1 abril, 2024
Enrique Suárez Noche fue un personaje peculiar, mezcla de cacique (jefe) comunitario, presidente de parlamento apolítico popular (de pueblo llano), conquistador de raza, jugador de naipe por las buenas, filósofo intitulado, viajero mientras pudo y, por encima de todo lo demás, una excelente persona dotada de un talento excepcional. Tenía además un agudo sentido del humor aderezado con retranca gallega y era fino narrador de chistes. Muy tocado de mala salud en las últimas décadas de su vida tras un desgraciado accidente de tráfico, no por ello perdió su envidiable optimismo.
Propietario del Restaurante Alameda, uno de los mejores de su época en Santiago situado en el epicentro de la zona monumental, la más transitada después del Obradoiro, creó en su torno una tribuna de tertulianos que se convirtió en una especie de Senado laico en el que estaban representadas todas las fuerzas políticas, que eran muchas, en los tumultuosos años de la Transición.
Todo era posible en ese apacible (o no) foro de intensos debates que él moderaba y en los que cada cual opinaba lo contrario del que se sentaba enfrente y que, al levantarse la sesión, regada por exquisitos vinos del país, en lugar de darse codazos lo que se daban eran abrazos… y hasta la cita siguiente. Dotado de una incuestionable autoridad otorgada por aclamación de la clientela, Enrique resolvía todos los litigios y encontronazos dialécticos con un apabullante: «pásamo a patacas; a min o único que me vale é peixe sobre muelle».
Marzo del 83 (41 años atrás) resultó una fecha emblemática: la fundación de Coalición Galega, de ideología, como su nombre indica, netamente galleguista, que pronto se hizo con un espacio estelar en el centro. Enrique fue invitado a formar parte de la cúpula y aceptó a regañadientes; se trataba, como dijo al periodista, de equilibrar el fiel de la balanza. El apuro vino en la jornada de constitución de la junta cuando el presidente Pablo González Mariñas pidió a la veintena de correligionarios que se identificasen.
Cada cual iba desgranando sus profesiones o títulos académicos: catedrático, abogado, doctores, ingeniero, decanos, arquitecto, presidente…Nuestro protagonista era autodidacta y no podía alardear de ningún estudio superior ni cargo orgánico. Cuando le tocó hablar exclamó con voz rotunda: «Yo soy Enrique Suárez Noche, adiestrador de reses bravas». Y ante el indisimulado asombro de la mayoría y algún tímido aplauso, el buen hombre se sentó tan pancho. Pasó a la historia. Y tal como lo contó, lo cuento.