3 julio, 2024
La Historia, definitivamente, es cíclica. Hay un sinfín de cosas que se repiten, una y otra vez. Tanto las buenas como las malas. Una extraordinaria novela reciente me lo ha recordado. Les cuento. He leído La tierra bajo tus pies, de Cristina López Barrio, que ha sido publicada en Planeta tras haberse alzado con el Premio Azorín 2024. En ella, una joven soñadora y entusiasta, Cati, que vive la efervescencia y la absoluta inseguridad del Madrid de 1935, donde ya se atisban las horribles tormentas que tendrán lugar un año más tarde, pasa de una vida cómoda y lúdica a una transformación radical tras haber conocido a Manuel Bartolomé Cossío, cerebro de las bienaventuradas Misiones Pedagógicas. ¿Su objetivo? Muy simple: elevar el depauperado o inexistente nivel cultural (y por ende, social) del pueblo llano. No es el único en ese empeño. Federico García Lorca, junto a Alejandro Casona, está haciendo algo directamente relacionado con ellos con su grupo de teatro La Barraca (hace poco pudimos ver unas curiosas imágenes de una actuación suya en La Quintana).
Hacía mucho tiempo que no pensaba en ese arduo esfuerzo de una juventud, a todas luces idílica, que ponía a disposición de la gente común las perlas de la sabiduría con bien pocos medios que obtenían de donde buenamente podían. Heroico. Maravilloso. Y con métodos asequibles para cualquiera. Por ejemplo, con el teatro. Y de pronto, leyendo ese libro, recordé otra cosa: la existencia de un caso relativamente reciente en ese mismo estilo.
¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo? Nos lo contó Henning Mankell en el Rosalía cuando vino a Santiago a recibir un Premio San Clemente (en 2011, por El chino). Sus lectores lo conocíamos por sus notabilísimos policíacos, con frecuencia protagonizados por el comisario Wallander. Pero sabíamos poco de su magna obra humanitaria (poco antes de morir hizo un viaje en barco, truncado, por cierto, a Palestina). En efecto, el sueco (de Estocolmo), casado con Eva Bergman (desde 1998 hasta su muerte en 2015), hija de Ingmar, el cineasta, había decidido en la última parte de su vida trasladarse la mitad del año a Mozambique. Y, precisamente allí, había hecho una labor ímproba usando, como en la Misiones Pedagógicas, los mismos medios. Fundamentalmente, el arte de la dramaturgia. En un país que es prácticamente analfabeto, era la única opción. Es así como fundó y dirigió el Teatro Nacional Avenida de Maputo. Con gran éxito de público. Dios lo bendiga…
Todo lo que pasa en La tierra bajo tus pies es enormemente ilustrativo. Y lo es por dos cosas: la primera, que Cristina siempre ha tenido una forma de escribir peculiarmente cercana, directa y muy clara, cosa que le va estupendamente a la hora del diálogo entre dos culturas casi opuestas (la de la ciudad, cultivada, y la del campo, mucho más limitada a casi cualquier nivel); y segundo, porque aquí nos describe, a la perfección, en qué consiste una entrega total y absoluta a otra gente. Y en efecto. Lo vemos, lo palpamos, lo sentimos… Hay fluidez, hay comodidad y hay, en resumen, entendimiento en el proceso. Porque no se trata de prestar ayuda puntual, que la cosa podría ser y quedarse en eso. En absoluto. Hay, verdaderamente, simbiosis. Cati va y se queda. Interactúa. Conoce a Paciana Salazar y a su familia. Conoce al encantador Fabián, alias “El Murciélago” y a su terrible hermano Jeremías, con quien establece una relación compleja donde las haya… En medio, su actividad inscrita y definida en las Misiones. Lo que Cossío pensaba que era lo esencial del teatro: “Educar con diversión, y el goce de las emociones…” Además, por supuesto, de imbuirse de tradición y folklore, y, por lo tanto, ir a las raíces, comunes a todos…
Y tener la posibilidad de ver la otra cara de la moneda. La maldad. Las viejas deudas de sangre entre familias, que acaban por hacer perpetuar el odio…
Grande. Modélica. Y muy, pero que muy aconsejable. Gracias por devolvernos la memoria selectiva, amiga Cristina…