1 septiembre, 2024
La leyenda de Bairoletto, el vengador de las pampas, comenzó a construirse en un burdel, al enamorarse de la misma prostituta que deseaba un comisario. El policía, enfermo de celos y abusando de su poder, una noche decide encarcelarlo: lo desnuda, golpea y tortura, obligandolo a alejarse del pueblo de Castex si quería seguir con vida. Pero tras ser liberado, humillado y herido en su orgullo, decidió volver a enfrentarlo, esta vez armado con un revólver Colt calibre. 45 en la cintura. Tras una fuerte discusión, le disparó tres veces al cuello y huyó a caballo mientras el comisario se desangraba en el piso, frente a la atónita mirada de los vecinos.
Juan Bautista Bairoletto había nacido en Santa Fe en 1894 de familia muy humilde y siendo pequeño, tras la muerte de su madre, abandonó la escuela para desempeñarse en tareas rurales de la despoblada llanura pampeana. Simpático, astuto, seductor y gran bailarín, pronto se hizo habitué de casas de juego y prostíbulos, donde se relaciona con gauchos que se habían convertido en bandidos debido a la profunda desigualdad social de la época. Pésimas condiciones laborales, la prohibición de cría de gallinas y la tenencia de más de dos vacas provocaron que los paisanos de la época empezaran a vivir fuera de la ley.
Prófugo de la justicia, se refugió en los montes de la provincia de La Pampa protegido por los campesinos hasta enterarse del fallecimiento de su padre, al que decide ir a despedir. La policía sospecha su presencia y envía varios agentes al entierro pero Juan Bautista, disfrazado de mujer, con largo vestido de luto y un bebé en brazos, llora frente a la tumba logrando pasar desapercibido. Volvió a esconderse pero meses después, cansado de huir, se entrega y solo cumple un año en prisión «por no haber exceso en la defensa frente a la imprudencia» del comisario asesinado. En libertad regresa al pueblo, pero no tenía dinero ni trabajo y su viejo amor estaba en pareja; enfurecido, con el corazón roto y sin un peso, se convierte en un legendario delincuente rural.
Definitivamente en la clandestinidad, a su prolijo atuendo gauchesco de camisa negra, pañuelo blanco al cuello y alpargatas, le agregó varios tatuajes, entre ellos uno de Dora, la prostituta que le había cambiado la vida. Allí inicia una ola de asaltos, robos y muertes en estancias, almacenes y haciendas, apareciendo y desapareciendo en distintos pueblos como un fantasma. En un contexto de gauchos pobres y peones en la miseria absoluta frente al avance del capitalismo y la propiedad privada, conoce en un burdel al gallego Gazcón, un solitario buscavidas que frecuentaba la misma zona y con el que pronto forjaron una gran amistad.
Alias ‘El Ñato’, Vicente Gazcón, oriundo de Orense, había viajado hasta Barcelona detrás de una mujer que lo terminó engañando y desde allí se dirigió a Argentina. Desembarcó en Buenos Aires en 1906; solo y sin recursos, siempre tuvo una vida nómade. Las crónicas de la época lo definían como «un analfabeto petiso, cabezón y aspecto cómico, de nariz aplanada, grandes orejas y pelo crespo». Supuestamente era un forajido vacío de sentimientos, cruel y sin límites, de profunda violencia. Desde 1927 compartió rancho, burdeles y amantes con Bairoletto, pero cuando a este le llegó el rumor de que su compañero tendría más de una muerte encima, decidió abandonarlo.
Del gallego no se supo nada durante varios años, mientras la figura de Bairoletto se convertía en mito: era visto como el último representante de los gauchos criollos rebeldes. La leyenda dice que le robaba a los ricos para repartir entre los pobres y regalaba comida, ropa, herramientas de trabajo y dinero. Que no era un malevo, que ayudaba a los campesinos, defendía a humildes peones y hasta le hicieron fama de curandero, jurando que sanaba a los animales enfermos con solo mirarlos. De esta manera contaba con la protección y solidaridad de los paisanos, que le daban alojamiento, caballos para seguir la fuga y lo alertaban si se acercaba alguna autoridad, mientras lo buscaba toda la policía.
El delincuente ‘benefactor’ usaba escopeta y un revólver, además de dos cuchillos. Su prontuario incluye disparos al azar por las calles, varios atentados contra las autoridades, peleas callejeras, tiroteos con la policía en cuatro provincias (La Pampa, San Luis, Rio Negro y Mendoza) y decenas de robos a estancias, haciendas y pagadores. También se confirmaron, entre otros seis que le atribuyen, tres asesinatos: además del policía despechado, mató a tiros a un comerciante y a un empresario rural delante de su familia. Pero para el pueblo, «no era capaz de matar a nadie» o justificaban los crímenes como inevitables venganzas hacia la autoridad y los más poderosos.
Las vidas del «Ñato» Gazcón y Bairoletto volvieron a cruzarse para siempre en 1941, cuando el gallego se presentó desesperado en una estancia de la zona junto a su mujer a punto de parir y varios niños hambrientos, rogando por comida, asilo y trabajo. El dueño del campo aceptó, pero poco tiempo después un vecino llamó a la policía porque le habían robado un cordero: el único detenido entre todos los empleados de la hacienda fue Gazcón, al ser reconocido como un viejo amigo del «justiciero». Lo golpearon y torturaron salvajemente para obtener información. Debía elegir entre dos opciones; colaborar para entregar a Bairoletto o ser ejecutado en ese mismo instante.
Puesto en libertad y controlado por varios oficiales, el «Ñato» consiguió averiguar el paradero del prófugo más buscado del país y dió aviso a las autoridades. La policía rodeó el rancho donde Bairoletto se escondía en la localidad de Atuel de la provincia de Mendoza, desatando un tiroteo intenso y desigual: eran 13 contra 1. Gravemente herido y sin posibilidades de volver a escapar, el bandido rural decidió suicidarse. Su sepelio fue multitudinario y el relato de sus últimos minutos fue noticia de portada de todos los diarios nacionales. Poco tiempo después, Vicente Gazcón fue hallado muerto de un disparo en la nuca en un campo de alfalfa de General Pico, en La Pampa; nadie duda que el crimen fue cometido por algún admirador de el vengador de las pampas, ya que como era común entre los forajidos de entonces, «la sangre se paga con sangre».
Con el paso de los años, la gente se apropió del mito y lo romantizó. En la zona que se movía Bairoletto actualmente sigue siendo venerado como un héroe solidario, el último gaucho criollo, rebelde y benefactor. La leyenda de su vida, promovida en películas, libros, poemas y hasta un monumento, es reflejada como inocente y casi inmaculada que moviliza a cientos de fieles hacia su lugar de fallecimiento. Incluso León Gieco, uno de los artistas populares argentino más importantes, los inmortalizó en su canción «Bandidos rurales», cuya letra dice: «Bairoletto cae en Colonia San Pedro de Atuel / El último balazo se lo pega él / Vicente Gascón, gallego de 62 / Con su vida en Pico pagó aquella traición».
Lamentablemente, el gallego Gazcón no tuvo la misma suerte y servirá como otro ejemplo del supuesto villano en historias mal contadas. Recordado como un miserable traidor, casi nadie parece tener en cuenta que debía elegir entre revelar dónde se ocultaba Bairoletto o perder su propia vida y quedó señalado para siempre como uno los peores bandidos rurales de los campos del fin del mundo. Hasta la fecha, las crónicas lo siguen retratando como un asesino cruel, violento, vacío de sentimientos y principalmente, lo condenan por ser el nefasto delator de un supuesto héroe de leyendas. Pero aquellos que han tratado de reconstruir su vida, no pueden confirmar siquiera si era capaz de robar un cordero.