6 junio, 2024
He aquí otra de las grandes sorpresas de la temporada. Se trata de Sin latido (con un curioso subtítulo: “La verdad siempre sobrevive a la muerte”; al principio del texto aparece, por cierto, una reflexión de Voltaire: “A los vivos les debemos respeto, pero a los muertos les debemos la verdad”), de Yolanda Cruz Ayala, editada por NdeNovela. Poco que decir de ella. Sólo esto: extraordinaria, imprevisible, adictiva, redonda. Digo estos cuatro calificativos por no llenar dos páginas enteras de epítetos laudatorios. ¿Recuerdan ustedes lo que dijo en su día Octavio Paz sobre Sendas de Oku de Matsuo Basho?: “En este libro de Basho no pasa nada, salvo el sol, la lluvia, las nubes, unas cortesanas, una niña, otros peregrinos. No pasa nada, excepto la vida y la muerte.” A todo lo cual añadía, como justa propina, este colofón con aroma de haiku: “Es primavera:/ la colina sin nombre/ entre la niebla.” Y, ahora que lo pienso, hasta viene al caso lo de la colina sin nombre. De hecho, la trama transcurre en La Línea de la Concepción, encantadora ciudad vigilada por ese majestuoso y significativo promontorio llamado Gibraltar, de donde es originaria la autora.
La acción nace con un doble detonante. Olivia, la protagonista, psicóloga de profesión, que ha tenido un incidente terrible con uno de sus pacientes (que se suicida tras haberla consultado una sola vez) recibe un extraño paquete que contiene el ordenador personal de una amiga de la infancia, una profesora llamada Celeste, a quien no ve hace años, y que, además, ha salido alguna vez con su hermano Álex. Al consultarlo, comprueba que allí hay un diario, que comienza a leer inmediatamente. Lo que dice le preocupa de tal manera que decide ir a verla, ya que en ese mismo instante está en La Línea de vacaciones, y no en Madrid, donde trabaja. Pero cuando llega a su casa, descubre que Celeste está muerta, junto a varias cajas vacías de benzodiazepinas.
Tras ese prólogo, comienzan a desarrollarse variantes de la historia. Está la investigación policial ante todo, como es lógico. Pero nada indica una solución evidente. Pudo ser suicidio, desde luego; eso es algo por lo que apostaría cualquier observador imparcial. Pero pudo, desde luego, ser un homicidio muy bien encubierto. O bien un accidente resultado de una ingesta excesiva mal controlada de alguien no muy acostumbrado a consumir estupefacientes…
Y está la indagación paralela que llevará a cabo Olivia por su propia cuenta, teniendo como fuente principal el diario de Celeste, oculto, al menos al principio, incluso para la policía, y en donde se relata, entre otras cosas, la inexplicable muerte de un amigo, Miguel, hace ya muchos años, y que jamás se ha aclarado…
Pero se entrelaza otro hecho: el amor. Olivia, que corre todos los días por la mañana, lleva una buena temporada cruzándose con un individuo al que acompaña un perrito. Ese muchacho, mayor que ella, va a resultar ser ni más ni menos que el jefe de la investigación policial de la muerte de su amiga… ¡Qué casualidad…!
En el libro se hace una reflexión muy clara y profunda sobre las casualidades. Y se cita una frase de Einstein sobre ellas: “Son la manera en que Dios se mantiene en el anonimato…” Como también se cita una anécdota verídica de Anthony Hopkins cuando se preparaba para protagonizar la versión cinematográfica de La chica de Petrovka. Como no se había leído el libro, fue a comprarlo a Charing Cross. No lo encontró. Volvió a casa en metro, y al sentarse, a su lado vio un ejemplar lleno de anotaciones. Cuando ya estaba rodando la película, el actor conoció al autor, George Feifer, quien le comentó que le había dejado su ejemplar, lleno de observaciones suyas, a un amigo, y que éste lo había perdido en el metro…
Les invito a que hagan su propia apuesta sobre quién es el asesino. Y no se hagan ilusiones… No. No creo que acierten…
Felicidades a la autora por este magnífico juego detectivesco, plagado de personajes interesantísimos, tan enormemente lúcido… e inteligentemente tramposo…