15 septiembre, 2024
El nacimiento de las ideas de izquierda en Argentina se identifican con la figura de Antonio Gonzalo Soto Canale, un gallego de Ferrol que como otros tantos emigrantes, cruzó el océano en busca de una vida mejor.
Llegó a Buenos Aires con 17 años, en medio de las incipientes manifestaciones de obreros que reclamaban por mejoras en sus precarias condiciones laborales. Se instaló en la Patagonia en 1918 y alineado al sector bolchevique, con solo 23 años se convirtió en un destacado líder sindical en las huelgas rurales del sur argentino como secretario gremial.
Para entonces, la enorme extensión de la provincia de Santa Cruz estaba mayormente destinada a la producción de lana para exportación, pero las estancias estaban en manos de muy pocos dueños: eran propiedad de magnates británicos o políticos de las más altas esferas del poder nacional. Por ejemplo, la familia Menéndez y Braun, que con un millón y medio de hectáreas propias, aprovechándose de las necesidades económicas de los campesinos de la zona y los inmigrantes europeos, ofrecía trabajo en zonas deshabitadas y con características cercanas a la esclavitud.
Las condiciones laborales en todas las estancias patagónicas eran infrahumanas en aquella época. Los peones rurales vivían en casillas de madera cerradas de noche para evitar los escapes y dormían en literas soportando temperaturas bajo cero sin abrigo. Trabajaban entre 12 y 16 horas por día con solo media hora para almorzar y cobraban en“fichas”, que funcionaban como moneda de cambio: eran utilizadas para comprar alimentos que les vendía el propio dueño de la estancia y fuera de ella, dichas fichas eran tomadas por un valor muy inferior por los comerciantes del pueblo.
Inspirados en la Revolución Rusa de 1917 comienzan a formarse los sindicatos obreros de origen anarquista en pequeñas ciudades del interior del país que afilian a los peones y en 1920 nace la primera huelga liderada por el gallego Soto como secretario general de la Sociedad Obrera. Las exigencias para volver al trabajo eran mínimas: aumento de 10 pesos, un paquete de velas por mes para no seguir cenando a oscuras y que los botiquines de emergencia estuvieran escritos en castellano en vez de inglés. Aceptadas las condiciones, se firma el primer convenio rural en la historia de la Patagonia que finalmente no fue cumplido por los estancieros.
Meses después se celebró una reunión entre la aristocracia porteña en el Hotel Español de Buenos Aires. Allí, al cocinero gallego Antonio París, también miembro de la Asociación Obrera, le comunicaron que entre los comensales se encontraba Manuel Fernández, uno de los socios del terrateniente explotador de la familia Menéndez, y luego de hablar con los mozos se negó a servir la cena. Como represalia la policía clausura el local y encarcela a París: al día siguiente los gremios declaran la segunda huelga general en la provincia de Santa Cruz que rápidamente se extendió al resto de la Patagonia.
Todos los comercios, hoteles y estancias dejaron de funcionar: miles de obreros comenzaron a marchar con banderas rojas y la provincia se paralizó. El presidente de la Nación Hipólito Yrigoyen envió a su amigo el Teniente Coronel Varela al mando de 500 hombres del Regimiento X de Caballería para reprimir la huelga patagónica: se cerraron locales de activistas, detuvieron a cientos de militantes y hasta se deportaron trabajadores españoles e italianos. Los peones se enfrentaron armados al Regimiento y tomando de rehenes a los propios estancieros, pero siempre en inferioridad de condiciones.
Ante la resistencia de la peonada y para controlar los múltiples levantamientos en todo el sur del país, el Coronel Varela comenzó a ordenar fusilamientos directos entre los prisioneros: se estima que fueron asesinados más de 1500 trabajadores rurales. La desesperante situación llevó a Antonio Soto a ponerse definitivamente al frente de los grupos revolucionarios de trabajadores, mientras era perseguido por los militares que exigían la rendición incondicional de todos los huelguistas ante la amenaza de ser ejecutados.
El gallego Soto fue finalmente emboscado en la estancia La Anita junto a sus compañeros y rodeado por las milicias, pidió el plazo de una hora para tomar una decisión en asamblea. Su discurso fue duro y pidió mantenerse en combate, pero no tuvo apoyo entre los huelguistas. “No soy carne para tirar a los perros. Si es para pelear me quedo, pero los compañeros no quieren luchar”. Tras la votación en la que fue derrotado se negó a entregarse y huyó hacia Chile a caballo, mientras quienes se rindieron fueron torturados y fusilados por el Coronel Varela.
Concluida la huelga, comenzó una descomunal serie de venganzas entre las fuerzas militares y los grupos de izquierda. En 1923, el anarquista alemán Kurt Wilckens asesinó al Coronel Varela arrojándole una bomba y luego disparándole 4 balazos. “He vengado a mis hermanos” dijo al ser detenido por la policía y fue festejado por todo el anarquismo argentino. Pero al llegar a la cárcel el primo de Varela, Pérez Millán, también logró desquitarse: le disparó un balazo que le atravesó el pulmón mientras dormía y el alemán falleció a los pocos días. Pérez Millán, declarado insano, también fue asesinado dos años después por otro interno con demencia, inducido por un profesor comunista. Germán Boris Wladimirovich, el autor intelectual, fue torturado y murió dos días después por los golpes recibidos.
Antonio Soto, acostumbrado a vivir huyendo, se refugió en Chile e instaló una parrilla a la que llamó “Oquendo” en homenaje al barco de la guerra entre España y Cuba donde su padre había fallecido durante una batalla. En Punta Arenas formó una familia, y siguió difundiendo con fervor sus ideas anarquistas. Las huelgas lideradas por el gallego Soto inspiraron el emblemático libro de Osvaldo Bayer titulado “La Patagonia Rebelde” y una película basada en dicho guión que recién pudo exhibirse varios años después de filmada, con la vuelta de la democracia al país. En la década del 40 volvió a encontrarse con sus antiguos compañeros de lucha e intentó insertarse nuevamente en la política de Argentina, preparando un acto que fracasó en el apoyo popular. El gobernador de Santa Cruz, Juan Manuel Gregores lo expulsó del país y tuvo que volver a cruzar la Cordillera para continuar su vida escapando de los más poderosos, que lo persiguieron hasta el país vecino.
Pero nunca lo atraparon. En Chile se instaló en su ciudad más austral, Punta Arenas, porque según recuerdan sus hijas Alba e Isabel, al estar rodeada por mar y bosques, esa zona le recordaba a las rías gallegas. Le gustaba hablar de la semejanza de Galicia con la Isla de Chiloé, el lugar donde había nacido su segunda esposa, justamente la isla que los conquistadores españoles habían bautizado Nueva Galicia. Vinculado profundamente con la cultura gallega, difundió la poesía de Rosalía y era común verlo bailando muñeiras: su gran liderazgo y firmes convicciones lo acompañaron hasta los últimos días, cuando finalmente falleció en 1963 luego de fundar, desde la clandestinidad,la primera filial de la Cruz Roja de Chile, el Centro Español de la Región de Magallanes y el Centro Gallego Chileno.