuso ver en tiempos a Di Stefano, cuando, siendo interno del Ramiro de Maeztu, en Madrid, nos daban el carnet joven del Real, que te permitía ver los entrenamientos de aquél Dream Team, aparte de ver los partidos del Estudiantes en la cancha del instituto cada quince días… Y que, por cierto, el internado donde estábamos era ni más ni menos que la Residencia de Estudiantes por donde en tiempos pasaron Lorca, Dalí y Buñuel… “A mí, me dice, me pasó una cosa muy curiosa: el día que acabé de leer la autobiografía de Buñuel, se murió. Estaba leyendo las últimas páginas y dieron la noticia…”
Y acabamos hablando de coincidencias. El trasvase emigrante de parte de mi familia a Argentina, justo a principio de los 50. La mía propia a Suiza, en los 70. Y, por su parte, el exilio de allí hacia aquí, también en los 70. Las aficiones, claro. Pero hay una muy notable: la primera mujer de Cortázar, Aurora Bernárdez, era prima segunda mía. Y los conocí más o menos a la misma edad que él: en mi pueblo, Dacón, cuando los dos vinieron de visita. Yo tenía tan sólo 4 años, pero aún conservo una memoria selectiva que me permite, ahora mismo, recordarlos muy bien…
Y el haber charlado largo y tendido en el Miñas donas, meus señores de la TVG con Miguel Gila (en un aparte, llegó a contarme su fusilamiento en plena Guerra Civil)…
Hoy Alejo sigue adelante, con su programa en RockFM, Música para animales, y tan feliz…