2 junio, 2024
Como todos sabemos, de los miles de emigrantes gallegos que se animaron a embarcarse para cruzar el océano con destino a Argentina en busca de mejores oportunidades, la gran mayoría logró el objetivo de asentarse y prosperar económicamente. Pero lamentablemente no todas las historias tienen finales felices y la vida de Manuel Gonzalez, contada por su hija Milagros, merece un lugar entre los relatos más sorprendentes y desconocidos de la diáspora del siglo pasado.
“No sé por dónde empezar a contarte -nos dice Milagros-, porque poder conocer la historia de mi padre fue como armar un rompecabezas basado en lo que me iba contando mi mamá a través de los años. De su infancia en Ferrol sabemos muy poco: fue criado por su abuela y desde pequeño tuvo mala conducta en la escuela. Acostumbraba a pelearse muy seguido con otros chicos que se burlaban de él por su extrema delgadez y el gran tamaño de su cabeza. En base a esos rasgos lo apodaron ‘Fósforo’, sobrenombre que lo acompañó hasta su último día. Y ya comenzada la adolescencia dejó la escuela, comenzó a juntarse con otros chicos conflictivos y las travesuras se transformaron en delitos”.
Delitos. Esa palabra, que será clave en todo el resto de la charla, marcaría para siempre el destino de Manuel. “Si, desde muy joven mi padre estuvo fuera de la ley. Podríamos llamarlo delincuente. Duele, pero es la verdad. Empezó sus andanzas robando ropa y baratijas en la casa de sus vecinos para comprarse cigarrillos y luego siguió hurtando carteras a desprevenidas señoras en su propio barrio. Su abuela no podía controlarlo y las malas juntas lo iniciaron en el alcohol. Una vez le contó a mi mamá que su primera borrachera fue a los 14 años y casi se ahoga en la ría de Ferrol. Parece que se hizo fama de peligroso y escapó de su casa: dijo que estuvo un tiempo viviendo en Arzúa y allí la cronología tiene un hueco enorme porque asombrosamente aparece en Buenos Aires”.
“Todo lo que te estoy diciendo -continúa su hija- es lo que pude reconstruir charlando con mi madre, porque Manuel era un hombre de pocas palabras y casi no hablaba sobre su pasado en Galicia. Según su versión llegó a Argentina de polizón porque quería alejarse de las personas que eran una mala influencia para él. Supuestamente quería comenzar de cero, con solo 18 años, lejos de su tierra y hacer las cosas bien, pero siempre voy a tener la duda sobre las verdaderas razones de su viaje. ¿Estaría escapando de algo o alguien? ¿Habría hecho algo tan malo que lo obligó a irse tan lejos? Llegó en 1948 y a los pocos meses, cuando conoció a mi mamá, seguía con sus malas costumbres. ¿Realmente quería hacer las cosas bien?”.
Milagros se hace las mismas preguntas hace muchos años y acepta que nunca encontrará las respuestas, pero no puede dejar de pensar en que hubiera sido de su vida teniendo consigo más tiempo a su padre. Pero sin adelantarnos, la seguimos escuchando con atención cuando dice que “mi mamá Josefa recién empezó a contarme sobre Manuel cuando yo ya era una mujer adulta. Juraba que la enamoró su estilo formal, serio, aunque siempre supo que andaba en cosas ilegales. Imaginate en el barrio de Once, en Capital Federal, un muchacho siempre elegante, bien vestido, con mucho dinero en los bolsillos y que no trabajaba. Los rumores eran muchos y por eso mis abuelos le prohibieron verlo, aunque por supuesto, nunca lo lograron. Tuvieron un amor clandestino desde el primer día”.
Cuando le consultamos sobre las “cosas ilegales” en las que estaba involucrado Manuel, nos devuelve una respuesta tan contundente como despiadada. “Andaba en todo lo malo. Robaba a mano armada, participaba en apuestas clandestinas en los casinos y cabarets y se empezó a meter en política como uno de los matones del Partido Anarquista. Lo peor de todo es que mi mamá lo sabía y seguía a su lado. Me dijo que intentó convencerlo de que abandonara todo y se vayan a vivir al campo pero no le hizo caso y ella siguió acompañándolo. Eso me duele mucho, me confunde. Mi mamá siempre fue una persona honesta y se enamoró de un ladrón. Y se enamoró en serio porque después de él, jamás volvió a estar con otro hombre”.
Mientras nos invita a probar un licor hecho por ella, suelta el único chiste en toda la tarde de charla: “esto del gusto por el alcohol es hereditario de Manuel”. Y luego de reírse fuerte, en un instante vuelve nuevamente a la absoluta seriedad. “Tampoco puedo entender cómo se dió todo tan rápido desde su llegada: con apenas 18 años se hizo enseguida un lugar en el ámbito del hampa porteña, conoció a mi mamá y entró en política. En Ferrol supuestamente robaba carteras y a los pocos meses en Buenos Aires ya era un delincuente reconocido, algo raro pasaba. Vuelvo a insistir, para mi se escapó de su pueblo porque habría hecho algo muy malo. Y nunca me voy a olvidar cuando mamá admitió que a los dos les gustaba la buena vida pero la única diferencia es que Manuel jamás intentó trabajar”.
“Como te decía, todo sucedió muy rápido. Llegó en 1948, enseguida conoció a mi mamá, mantuvo la relación prohibida, se fue a vivir a un hotel de alto nivel y compró un auto muy caro. Y en 1951, después de un tiroteo con la policía tras el robo a una tienda, quedó preso en la cárcel de Devoto. Manuel juró que esa vez no había hecho nada, que lo tenían ‘marcado’ por otras cosas y que él nunca le dispararía a nadie. Y parece que mamá le creyó, porque lo seguía visitando en la cárcel. Y acá es donde tengo otras de mis mayores dudas, porque Josefa siempre lo negó pero en el barrio se rumoreaba que apuñaló a otro recluso e intentó fugarse varias veces. Se creó una especie de mito alrededor de su figura, sobre todo por lo que te voy a contar ahora…”
Nos quedaba por escuchar una de las situaciones más impactantes de la historia. “Mi mamá seguía yendo a verlo a escondidas y en una de esas visitas que ahora les llaman ‘higiénicas’, tuvieron relaciones y quedó embarazada de mi. Soy fruto de un encuentro amoroso prohibido, dentro de una cárcel, entre una mujer honesta ciegamente enamorada de un delincuente. Me crié sin un padre presente, con el estigma de que toda mi familia menos yo sabía la verdad y recién cuando fuí una mujer adulta comencé a entender una situación que todos escondían en un secreto a voces. Es más, recuerdo que de muy pequeña preguntaba por mi padre y recibía distintas respuestas: que no estaba, que sabían quien era, que se había ido a trabajar y hasta a veces me pedían que no pregunte. Creo que mi mamá tenía vergüenza de decirme la verdad, mientras ya todos la conocían y yo era muy chica como para saberla”.
“¿Sabés por qué te digo lo del mito alrededor de su figura? Manuel estuvo preso 10 años en la cárcel de Devoto y varios policías lo señalaron como uno de los principales ideólogos del motín más sangriento de la historia argentina. En 1962 los internos planearon una masiva fuga del penal utilizando como argumento que las condiciones de vida eran infrahumanas y con armas y bombas tomaron de rehenes a muchos guardias de seguridad. Cuando la policía intentó poner orden se enfrentaron en una guerra que terminó con 13 agentes penitenciarios y 23 presos muertos, entre ellos mi padre. Tampoco voy a saber nunca el verdadero rol de Manuel en el enfrentamiento, pero fue tan trágico y recordado que hasta filmaron una película”.
Y concluye con una reflexión. “Cuando mataron a Manuel yo era apenas una niña y mi mamá me lo contó muchos años después. La perdoné porque pudimos hablar de mujer a mujer y siempre fue una excelente madre. Creo que ella ha sido una víctima del amor y las mujeres entendemos ese tipo de sensaciones. Pero me crié sin padre y ni ella ni yo tenemos una foto junto a él. Apenas tengo una imagen suya, muy antigua, de cuando recién llegó a Argentina desde Galicia y cuando me pongo a mirarla me pregunto que hubiera sido de mi vida teniéndolo presente. A veces sueño que me acompañó en mi cumpleaños de 15, en mi casamiento, en el nacimiento de mis hijos, pero nunca estuvo. No lo puedo amar porque era un delincuente y no puedo extrañar a quién jamás pude abrazar, pero te juro que lo hubiera necesitado”.