30 junio, 2024
«Quieren alejarnos del judaísmo. No nos necesitan en el Ejército, su objetivo es convertirnos en personas seculares», explica un indignado joven israelí estadounidense desde el barrio de Mea Shearim, el epicentro de los judíos ultraortodoxos en Jerusalén, en una protesta convocada contra el fallo del Tribunal Supremo de esta semana que puso fin a su exención militar.
«Nosotros servimos a Dios estudiando la Torá, es nuestra manera correcta de vivir y no vamos a permitir ahora que la Corte Suprema nos aleje de nuestra vida», prosigue el joven rodeado de miles de judíos ultraortodoxos que se unieron a estas protestas.
Ariel Rozenblu, estudiante de yeshivá (las escuelas talmúdicas) y de 18 años, cuenta que no sabe todavía si le tocará finalmente servir en el Ejército, y tilda de «violación de derechos humanos» que ahora se les obligue a unirse a las filas de las tropas israelíes.
«En nuestra sociedad hay dos grupos; los que no son religiosos y nosotros. Si nos dedicamos a estudiar la Torá, Dios lo verá y protegerá a nuestra nación», agrega Rozenblu.
Desde la creación del Estado de Israel, en 1948, los ultraortodoxos han logrado evitar el servicio militar obligatorio (para hombres y mujeres) gracias a una disposición temporal que se aprobó para ellos, y que en estos últimos años los diferentes Gobiernos israelíes han ido renovando.
La justicia israelí, sin embargo, ya había cuestionado en años anteriores esta disposición por considerar que viola el principio de igualdad de la ley básica israelí.
El pasado 25 de junio, por unanimidad el Tribunal, en una decisión histórica, falló contra esta disposición argumentando que «no existe base legal para excluir a los hombres ultraortodoxos del reclutamiento».
El fallo no implica el envío inmediato de órdenes de reclutamiento para los cerca de 63.000 hombres haredíes elegibles -equivalente a cinco divisiones militares- y propone un proceso gradual, empezando por 3.000 nuevos reclutas ultraortodoxos.
El estallido de la guerra en Gaza, que va camino de cumplir nueve meses y que ha dejado ya más de 300 soldados caídos, puso encima de la mesa este debate como nunca antes.
Grupos de la sociedad civil y algunos políticos incluso del Gobierno del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no escondieron su enfado y demandaron a la justicia poner fin a este privilegio de los ultraortodoxos.
«Las autoridades israelíes persiguen a los estudiantes de la Torá» o «No me uniré a un Ejército sionista» se podía leer en algunas de las pancartas que sujetaban los haredíes este domingo, algunos de los cuales reniegan del movimiento sionista.
Este golpe judicial, sin duda, supone un problema para el Gobierno de coalición de Netanyahu cuya supervivencia depende del apoyo de los dos partidos ultraortodoxos: Shas y Judaísmo Unido de la Torá (JUT).
Y pese a que ambas formaciones criticaron el fallo judicial, este domingo los ultraortodoxos atacaron el coche del líder del partido Judaísmo Unido de la Torá, Yitzhak Goldknopf, mientras conducía a su casa en Jerusalén.
Los manifestantes arrojaron piedras al coche del ministro, lo golpearon y lo insultaron a su paso, según detallaron algunos medios israelíes.
Ni Netanyahu ni el gobierno se han pronunciado formalmente, pero sí su partido, el derechista Likud, que sugirió intereses políticos detrás del fallo del Supremo, que «durante 76 años se abstuvo de forzar el reclutamiento de estudiantes de yeshivás».
De lo que no dudan los analistas, es de que este fallo es una bomba de relojería en una sociedad ya muy polarizada y de que este Gobierno puede romperse en cualquier momento.